El hombre que detestaba la lluvia

Pablo González
pablo gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Apostolos Mangouras, cuando residía en A Coruña para asistir a las sesiones del juicio.
Apostolos Mangouras, cuando residía en A Coruña para asistir a las sesiones del juicio. PACO RODRÍGUEZ

El marino griego Apostolos Mangouras, capitán del «Prestige», afronta la sentencia con la seguridad de que no ingresará en prisión

30 ene 2020 . Actualizado a las 22:00 h.

Es muy difícil encontrar a alguien que hable mal de Mangouras, incluso entre los que pretendían condenarlo. Quienes convivieron con él durante los nueve meses del juicio recuerdan su talante apacible, a pesar de una cierta mirada aviesa, desconfiada, que se desvanecía cuando hablaba con algunos de sus admiradores, que eran muchos, siempre dispuestos a arroparle en la soledad del banquillo. También recuerdan sus enormes manos de marino griego. Sus cejas pobladas y blancas. Su paraguas.

Mangouras y Nikolaos Argyropoulos, su inseparable jefe de máquinas, acabaron formando parte del paisaje coruñés en aquel invierno especialmente lluvioso entre el 2012 y el 2013, como si se hubieran escapado de un casting para una película de John Ford antes de que, sin duda, el director los escogiera para su mundo. Es curioso. En el juicio declaró que su barco, el Prestige, podía soportar «tifones y ciclones». Él mismo decidió continuar hacia la tormenta perfecta que se estaba formando frente a Fisterra en vez de refugiarlo en la ría de Ares, como proponían algunos. Y sin embargo, le desesperaba la lluvia incesante de aquellos días en A Coruña. «Aquí llueve demasiado», decía. Era muy habitual verlo combatir contra el viento y la lluvia cruzando el puente elevado que separa el recinto ferial, donde se celebraba el juicio, del barrio de Matogrande, donde tenía su apartamento. En esos momentos no era precisamente heroico. Es probable que se sintiera más seguro en el puente de mando, frente a aquella profunda borrasca que propició el colapso estructural de su petrolero. Cuando evacuó a toda la tripulación filipina para quedarse solo con el jefe de máquinas y el primer oficial en un buque que amenazaba con hundirse.

A día de ayer, sus abogados aún no le habían comunicado la sentencia, a pesar de que estas últimas semanas estaba pendiente de ella. Lo harán hoy, si es que no la ha conocido antes, en este mundo donde las noticias recorren veloces todos los rincones del planeta para después desvanecerse sin más.

Experiencia en la cárcel

Quizás su deseo más íntimo y legítimo era quedar libre de culpa, pero siempre le queda la tranquilidad de que, a sus 81 años y sin antecedentes penales, no volverá a la cárcel. Estuvo en la de Teixeiro tres meses, en una decisión muy cuestionada por el mundo marítimo de la que guarda un recuerdo infausto, tan solo aliviado por las visitas de sus compañeros del mar, que sin conocerlo iban a entretenerlo. Su primer día en los calabozos lo recuerda como el peor de su vida. Setenta horas sin dormir, sin comer nada caliente. Repetía una y otra vez que él había sido el único capitán encarcelado. Ni siquiera el del Exxon Valdez, que habría dado positivo en un control de alcoholemia.

Después vinieron los 21 meses de libertad vigilada en Barcelona, y la fianza de tres millones de euros que depositó la aseguradora. Así que puede decirse sin reservas que si tenía que cumplir alguna pena ya está suficientemente amortizada. Su condena es más un recurso instrumental para ir contra los que ordenaron que un barco que iba a morir en San Petersburgo realizara un viaje terminal de alto riesgo hacia la otra esquina del mundo.

Mangouras, con todos sus errores, se merece más veranos tranquilos en su isla natal de Icaria, donde la lluvia es una amenaza remota. Sus prestigiosos abogados, en cambio, probablemente estén pensado ya en el recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional y, después, en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, donde ya perdieron una apelación contra la abultada fianza que le impusieron los tribunales españoles. El capitán disfruta de una libertad relativa, mientras el bucle de la Justicia sigue desmadejándose lentamente. Como si no hubiera un final.