«Lo quiero como si fuera mi hijo, pero asumo que es el de otros»

Margarita Mosteiro Miguel
marga mosteiro SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

SANDRA ALONSO

Ángela Moure Barros tiene en acogida permanente a un niño de 10 años y tuvo dos anteriores, de 3 meses y dos años y medio

10 ene 2016 . Actualizado a las 10:29 h.

«Cuando tenía 18 años, vi en el ambulatorio donde trabajaba mi madre el cartel de una campaña de familias acogedoras, y pensé que eso era lo que yo quería hacer». Así explica Ángela Moure Barros cómo llegó a convertirse en una de las madres de acogida del programa que gestiona la Cruz Roja en Santiago. Hace cuatro años recibió la primera llamada de Laura Castiñeiras, trabajadora social de la oenegé en Compostela, que le anunció que tendría un bebé en acogida. «Solo fueron unos meses, y prefiero no hablar de él porque aún me emociona», confiesa Ángela casi con lágrimas en los ojos. Pero, tras esa experiencia, no tiró la toalla, «ni mucho menos».

Poco después llegaba su segundo «hijo» de acogida, de dos años y medio. «Es que solo me dan niños», bromea. Con él estuvo un año y medio. Su tercera experiencia es un chico de 10 años que estará con Ángela de forma permanente, hasta que cumpla 18 años. «Llevamos juntos un año y ocho meses, y lo que nos queda», comenta mientras mira con ternura al pequeño, que interrumpe la entrevista para aclarar «un detalle: Yo, después de los 18 años me quedaré, porque voy a hacer una carrera». De mayor quiere ser «profesor de música e ir la universidad». Tras esta aclaración, pregunta por qué no puede verse su cara «en la foto de La Voz». Ángela le recuerda que por que es «menor de edad», algo que acepta con un «pues vale, cuando cumpla 18, vienes, me haces una entrevista y te cuento qué tal, pero con foto». Compromiso adquirido.

La madre de acogida asegura que aunque lo pensó con 18 años (ahora tiene 36), «fue una decisión muy meditada» y, antes de dar el paso definitivo preguntó «si tendría el apoyo» de su familia y de sus amigos de Santiago». Por su trabajo en una escuela de educación infantil y por el hecho de vivir sola, necesita, dice, «contar con gente que me eche una mano, y mis amigos responden y mi familia también me apoya. Cuando vamos a Pontevedra, el niño [en lo sucesivo, I.] llama primos a mis sobrinos y, aunque le digo que no son sus primos, sabe que lo quieren como si fueran su familia».

Sin miedo

Ella nunca tuvo miedo «al momento de tener que entregar a los niños», porque sabía que sería «por algo bueno y definitivo para ellos». Aun así, siempre le afecta, pero no le produce «angustia». Lo que le agobia es no poder «adaptarse al niño» o no ser capaz de quedarse con él «el tiempo necesario». Miedo a devolverlo «antes de tiempo», porque piensa «en el dolor que le produciría a él». La ayuda del personal de la Cruz Roja «es una ventaja porque siempre están dispuestos a resolver dudas y a ofrecer soluciones a las cuestiones de convivencia».

Ángela advierte de que «las familias acogedoras tienen que tener claro que esto no es un paso hacia la adopción». Por su experiencia, considera que «acoger vale la pena siempre». Cuando le dicen que su acción es un acto de generosidad, pone cara de asombro y responde: «No creo estar haciendo nada especial; lo quiero como si fuera mi hijo, pero asumo que es el de otros. Yo solo soy una ayuda para I.». Uno de los temas que más presión crea a los acogedores es la relación con las familias biológicas, pero «yo tengo claro que no es mi hijo, que no soy su madre; aunque le quiero como si lo fuera, y sus padres lo saben. Además, él pidió ir con una familia, y eso ayuda». La relación es buena porque procura «mantenerlos informados de todo lo que ocurre: si está enfermo, su evolución en el colegio... y siempre se cumplen las visitas». El lazo no se rompe «por el bien del niño, aunque se respetan las normas también por su bien». I. asiente y reconoce la «enorme paciencia» de Ángela.

En Santiago hay 46 menores en familias de acogida, pero aún quedan 23 pequeños a la espera. Entre estos hay tres grupos de dos hermanos y otro de tres; entre ellos, adolescentes y niños con necesidades especiales. Doce familias están pendientes, porque es indispensable cumplir los requisitos de idoneidad para evitar posibles rechazos.