El viaje a ninguna parte del Gaiás

Mariluz Ferreiro REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

VÍTOR MEJUTO

Casi cuatro años después de su apertura, el proyecto languidece y no consigue despegar a pesar de los recursos dedicados a canalizar visitantes de forma artificial

15 ago 2015 . Actualizado a las 09:26 h.

Al Gaiás no lo salva ni el Apóstol. Iba a ser el Guggenheim gallego. Un símbolo luminoso y rentable. Pero cada vez está más lejos. Ni en pleno verano logra canalizar el gran flujo de turistas y peregrinos que llegan a Santiago. Desde su apertura, en el 2011, ha recibido 1.762.264 visitantes. Registró 43.542 en julio. El 85 % de ellos no pasan por caja. El museo vasco supera el millón cada año y batió un récord el mes pasado con más de 144.000. Las cifras del Gaiás son mucho más discretas. No atrae turismo por sí mismo y la Xunta sigue invirtiendo esfuerzos y dinero para engordar la cuenta de visitantes. Este mismo año el complejo se comerá 6,7 millones de los presupuestos del Gobierno autonómico.

En lo que si ha superado las expectativas ha sido tanto en el coste como en los plazos. En el arranque se fijó un tope de 108 millones de euros de gasto y un plazo de 36 meses para la construcción. Se han enterrado más de trescientos millones en un complejo que nació en el 2001 como gran proyecto del fraguismo, siguió adelante con el bipartito del PSdeG y el BNG, se inauguró en el 2011 y fue cancelado en el 2014 por Feijoo. Por el camino se quedaron una gigantesca ópera y un centro de arte internacional que hubieran disparado todavía más el gasto. Los huecos son otras dos caries más en el complejo que la Xunta intentó parchear tentando a la iniciativa privada. Uno de ellos quedará sepultado bajo una laguna.

Manuel Fraga aseguró que Santiago iba a tener, «además del Pórtico de la Gloria y las torres del Obradoiro, algo que será capaz de sonar en todo el mundo». Y consiguió repercusión en la revista Time, la BBC y The Guardian. Pero con un nombre propio de la lista de elefantes blancos de la España del derroche, junto al aeropuerto de Castellón.

El templo pagano no le hace sombra a la catedral compostelana. El aparato que registra los abrazos al Apóstol contabiliza una media de más de 4.500 personas al día. Covadonga Vigil, decana de la Facultad de Turismo de Oviedo, cree que «Santiago ya arrasa con el Camino, no necesita otros símbolos aislados, y sus iniciativas turísticas deben vincularse a la ruta jacobea».

Las comparaciones con el Guggenheim también son odiosas. Este museo recibe más de un millón de visitantes al año. Acaba de batir su récord mensual en julio con 144.639. Pagó al fisco vasco 45,7 millones de euros en el 2014 y se calcula que su actividad aporta al PIB de esta comunidad unos 300 millones anuales.

El museo diseñado por Frank Gehry es un icono. Uno de los objetivos del Gaiás era contribuir reforzar la marca de Galicia y de Santiago. Se hablaba de «musculatura cultural», se construía en nombre de la modernidad. Pero los expertos aseguran que este tipo de procesos son más complejos. Explican que cuando se menciona el Guggenheim de Bilbao hay que matizar que detrás del museo hay mucho más, un nuevo modelo de ciudad. «Bilbao vivió un cambio brutal y el Guggenheim fue el polo que atrajo a los visitantes. Detrás de este tipo de iniciativas tiene que haber algo. Si no, se caen», explica Covadonga Vigil. «El proceso va más allá de crear un icono. El Guggenheim es la guinda del pastel», coincide Jordi de San Eugenio, doctor en Comunicación Social por la Universitat Pompeu Fabra.

El Gaiás, que fue presentado como un motor cultural y económicos, es un gigantesco consumidor de recursos. La catedrática de Historia del Arte de la Universidade de Santiago María Luisa Sobrino Manzanares abandonó su puesto en el patronato del Centro Galego de Arte Contemporánea lamentando que se favorezca la «tendencia más ostentosa del arte-espectáculo de la Cidade da Cultura».

En el ciclo Atardecer no Gaiás incluye la celebración de 24 conciertos gratuitos entre julio y agosto, con cabida para el punk, el pop, el soul y la música clásica. Desde León Benavente hasta la Orquestra de Cámara Galega. El próximo sábado tomarán la plaza central los equilibristas, payasos y magos que participan en la fiesta infantil Cidade Imaxinaria, que en el 2014 reunió a 12.000 personas.

Se han establecido líneas de bus para trasladar visitantes desde Compostela. Y el Plan Estratéxico 2012-2018 recupera la idea de construir un teleférico e incide en que es necesaria la conexión de la AP-9 con el Gaiás. No deja de ser irónica una reflexión incluida en ese documento: «Xa non é posible atravesar Galicia sen preguntarse que é o que hai na Cidade da Cultura».

El «sueño» de Fraga ejecutado por la mano de Pérez Varela

El Gaiás nació como el «sueño» de Manuel Fraga. Y su conselleiro de Cultura, Jesús Pérez Varela, se convirtió en el brazo ejecutor de la pesadilla. Ante las críticas, Fraga aseguraba que, con el paso del tiempo la obra encontraría su lugar en la historia, «como la Torre Eiffel, que querían desmantelar después de la exposición de París». Decía que el complejo llegaría a ser «una fuente de riqueza especialmente importante».

El jurado eligió el proyecto del arquitecto norteamericano Peter Eisenman. El más ambicioso. El proceso de selección tuvo lugar en 1999. Más tarde miembros del jurado aludieron a presiones políticas por parte del mencionado conselleiro.

La burocracia

Pérez Varela transmitía sus ideas y las de Fraga a Eisenman. Introducía cambios en el proyecto. Exigía que se agilizaran las obras para «tener algo concreto para las elecciones» y trataba de que se formalizaran cuanto antes las adjudicaciones de contratos. «La burocracia administrativa es la enemiga del talento. Cuanta menos burocracia haya, más podremos avanzar», señalaba.

Durante todo el proceso de planificación y construcción del Gaiás ya se atisbaba la improvisación y la falta de definición del proyecto. Pero Pérez Varela defendía la obra afirmando que su objetivo era transformar Galicia en un «país con prepotencia [sic] en el turismo, la industria y la tecnología».