Ellos también la tomaron con Galicia

Carlos Punzón
carlos punzón VIGO / LA VOZ

GALICIA

La ofensa del portavoz de Podemos en Uruguay aviva el rechazo contra los sempiternos y cíclicos sambenitos que se suelen colgar a los gallegos en los discursos partidarios

13 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Jorge Castrillón, el portavoz de Podemos en Uruguay, ha sufrido en sus carnes, y con notable profusión, además, el efecto de haber mezclado argumentaciones políticas con tópicos sobre gallegos. «Es un racismo muy paleto, muy gallego, muy institucional, muy de derechas» dijo en la última respuesta de una entrevista realizada sobre Podemos. Y a partir de ahí se desató una nueva batalla por la ofensa al honor de los gallegos que le llevó a reconocer desear que se lo tragase la tierra.

Pero Castrillón, sancionado por su propio partido «por insultar a los gallegos, a su historia y a su emigración», no ha sido el único en ser devorado por echar mano de tópicos que afean la preparación de los gallegos como si no hubieran evolucionado todavía del arquetipo que trazaba Xan das Bolas en sus piezas.

La ocurrencia de Rato

En plena travesía por la oposición del PP un Rodrigo Rato aún encumbrado como gestor hizo una pirueta verbal sobre Mariano Rajoy aludiendo a supuestas características de los gallegos. En la convención de Repsol del 2008 Rato, que pasaba sus vacaciones de verano en Ribadeo soltó la gracia: «Soplar y sorber al mismo tiempo ya nos han dicho los gallegos que lo hacen», espetó. Su acompañante en el foro aplaudió la gracia: «Rajoy lo hace», dijo Felipe González para dar fe de la ridiculez.

Mucho más ruido, y aún le acompaña, fue el que generó Rosa Díez. «Zapatero es gallego, en el sentido más peyorativo del término», se le ocurrió a la líder de UPyD. «Es un ataque frontal a toda la sociedad gallega»; «una intolerable manifestación de racismo», recibió como respuesta desde otras filas políticas. Ella no se disculpó, es más todavía agrandó la afrenta al indicar que se refería con «gallego» a la acepción más negativa de cuantas aún daba cuenta el diccionario de la RAE. «Gallego: (en Costa Rica) tonto, falto de entendimiento o razón».

Quizás la metedura de pata hizo que la Real Academia accediese a eliminar tal equiparación, aunque Díez insistió: «Los gallegos tienen la capacidad para no definirse y esa habilidad no es negativa», dijo para intentar arreglarlo, pero la avalancha le llevó a un nuevo error: «ofenderse por esto es una muestra de intolerancia, complejo de inferioridad o perturbación nacionalista», ahí es nada.

Directamente no hablaba de los gallegos, pero la que fue ministra de Fomento Magdalena Álvarez le salieron sapos y culebras cuando se sintió presionada por hacerle ver el retraso del AVE. «Plan Galicia de mier...», dijo con hartazgo. Zapatero tuvo que pedir perdón después por la ligereza de su ministra.

También en el mismo foro del Congreso, el catalán Pere Macías en el cíclico discurso con el que CiU cuestiona las inversiones en alta velocidad en Galicia, trató de contrarrestar las apetencias de los gallegos por contar con las mismos medios que los catalanes: «Yo nunca aspiraré a tener unos percebes como los suyos», le soltó al popular ourensano Celso Delgado, abriendo de nuevo el cofre del aldraxe y de la ofensa por querer lo mismo que tiene el resto del Estado.

De película

Tanto ruido como el que generó Rosa Díez lo hizo también Pedro Almodóvar al tratar de radiografiar la España de la crisis. «Si yo hubiera sido un hombre analfabeto, gallego, que me hubieran hecho firmar con el dedo, porque no sé escribir, y me entero del asunto de las tarjetas opacas, me voy y espero al señor Blesa o al señor Rato y le corto el gañote», dijo de corrido. Analfabetos y brutos por el mismo precio, aunque Almodóvar se disculpó después lamentando haber sido «torpe» en sus explicaciones.

Casualidad o no, Rodrigo Rato y Magdalena Álvarez se han visto afectados con el tiempo por la sombra de la imputación, Pere Macías vive en CiU la mayor crisis histórica de la coalición, y Rosa Díez no ha conseguido que UPyD cuaje en Galicia, donde su escasa militancia trata de hacer olvidar las salidas de su jefa.