La policía se centró en el acusado muy pronto, pero esperó para no poner el libro en peligro

La Voz

GALICIA

14 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No habían pasado más que unos días desde que el 6 de julio del 2011 se había hecho pública la desaparición del Códice Calixtino cuando el nombre de Manuel Fernández Castiñeiras ya figuraba entre los investigados. En aquel momento había evidentemente muchos más sospechosos, pero los expertos de la Brigada de Patrimonio enviados desde Madrid tan solo tardaron unos meses en cribar la lista hasta dejar su nombre en el primer puesto. Desde ese momento, el exelectricista de la catedral compostelana estuvo bajo vigilancia. El principal temor de la policía no era que vendiera el libro en el mercado negro, porque este tipo de joyas históricas tienen muy difícil salida. Si lo hacía, lo sabrían. Más temor tenían a que el sospechoso decidiese deshacerse de su trofeo, ya fuese en un ataque de rabia o para evitar ser descubierto.

Comenzó entonces un sutil juego del gato y el ratón. Los investigadores y el juez instructor, José Antonio Vázquez Taín, utilizaron a algunas personas de gran confianza para que entablaran relación con él sin levantar sus sospechas. El objetivo primordial no era detener al ladrón, sino recuperar el Códice intacto, de ahí que le dejasen caer posibilidades de todo tipo. Desde una venta a que simplemente el libro apareciese sin daños y sin la posibilidad de saber quién lo había robado.

Pero Fernández Castiñeiras no entró al juego. No hizo nada, lo que intranquilizaba a los investigadores. Fue entonces cuando el juez instructor autorizó que se colocasen micrófonos camuflados en el piso en el que el sospechoso vivía con su familia en O Milladoiro (Ames). Esperaban que, en la intimidad de la familia, hablase de su robo y, sobre todo, de dónde estaba el Códice. Pero Castiñeiras es un hombre callado y peculiar, por lo que tampoco tuvieron éxito. Así, el juez Taín y el jefe de la Brigada de Patrimonio, Antonio Tenorio, tuvieron que arriesgarse a detenerle y registrar sus propiedades. El libro apareció intacto en un garaje alquilado. La pesadilla se había terminado.