«Que veñan os da Xunta coa pintura, que xa os porei eu a andar»

Alfonso Andrade Lago
alfonso andrade REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

VÍTOR MEJUTO

Las multas por no recebar, de hasta 25.000 euros, indignan a los propietarios

19 oct 2014 . Actualizado a las 09:25 h.

Pancho, el Galleguito, vino al mundo hace 82 años en su casa de Loureda. «A vaca púxose de parto e a miña nai, tamén. O primeiro día durmimos todos xuntos na corte», recuerda. La vieja vivienda «do avó» sigue en pie gracias a Pancho, pródigo en mimos y ladrillos, que se entenebrece al saber que la Lei do Solo podría endilgarle hasta 25.000 euros en sucesivas multas si no enluce los muros que lleva reparando y pagando de su bolsillo «toda a vida».

«¿E logo que problema ten a casa? Que me dean cartos e píntoa. E se non, que veñan os da Xunta coa pintura, que xa os porei eu a andar», advierte. No existe un registro oficial que dé fe del número de viviendas que, desprovistas de pintura o recebo, afean gándaras y robledales, pero se cuentan por millares. La Xunta les ha declarado la guerra, pero mete en la batalla a alcaldes, promotores y propietarios, indignados en su mayoría por las fuertes sanciones anunciadas.

Lo de Pancho, el Galleguito -«así me coñece a xente», dice-, viene de su profesión: transportista. «Aos 17 anos xa andaba cun camión Chevrolet. De gasolina, que daquela non había diésel. Ía por toda España e fun o primeiro en levar pescado a Barcelona», se enorgullece. Entonces, la casa ya llevaba años en pie. «Restaureina co meu diñeiro», proclama, y enrojece de cólera cuando malicia que le pueden ir al bolsillo por una pieza de museo «na que se mallaban as vacas».

A veces no hay dinero

Arquitectos y paisajistas coinciden en su diagnóstico: dos son los motivos por los que miles de gallegos desafían con contumacia el ornato desde el exterior de sus casas. El primero es cultural; a veces no hay conciencia de que eso atente contra el paisaje o suponga simplemente un impacto visual negativo. El segundo, cada vez más frecuente, la falta de liquidez. Es el caso de José Abeleira (Arteixo): «Se tivera os cartos faría a reforma, pero estou en paro e xa nin cobro a prestación. Tampouco consigo préstamos e o pouco que temos é para comer». La vivienda, reformada hace 15 años, lleva desde entonces con el ladrillo a la vista.

Si la Xunta o el Concello llamasen un día a su puerta con una denuncia en la mano, «recorrería a multa ou deixaría a casa -se resigna-. Irei para debaixo dunha ponte, pero eu son honrado e nin se me pasa pola cabeza contratar unhas obras que logo non podería pagar». Chófer y peón, Abeleira confía en que algún día «apareza un traballo». Mientras no llega, reclama «axudas» para acabar la casa, una petición recurrente entre los defensores del ladrillo pelado.

Para Francisco Martín (Paiosaco), «hasta certo punto está ben que obriguen a arranxar as fachadas, pero teñen que dar facilidades». La casa de Martín parece una escultura constructivista, con una intrincada superestructura sobre el tejado que, en equilibrio imposible, ancla el edificio desde arriba. «Fixeran a casa en 1963, pero logo viuse que non tiña piares nin vigas dabondo, que se afundía o teito, así que o meu pai inventou esta estrutura de cemento armado para suxeitala. E ata hoxe». El tubo grande que sobresale por un lado «é o tiro da cociña bilbaína».

Martín, que es propietario de la vivienda con sus hermanos, no se plantea la posibilidad de adecentar la fachada «porque non é rendible». Como pintor profesional realiza un cálculo rápido y preciso de cuánto le costaría: «Sonche uns 60 metros cadrados... 4.000 euros. Xa só de andamios sáenche máis de mil, e ademais, antes habería que saneala». En cualquier caso, como la mayoría de los particulares, ve «difícil» que la ley de la Xunta llegue a aplicarse alguna vez.