Besteiro cumple un año al frente de un PSdeG minado por las guerrillas

Domingos Sampedro
domingos sampedro SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Logró poner orden en las finanzas, pero no aplacó las tensiones internas

28 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Mañana se cumple un año desde el día en que José Ramón Gómez Besteiro tomó el mando del PSdeG con una tropilla de cascos azules. La misión que se autoencomendó en el congreso extraordinario del Auditorio de Galicia fue la de pacificar el partido, acabar con las divisiones y guerrillas que lo fueron debilitando con el propósito de cimentar la «alternativa real» al Gobierno del PP. No lo ha logrado. Pero sí pudo testar que el PSOE gallego es un territorio libanizado, donde no faltan facciones que le juraran a otras la completa aniquilación política, como se vio en los conflictos de la provincia de A Coruña o en ciudades como Santiago y Ourense.

Sí dejó entrever el líder del PSdeG un estilo distinto a la hora de dirigir la vida orgánica. No es el Touriño que a base de reglamento construyó su autoridad frente a las taifas de los noventa, ni tampoco el hiperactivo Pachi Vázquez que prendía un fuego cada mañana para intentar sofocarlo antes de la noche. Besteiro es de no quemarse. No falta quien critique que se ponga de perfil hasta que la solución caiga con la fuerza de la gravedad ni tampoco quien pida mayor rapidez en los cambios.

Mantener la imagen

Pero su forma de actuar, al menos, le ha permitido mantener su imagen casi intacta. «Eso no tempo que corre xa é un éxito», dice un gran conocedor de la historia del PSdeG, consciente de que hoy en día hasta el liderazgo más sólido puede ser derribado a causa de una frase o un desliz.

Besteiro se cuida de no errar. Su extrema prudencia -defecto para muchos y virtud para sus fieles- parece aconsejarle que a veces es mejor enredarse con una frase hueca que pronunciar otra que pueda tener consecuencias.

Finanzas en orden

Con todo, algunas decisiones también tomó. La primera fue poner orden en las finanzas del partido para hacerle frente a una deuda de 2,1 millones de euros. Y fijó un código claro para los casos de presunta corrupción, que pasa por apartar del partido a quien se enfrente a un juicio oral o medidas cautelares, algo que llevó a la práctica. En cambio, el PP tiene a alcaldes con juicio a la vista que siguen en el partido (A Baña o Trazo) y el BNG pide dimisiones a imputados de otras fuerzas, pero no a sus regidores en igual situación (Vimianzo o Arzúa).

El equipo de colaboradores es reducido y la dedicación al partido es solo parcial. Y la opinión más extendida es que acertó al elegir a una experta en relaciones laborales, Pilar Cancela, para manejar los conflictos internos desde el área de organización.

Aunque a Cancela le ocurre, como a los cascos azules, que casi nunca tiene mandato para abrir fuego. Nada de expulsiones o sanciones. La misión es entenderse, aunque sea al coste de mostrar al PSdeG como la corrala de Tócame Roque, en la que cada uno hace lo que le place. Si la lealtad se quiebra, como en Ourense, apenas pasa nada. Si se adulteran los censos, como en Santiago, ocurre poco. Y si se utiliza el aparato provincial para menoscabar a la dirección gallega, como en A Coruña, a lo sumo se negocia un despido pactado para Francisco Caamaño.

Eso permite a los besteiristas presumir de que no abriera ningún conflicto nuevo en el PSdeG. Es cierto. Pero tampoco resolvió las cuitas internas heredadas.