La mansión de Dorribo se transforma en una ruina de lujo con vistas a la ría

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

GALICIA

El saqueo se ceba con el chalé en Carril del cabecilla de la operación Campeón

07 sep 2014 . Actualizado a las 14:00 h.

La historia suena a aquel serial, Caída y auge de Reginald Perrin, la tremenda comedia británica basada en una novela de David Nobbs que arrasó en la televisión de mediados de los 70. Pero al revés y con aroma de corruptela de inconfundible estilo galaico. Cuando Jorge Dorribo, el empresario atrapado hasta las trancas en la operación Campeón, buscó un lugar para disfrutar de sus vacaciones, su mirada se detuvo en Carril (Vilagarcía). La urbanización que escogió para levantar su chalé no destaca, precisamente, por su cuidado respeto al entorno. No les bastó a sus promotores con la magnífica vista que de por sí ofrecía el monte de San Roque sobre la ría de Arousa, con las blancas playas de Cortegada como primera impresión. Necesitaron, al parecer, construir un alto y muy discutible farallón de piedra, que visto desde el mar mete miedo, para proporcionar a sus millonarios clientes una atalaya todavía mayor. Sorprendentemente, el trabajo que encargó Dorribo reparó, en parte, tanto desmadre urbanístico. Su segunda vivienda es un ejemplo de integración. De planta baja, prefirió horadar el subsuelo en busca de mayor espacio. El edificio destaca por su lujosa contención, cualidad que no ha impedido que sea víctima de un sistemático y contumaz saqueo desde que fue embargado por el juzgado número 3 de Lugo.

El chalé, precintado hace cosa de un mes para evitar las frecuentes incursiones de curiosos y festejantes, se había convertido en una cotizada pieza de turismo de catástrofe, político financiera en este caso. Hasta que los vecinos, cansados de comprobar que, efectivamente, en aquel lugar tenía que vivir Dorribo como un ministro, dejaron de visitarlo los domingos para dedicarse a actividades más provechosas.

Al principio, indica el propietario de un adosado cercano, «había bastante movimiento, pero poco a poco la cosa ha ido a menos», asegura el hombre. Las incursiones con aire de botellón parecen haber menguado. También las de quienes se han llevado de todo. Un jacuzzi, puertas, ventanas, fontanería diversa. Quedan el parqué, la pizarra, un tejado inmaculado y las cristaleras destrozadas. «Esto no fueron los yonquis, ¿eh?», añade el informante, con razones que convencen.