De Gerardo Conde Roa a Ángel Currás: tres años perdidos en Santiago

xosé manuel cambeiro SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Raxoi pasó de la alegría forzada al llanto y con múltiples «escraches» al acecho

15 jun 2014 . Actualizado a las 12:42 h.

«¡Mecachis en la mar!, siempre quise ser alcalde y cuando por fin lo consigo, después de tantos años, me dejan sin el cargo». El lamento podría ser perfectamente de Ángel Currás, pero es de su predecesor. El periodista se cruzó con él en Salgueiriños cuando bajaba a pie hacia la ciudad con una carpeta atestada de papeles. Al fondo, la efigie de la agencia tributaria, la que le echó de Raxoi y de la que procedía el papeleo. Encajó el golpe que a Currás le está magullando la moral.

Conde Roa, en su camino electoral hacia la alcaldía, quiso subir en globo y su partido le dijo que fuese a hacer locuras al monte Pindo, donde nadie le viera. Fue una premonición de las cabriolas, piruetas y fantasías que adornaron sus ocho meses de mandato, mientras zurcía unos proyectos que dejó en estado interesante y que Currás abortaría luego.

Como muestra de lo perra que puede llegar a ser la vida está el botón de la última extravagancia de Gerardo Conde. El ex alcalde alquiló un cuaternario autobús Cuíña, recién restaurado, para viajar a la cercana villa de Padrón a compartir la Pascua con sus colegas rosalianos. A la vuelta, y con el champán burbujeando en los cuerpos, los integrantes del grupo popular entonaron el «Asturias, patria querida», «El vino que bebe Asunción» y melodías anejas en el sufrido autocar. Alguien arrancó con Machín y salió ileso. Los hermanados ediles compitieron más en decibelios que en corcheas y semitonos, con voces oxidadas en la mezcla coral.

Fue una feliz excursión, de esas cuyo relato emboba a los nietos. Conde acababa de ser imputado y el grupo coreó al unísono en el Cuíña «A muerte con Gerardo», que luego con el paso de las horas y el negror del delito algunos ediles transformarían en muerte (política) a Gerardo. Las sensibilidades empezaron a aflorar. Paulistas (de Paula Prado) y gerardistas tomaron posiciones y la Xunta recibió el primer aviso para estoquear al toro de la discordia. Siguió el «consejo» de Conde y aupó a Currás a la alcaldía. El estoque de Feijoo salió por un ijar cuando pensó que había acertado. Con Conde Roa le había salido por el otro ijar. Qué difícil es atinar, hasta arriesgarse a los severos avisos del graderío.

«Oes, Cambeiro, ¿qué tal os teus fillos?», dice Currás al poco de blandir el bastón. Les ha dado clase en Xelmírez I y los vástagos hablan de un buen docente.

Un Ángel Currás radiante, todo lo radiante que puede llegar a ser, se hizo al fin con el consistorio y con toque divino colocó a los buenos a un lado y a los de Paula Prado al otro. Más adelante pondría a unos encima de otros. «Ahí lo estropeó, porque a ningún concejal le gusta que le mangonee otro», dice un mayor, del PP, en un café junto a la plaza Roxa. El nudo se retorcería y retorcería antes del desenlace. Muchos piensan que un simple espadazo de Núñez Feijoo, a lo Alejandro Magno, hubiera hecho desaparecer el nudo y la crisis.

Pero no fue así. Currás, tras repartir alas blancas y negras en su grupo, se fue a la cocina, donde quitó del fuego los proyectos calientes de Gerardo Conde para que no se quemaran y arañó iniciativas del programa para forjar la impronta de su mandato. Eso sí, a Paula Prado le recomendó que no merodease siquiera por el fogón. Traduciendo la situación a palabras le instó: Pauliña tu vales mucho en el Parlamento, pero aquí mando yo, muchacha, y me estás tapando la luz. No puede haber gallo y gallita en un mismo corral y Feijoo rescató a Prado y su verbo afilado para latiguear a la oposición.

Y hete aquí que, dueño de su destino, en enero le llega a Currás un recado judicial, sellado en Lugo, con el marbete Pokémon. «Mira, ten o dedo mordido», dice el redactor Xuxo Melchor. Uno se fijó en la pantalla en el dedo despellejado y sanguinoso de Ángel Curras cuando proclamó su inocencia. Casi se lo había comido con los nervios, y eso un poco antes hubiera sido un problema, porque fue el que le indicó la puerta a Paula.

Pilar de Lara había aparecido bruscamente en la vida del regidor marcándole el principio de un largo camino hacia el fin. Raxoi se convirtió a la vez en la casa de los horrores y en camarote de los Hermanos Marx.

Hacer amigos

El cronista observa, en el parque de Vite, a un señor que llena en la fuente un bidón de plástico. «É unha auga boísima», comenta Manuel. ¿Currás vendría por aquí a beber esta agua? «Eu que sei». El alcalde se marcha porque lo imputaron los jueces: «Algo faría, penso eu. E se o fixo que o pague».

El caso es que, tras la irrupción de Pilar de Lara, una a una fueron cayendo imputaciones a gogó sobre el palacio municipal disparadas desde distintos frentes judiciales. Los funcionarios del Concello se codeaban con los agentes judiciales en las oficinas de Raxoi en largas jornadas de convivencia: «É unha forma como outra de facer amigos», dice un sindicalista. O de encausarlos.

Currás aparenta calma chicha: «¿Cambeiro, que tal os teus fillos?». Bien, bien, van creciendo.

Fraude fiscal, Pokémon, Manga, facturas falsas, caso Carril, sentencias administrativas y, miren por donde, ha tenido que ser una causa casi express (la defensa de un imputado por corrupción con fondos públicos) la que ha terminado de tumbar a Currás. Una acumulación de gas, una cerilla volando, y adiós. Esa cerilla la lanzó Doris Sánchez, de origen dominicano, y su denuncia se llevó por delante siete ediles. Y retrató la ligereza de Ángel Currás: Doris le fue a visitar, porque estaba en paro, y el alcalde se la sacó de encima como pudo. Y Doris pensó que a él también ella podía sacárselo de encima.

El caso Doris retrató asimismo a algún sector de la población al que ningún gel es capaz de asear su costrosa mentalidad. Este redactor ha tenido que escuchar corrillos cerveceros mentando la oriundez dominicana de la denunciante. Un hostelero de la redonda de San Caetano fustigó: «A min ningunha sudaca me cambia o meu goberno». Doris es española, y de las que tiran llorando de los brotes verdes para poder sobrevivir.

El caso Adrián Varela y la expulsión de siete ediles no amilanan a Currás, él a lo suyo frente a la cuidada dentadura de Feijoo, a quien su visita a un santuario sintoísta nipón le ayudó a meditar sobre el futuro del consistorio capitalino. Entretanto, el prestigio de Compostela se había ido a la sección de restos, por debajo.

Raxoi es un marasmo. El cocinero Alberto Chicote visita la Praza de Abastos y más de uno se siente tentado a seguir sus pasos para ver si se encaminan hacia la cocina de Raxoi, con sus ollas desordenadas, las sartenes pringosas y los cazos que no han vuelto a su sitio. Un caos, coinciden los funcionarios, que le han dado la espantá a Currás el día de Santa Rita. El cronista tropieza con alcalde y como no pregunta nada sobre sus hijos se ve tentado a informarle de como están, pero al ver su mirada de hombre ido solo acierta de decir «hola».

Si hay una calle deliciosa en Compostela, que Dios (dicen) creó peatonal y el Concello motorizada, es la rúa de San Pedro. Ahí muchos creen que Suso Cobas, dueño de O Dezaséis, aúna dotes de alcalde, presidente de la Xunta y regente del templo de Delfos. ¿Suso, qué pasa en Raxoi? «Pois que é un elo máis da cadea de desgrazas que pasan en Santiago: O Códice, Asunta, o Alvia,...», emite serio.

El mal del cometa, que dice Niceas. Si hay un pueblo que se está curtiendo a marchas forzadas es el compostelano. Pero, al fin, a Raxoi le llegó una tregua saludable. Siempre es preferible escrachear un par de huevos de granja que a un político. Ángel Currás se va. Pero no del todo: «Si se queda de concejal será por encima de mi cadáver», dice una hostelera de San Pedro, cualquier diría que sin mando en ninguna plaza.

Era una etapa de vino y rosas la que se iniciaba en el 2011 con Gerardo Conde. Feijoo creyó al fin que el PP de Santiago, que le frio largo tiempo a disgustos, había cicatrizado. Pero de esa topera se alzaba un delito fiscal y tres años se han ido luego al garete. El cronista entra en un bar de San Roque y al poco lo hace Conde Roa. Gerardo, qué lío has montado en esta ciudad. «Sí, ya, tu periódico me ha tratado mal». Y los jueces también. «Mal, mal». Vamos, Gerardo, que lo de exagerar es más propio de las tierras del sur, según dicen. «Sí, sí, mal». Cambia de tercio: «¿Es cierto que me echó una buena bronca el juez Alfonso Villagómez en su juzgado hace treinta años? Casi ni me acuerdo. Vaya memoria». Los jueces de hoy no se limitan a echar simples broncas.

La ciudad sale del marasmo, sacudida por un terremoto de tres años. No hay edificios caídos, pero sí un orgullo alicaído por mor de una imagen que parece mostrar que todos las tipicidades delictivas conviven en Santiago. Por la rúas se oye «corrupto», «estafador», «malversador», «traficante de influencias» y lo malo, en verdad, es que se piense que alguien está pasando lista.