Los desaparecidos de Muros vivían muy cerca y todos tienen mujer e hijos

maría hermida / j. m. sande RIBEIRA / LA VOZ

GALICIA

Un joven que debía ir en el barco esquivó la tragedia al estar de baja

11 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La carretera AC-550, un vial plagado de coches, curvas y vistas espectaculares a la ría que lleva desde Muros a Noia, ayer se convirtió en la ruta del drama. En un tramo ubicado entre las aldeas muradanas de Tal y Abelleira, de no más de dos kilómetros de largo, y en casas prácticamente cosidas al asfalto, vivían todos los tripulantes gallegos del Santa Ana, sus familiares más cercanos y muchos de sus amigos. Así que, a media mañana, y mientras las noticias llegaban a cuentagotas de Asturias, los vecinos penaban de una vivienda a otra; dando abrazos aquí y apretones de mano allá. Prácticamente, no había nadie en estas aldeas que no fuese familiar de Lucas Mayo, Indalecio Mayo, Manolo Tajes o Manuel Simal. Así les describían, entre lamentos, a algunos de ellos.

Indalecio Mayo

Un carpintero al que la crisis empujó al mar. La historia de Indalecio Mayo, uno de los fallecidos del barco, sonará común a muchos vecinos de la costa gallega. Este hombre, de profesión carpintero, se fue a trabajar al mar cuando las cosas vinieron mal dadas en tierra. De esto, hace unos dos años. Tenía mujer y dos hijos. Uno de ellos, de treinta años, acompañó ayer a su madre a Asturias, donde acabaron reconociendo el cadáver de Indalecio. El otro hijo, de 26 años, trabaja en Perú, en el mar, a bordo de una draga. Con sus familiares más directos fuera, el suegro de Indalecio era quien recibía el pésame en Abelleira. Horas antes de que su hija le confirmase la mala noticia, el hombre, que trabajó toda su vida en el mar, con la cabeza baja y voz susurrante, decía: «Estas cousas non acaban ben, por iso non digo que Indalecio é o meu xenro, digo que Indalecio era o meu xenro».

Manolo Tajes

Un hombre curtido en el trabajo en el mar. Manolo, maquinista del Santa Ana pero al que en su aldea de Abelleira todo el mundo se refería a él como «o motorista do barco», es un hombre de mar. Lleva toda la vida subido a buques. Estuvo embarcado en Gran Sol, Sudáfrica... Su vida profesional siempre estuvo ligada a la pesca, en los últimos años ya trabajando para el armador del Santa Ana. Casado con una peluquera, el domingo, con su alegría habitual, compartió mantel con sus suegros y sus hijos, una muchacha de 20 años y un joven de 15. Ayer, rodeados de sus familiares, los dos chavales intentaban asimilar lo ocurrido. «Non son conscientes aínda de nada, por favor, non lles preguntedes nada, que son uns meniños e súa nai vai alá en Asturias», señalaba un primo hermano a las puertas de su vivienda. El abuelo de los muchachos insistía en lo mismo: «Os rapaces non se dan conta aínda de nada, o peor ven agora», manifestaba. En ningún momento, en sus palabras había esperanza. Recibían abrazos de sus vecinos, y unos y otros les insistían con el mensaje de consuelo más desconsolador: «Agora o mellor que pode pasar é que os atopen canto antes, que os traian para aquí e se poidan enterrar. Vivos non están».

Manuel Simal

El patrón que logró sobrevivir. Manuel Simal, de 50 años de edad, también casado y con dos hijas, es el único tripulante del Santa Ana que ayer podía contar lo sucedido. Era el segundo patrón del barco, responsable de pesca. Su trayectoria no es muy distinta que la de su vecino Manolo Tajes. También lleva toda la vida ligado al mar. Se dedicó al marisqueo, a la bajura... Llegó a tener su propio barco, que luego vendió. Hace ya años empezó a trabajar para el armador José Balayo, propietario del Santa Ana. Ayer, su vivienda, también ubicada en la aldea de Abelleira y a escasos metros de la carretera AC-550, estaba cerrada. Explicaban sus vecinos que su mujer, en cuanto supo lo ocurrido, puso rumbo a Asturias. De él se decía ayer que es muy profesional, que vive por y para el mar y que tiene mucha inquietud por los problemas que acucian a sectores como el de la bajura. En un día de tristeza en Tal y Abelleira, pensar en su suerte era lo único reconfortante para los vecinos.

El que no embarcó

En realidad, ayer había más familias tocadas por algo que quizás se pueda llamar suerte. En casa de la familia de Indalecio Mayo, sobre la una de la tarde, una mujer no podía contener el llanto. Mientras daba su pésame a los suegros del fallecido, les contaba que su hijo «salvouse de milagre desta traxedia». Su hijo forma parte de la tripulación del Santa Ana, y debería haber embarcado el domingo. Afortunadamente, no lo hizo porque lleva una semana de baja médica. Horas después, trascendía que otro joven de Muros, en este caso de Louro, también marinero habitual del Santa Ana, dejó el barco hace un mes porque le salió trabajo en tierra. Ambos, ayer, y como decía la madre de uno de ellos, «está claro que volveron nacer».