La Gran Guerra a las puertas de Galicia

Xavier Lombardero LA VOZ

GALICIA

La neutralidad española convirtió a los puertos gallegos en testigos de más de cuatro años de cañonazos

09 mar 2014 . Actualizado a las 15:25 h.

La neutralidad española convirtió los puertos gallegos en testigos y de más de cuatro años de cañonazos, torpedeamientos y naufragios que trajeron a nuestras costas tripulantes de todas las nacionalidades y una fugaz oportunidad para el enriquecimiento de algunos con el comercio que ambos bloques beligerantes no podían atender. Ya lo dijo Paul Valery, «la guerra es una matanza entre personas que no se conocen, para provecho de personas que sí se conocen, pero que no se matan». Gobernantes e industriales de uno y otro bando, principalmente. Alcanzó a muchos gallegos embarcados en mercantes nacionales que fueron echados a pique sin contemplaciones por los alemanes y aparecían incluso en las tripulaciones de barcos del bando aliado que, tratando de burlar la guerra submarina total declarada por los germanos, acabaron en el fondo del Atlántico. Frente a A Guarda, Fisterra, As Sisargas u Ortegal patrullaban sin descanso y al acecho los U-Boot. Emergían entre los pesqueros, eran vistos desde faros y atalayas y se aprovisionaban en algunas rías, de noche o a la luz del día.

Al principio obligaban a los buques a detenerse y, tras comprobar destino y carga hacia el enemigo, hacían descender a la tripulación a los botes para, a continuación, hundir la nave a cañonazos o con explosivos en los fondos. Así ahorraban torpedos, aunque en las fases más duras de la guerra (a partir de 1917) o cuando la presa trataba de escapar, recurrían a ellos. Algunos cálculos cifran en más de 12 millones de toneladas las pérdidas que ocasionó la guerra en la marina mercante mundial y la mayor parte está en el fondo del Atlántico Norte y el Cantábrico. Entre las víctimas inocentes o buques españoles que fueron enviados a burlar el bloqueo, están al menos 80 barcos, más de 145.000 toneladas, un 16% de la mercante patria según Enric García (¿España neutral? La marina mercante española en la I Guerra Mundial). Más de 271 hombres murieron en los ataques. A los que habría que añadir más españoles, muchos gallegos, fallecidos en naves de otro pabellón (en el Healdton estadounidense cayeron siete).

Entre los supervivientes había gallegos, como los que entrevistó La Voz en noviembre de 1916 tras ser torpedeado el día 8 a la altura de Fisterra el vapor norteamericano Columbian por el submarino alemán U-49 -uno de los sumergibles que más golpearon el tráfico marítimo en nuestras costas junto con el U-28. Este suceso alcanzaría gran eco en medios políticos de Washington y entre sus 109 náufragos desembarcados en Camariñas figuraban los tripulantes Marcelino Teijido, de Elviña (A Coruña); Manuel Mosquera, de Palavea (A Coruña); Lorenzo Fernández, de Fene y el gijonés José Díaz. Contaron que el barco había transportado caballos desde Boston (EE.UU.) a Saint Nazaire (Francia) y en el viajaban aún decenas de caballistas. Fue atacado en mitad de un temporal cargado ya con el siguiente flete: grasas y barras de acero hacia Génova (Italia). Primero les dieron el alto a cañonazos pero el U-49, que operaba como un fantasma que emergía para matar, tenía mucha «tarea» y regresó más tarde. Obligó al pesquero islandés Bragui a seguirle como navío auxiliar y con rumbo sur, hundió al inglés Seatonia, reteniendo a bordo a su capitán. Los vapores noruegos Balto y Fordalen (probablemente también al Buchaanam británico), el holandés Leda (cuyos náufragos llegarían a Vigo), serían los siguientes. Estuvo cañoneándose con otro mercante armado inglés que no se arredró pero averió al Idaho, de la misma nacionalidad, y al noruego Camma, cuyo remolque intentó el trasatlántico español León XIII. Fallido pues se fue a pique. Tuvo tiempo el U-49 -que según el historiador ortegano Higinio Puentes, mandaban Bernt Buch y Harl Edeling-, de hundir tres pesqueros ingleses y detener el vapor sueco Iris para que se hiciese cargo de los más de 170 náufragos en total, escoltándolo hasta Camariñas. El sumergible se metió en la misma ensenada para liberar a varios capitanes apresados que durante días hicieron «cama caliente» a bordo. Entre ellos estaba el del Columbian, F.F. Curtis. Todo ello ante el asombro local.

A los pocos días se informaba desde la Torre de Hércules del avistamiento con rumbo hacia las Sisargas y Fisterra de una flotilla de buques de guerra ingleses que se suponía pretendían ahuyentar o cazar al U-49, al que alguno de los náufragos llegó a atribuir más de 30 hundimientos en dos semanas (otras fuentes dicen era un lobo de una manada en la que también sobresalía el U 70).

Mientras tanto, ¿qué hacía España? Nada serio frente a las correrías germanas. Relajadas patrullas y amenazas de internamiento de buques que eran burladas constantemente. El contratorpedero Terror, que salió a vigilar, bastante tuvo con remontar el temporal. Además, tal como han reflejado Eduardo González Calleja y Paul Aubert en Nidos de Espías. España, Francia y la Primera Guerra Mundial 1914-1919 (Alianza Editorial) que aporta detalles de las redes de agentes y tramas de apoyo, la Armada era predominantemente germanófila (como el propio rey Alfonso XIII), y a pesar del reiterado hundimiento de barcos en las costas españolas, nunca tomó medidas contundentes en las tres millas jurisdiccionales españolas. Ni aún tras los agravios y el ensañamiento con náufragos de compañías españolas francófilas. Los sumergibles contaban con información y apoyo en Galicia. Con radios, desde barcos confinados en Vigo o A Coruña, espías y colaboradores o fondeaderos (Corcubión, Viveiro y las rías de Vigo y Arousa) en el sur para reaprovisionarse de alimentos, combustible y munición.

Cuando el submarino UC-48, comandado por Helmuth Lorenz, ingrese el 23 de marzo de 1918 en la ría de Ferrol, con daños por cargas de profundidad, su tripulación será agasajada en la base naval, de donde trataría de escapar en dos ocasiones, la última con trágico final. Franceses y británicos tenían su operativo de espionaje y propaganda, contaban con la posición aliadófila de Romanones y sus buques de guerra entraban en aguas españolas. El Gobierno, débil, se agitaba entre intereses para mantener la economía en marcha y sin huelgas, con una neutralidad acomodaticia. El comercio y contrabando de alimentos y minerales (el incipiente wolframio, el hierro) interesaban a los alemanes; las naranjas o sardinas -pese a la inestabilidad, el encarecimiento del carbón, el problema de suministro de hoja de lata y el peligro para la navegación, el puerto de Vigo, su comercio e industria, se expandieron en la Gran Guerra-, las necesitaban todos. España, Galicia, debía seguir abierta al tráfico y a espías.