Las noches que dormí con Gwyneth Paltrow

Cristóbal Ramírez

GALICIA

Una casa de turismo rural situada en Pidre (Palas de Rei) fue la elegida como campamento base por el equipo que rodó en Galicia «Spain... on the road again». Aalí pasó tres días Gwyneth Paltrow, que pisó el Camino de Santiago

10 feb 2014 . Actualizado a las 15:32 h.

Que quién es una tal Gwyneth Paltrow. Se hizo el silencio. Yo no podía gritar porque estaba encerrado en el baño de la Cantina do Río Covés, en Pontedeume, y desde luego, no quería que nadie me oyese. Al fin mi interlocutor soltó un chorro de palabras que en resumen venían a decir lo mismo: que yo era un ignorante. Y no le faltaba razón. En cine sobre todo. Pero minutos antes había cerrado un acuerdo con Charles Pinky: yo sería el único periodista que estaría con su equipo en los tres días que iba a estar rodando en Galicia Spain... on the road again y, cerrado el trato, me había revelado quién era la estrella del programa: Gwyneth Paltrow, nombre que yo escuchaba por primera vez en mi vida. Sonreí, argumenté que tenía una imperiosa necesidad de ir baño, desde donde telefoneé a mi amigo astorgano para que me ilustrase.

Salí sacando pecho y preguntando qué tal llevaba Gwyneth su Óscar por Shakespeare in love y cómo le iba su relación con el cantante de Coldplay. Mantuve el tipo. Un par de meses después, el 7 de octubre del 2007, llegué a la casa de turismo rural A Parada das Bestas, en el municipio gallego de Palas de Rei, y ya estaban allí Charles Pinky y su tropa, muy profesional y escasamente agradable, que tuvo a bien ignorarme por completo excepto una productora madrileña que hacía de puente y que lamento no recordar su nombre para decir con fundamento que pocas veces en mi vida me encontré con una impresentable como ella. Estaba también Gwyneth Paltrow, que resultó ser una tía delgaducha, de precioso pelo, atractiva sonrisa y una humildad ejemplar, tanto en el trato como vistiendo. Le dije desde el primer momento quién era y en qué consistía el trato. ?Me parece muy bien?, dijo indiferente.

La insufrible compañía

Lo malo de Gwyneth era la compañía. No la encantadora Claudia Bassols, sino Mark Bittman, prepotente periodista, y el insufrible Marco Batali, seudocinero que quemó una langosta delante de mis narices en Pazo Baión y que no sabía qué hacer con los grelos en A Parada das Bestas, donde María, la dueña, mantenía el pulso discretamente y daba suaves instrucciones a aquel patán. Desde luego, la oscarizada actriz no mostró ningún problema en remangarse y tanto cambiaba los pañales del pequeño de la casa, Antón, como se encargaba ella, como buena vegetariana, de cocer los grelos. A Parada das Bestas estaba cerrada para nosotros. El comedor y la sala parecían un escenario de la Guerra de las Galaxias, ocupados por cables y cacharros mil donde se gritaba, se consumía todo el alcohol que se ponía al alcance de la mano, se editaban las imágenes, se echaban broncas y se juraba en un inglés barriobajero. Gwyneth Paltrow y yo escapábamos de aquel ambiente y nos íbamos a tomar el aire. El tiempo era excelente y sentarse en el jardín a charlar de lo divino y de lo humano fue la tónica de las tres tardes, y su discreto guardaespaldas acabó dejándonos solos.

-¿Nos vamos a hacer surf, que aquí parece que van a tardar algo?

Abrí desmesuradamente los ojos. No me gusta la playa, jamás hice surf y espero entregar mi alma cuando llegue el momento sin poner un pie de una de esas tablas. Pero tenía la geografía de mi parte.

-¿Sabes dónde estamos?

-No, ni idea.

El mapa me libró de tener que dar una negativa. Las horas pasaban, pero no era cuestión de entrar en intimidades. Solo me permití una licencia de doble sentido: tras cenar el primer día, coincidimos yéndonos a las habitaciones.

-Creo que dormimos juntos estas juntos estas tres noches, Gwyneth.

Me miró algo desconcertada.

-Pared por medio. ¡Nuestras habitaciones están pegadas!