El empresario de Cambre secuestrado: «Me dijeron que me portase bien si no quería llevar cuatro tiros»

Emiliano Mouzo A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

«Me preguntaron por mi hermano. Les dije que hace dos años que no nos hablamos». Uno de los captores le espetó: «Non é contigo, pero agarrámoste a ti e xa está»

29 ene 2014 . Actualizado a las 15:00 h.

Sin conocer su rostro, media España habla estos días de Abel Diéguez Neira, el maderista de Cambre de 41 años que permaneció cinco días secuestrado en condiciones infrahumanas en un zulo dentro de una casa de una aldea de Lalín. Ahora, junto a su familia, trata de olvidar la angustia, la desesperación, el miedo que pasó en manos de unos principiantes, que rondan los 70 años, que idearon su rapto, a punta de pistola, sin ton ni son. Estuvo en poder «de unos locos matones» que lo encerraron y le hicieron vivir, encañonado en todo momento, entre sus heces. Con un café de por medio, este empresario relata a La Voz de Galicia el infierno de los últimos días. Abel aún no se atreve con el café. «Todavía sigo tomando tila», dice.

-¿Cómo se encuentra?

-[Abel mira a Pili, su mujer. Baja la cabeza. Solloza] No muy bien. A pesar del apoyo que recibo de mi mujer, de mi niño, del resto de mi familia, de mis amigos, de la Guardia Civil... Pensé que no los volvería a ver.

-Y tiene lesiones...

-Sí. Estoy sin piel en las muñecas porque me la arrancaron con las cuerdas y las bridas con que me ataron. También me duele mucho la cabeza por el culatazo que me dieron el día que me cogieron.

-¿Sabe por qué lo secuestraron?

-Me lo explicó, el día del secuestro, uno de los cuatro que me abordaron, el que me apuntaba con una pistola en la cabeza. Le dijo a los otros que yo no era la persona que tenían que coger. Y me preguntaron por mi hermano. Les dije que yo no tenía nada que ver con mi hermano, que incluso hacía dos años que no nos hablamos. Y comentaron: «Bueno, non era para ti, pero xa que viñeches, colabora».

-¿Cómo empezó este infierno?

-Con una llamada de teléfono de un hombre que se identificó como Víctor [era Jesús Mejuto] que me quería vender la madera de un monte, cerca de Montesalgueiro, que pertenecía a un tío suyo que se estaba muriendo de cáncer en el hospital de Lugo. Y tras cancelar varias veces el encuentro, quedamos a las cuatro de la tarde del sábado 18.

-¿No se conocían?

-De nada. Lo vi por primera vez en el aparcamiento de un bar de Montesalgueiro. Allí me esperaba ese hombre en un Honda Civic rojo. De hecho, nuestros coches estaban pegados y tuvo que llamarme por teléfono para reconocernos.

-¿Y qué pasó?

-Abrí la puerta de mi coche y ya lo tenía a mi lado. Me contó que no había podido matar los cerdos y que estuvo toda la mañana bebiendo vino.

-¿Lo asaltó allí?

-¡Qué va! Le pregunté si íbamos juntos, en mi coche, a ver la madera. Me dijo que no, que lo siguiese a él. Cuando cogimos el desvío hacia Ferreiros vi por el retrovisor que nos seguía otro coche. Era blanco. Durante todo el trayecto circulamos a una velocidad normal. Pero de repente el Honda comenzó a acelerar y me dejó colgado. A los pocos metros frenó, en medio de la pista, y su conductor bajó. Me señalizó con las manos donde debía aparcar, y le hice caso. [En ese lugar fue hallado el coche de Abel].

-Y después.

-Vi que el coche blanco, un Renault 19, aparcaba detrás del mío. Abrí la puerta de mi coche y el tal Víctor vino hacia mí. Sonreía. Clavó sus ojos en los míos y hacía gestos con ellos para que yo mirase hacia abajo. Lo hice y ya vi, y también noté, una pistola pegada a mi pecho.

-¿Cuál fue su reacción?

-¿Qué fas?, le pregunté.

-¿Y qué le dijo?

-¡Colabora! Así hasta en dos ocasiones.

-¿Se puso usted nervioso?

-Y mucho más cuando se me acercó otro hombre [el último detenido por la Guardia Civil] y me apuntó en la cabeza con una pistola. Fue el que dijo que yo no era la persona que querían, cuando me preguntaron por mi hermano. Fue él quien me golpeó con la culata en la cabeza y me hizo perder el sentido. Y llegaron otros dos hombres, el chaval [el hijo de Jesús Mejuto], que tenía acento mexicano, y otro más, que no reconozco entre las fotos de La Voz. También llevaban pistolas.

-¿Trató de defenderse?

-Casi no tenía fuerzas. Y me arrastraron hasta el maletero del Renault 19. Me tiraron como un saco de patatas. Me ataron las manos y los pies, me pusieron una capucha y me taparon la boca con una cinta.

-¿Pensó que era el fin?

-Sí. Pero aún así pensé en el Renault 19 que tuvo mi mujer. Como pude me levanté la capucha y desmonté el plafón del intermitente y saqué las bombillas. Logré abrir un poco el portón y vi el monasterio de Sobrado dos Monxes, y a gente paseando por el arcén. Por el estrecho hueco hice señas, pero no me vieron. Ellos se dieron cuenta de que abrí el maletero y pararon el coche para cerrarlo, y esta vez lo hicieron con llave.

-¿Lo volvió a intentar?

-Sí, y volví a abrirlo. Vi que viajábamos por Friol. Hice toda la fuerza del mundo para reventar las bridas que me ataban los pies. Y pensé en tirarme del coche, pero íbamos a mucha velocidad. Decidí esperar. «A lo mejor no me matan-pensé-, y si me tiro en marcha, seguro que me mato». Además ya no volví a ver a gente por la carretera, a nadie que pudiera ayudarme si me tiraba.

-¿Y volvieron a cerrar el maletero?

-Sí, el último hombre que detuvo la Guardia Civil. Y me golpeó hasta casi matarme. Me puso el cañón de la pistola en el cuello y me dijo: «Te voy a matar hijo de puta». Yo le pedí por favor que se tranquilizara. Me volvió a atar, pero esta vez con una cuerda desde los pies a las muñecas. Y cerró el maletero, con fuerza, hasta hacerme daño en las rodillas.