Evidentemente, que se queme el santuario más visitado de la Costa da Morte no es algo para celebrar, pero sí tiene algunas consecuencias positivas, al menos a corto plazo, como son los numerosos clientes que reciben estos días los bares y restaurantes de la localidad, que, según explican los hosteleros consultados, multiplican varias veces lo habitual.
Junto al ingente trabajo de reconstrucción por hacer y al negocio momentáneo queda sitio para la simple curiosidad, la de cientos personas que se acercan a A Barca para hacer la foto, como ya ocurrió antes con las rocas ennegrecidas por el chapapote, pero también para momentos emotivos y muchas frustraciones. «Eu xa a vira en fotos, porque o primeiro que fago todos os días despois de levantarme e ler La Voz, pero aquí, no sitio, a verdade é unha auténtica pena ver como está todo», señalaba el jubilado vimiancés Eliseo Amigo, que también se vio sorprendido por la afluencia de gente -«Parece día da Barca», aseguraba- y se quedó con las ganas de conocer más detalles. «Eu quería entrar, pero non deixan e paréceme normal porque son moitas as persoas que están aquí e pode pasar calquera cousa», concluía el septuagenario, que además de acérrimo militante durante muchos años del Partido Comunista es un voraz coleccionista de todo tipo de objetos.