La defensa nocturna de Ardaña

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA CARBALLO / LA VOZ

GALICIA

ANA GARCIA

Los vecinos de la parroquia carballesa rechazan retirar las patrullas

22 sep 2013 . Actualizado a las 13:17 h.

Es la una de la madrugada en Ardaña, una parroquia densamente poblada a dos kilómetros de Carballo. La luna llena aporta una gratificante claridad a una noche templada. Se diría que hasta da gusto estar sentado a la fresca en el campo da festa, adonde han ido llegando unos cuantos vecinos hasta completar casi una docena. La mayoría están hartos y pesarosos. Hartos de vivir en la inquietud de este verano que se muere y donde han proliferado los robos en los domicilios de la parroquia y pesarosos de la presión mediática que los ha situado como una gente poco civilizada, más propensa a vigilar las madrugadas con palos y linterna que acudir a los procedimientos habituales para denunciar un hurto o un robo.

Unas horas antes, sobre las nueve, alrededor de la iglesia se había concentrado algo más de gente. Una treintena de personas; gente mayor, mujeres recién salidas de la novena y algún matrimonio joven. Cualquiera diría que intentaban ponerse de acuerdo sobre las fiestas que se celebrarán la semana que viene o alguna otra trivialidad. Pero lo que estaban discutiendo era si, tras un mes de patrullas nocturnas y de haber salido en programas de todo el espectro televisivo, había llegado el momento de parar.

Una buena parte de los vecinos opinaban que se habían conseguido resultados: al menos de tanto en vez se veía a la Guardia Civil y los robos se habían detenido. Pero la madrugada del jueves, la pequeña escuela unitaria de la parroquia, un auténtico fortín enrejado de arriba abajo, fue víctima de otra tentativa para llevarse, sin éxito, el único objeto de valor que atesora: el ordenador. Así que el ánimo se ha tornado sombrío de nuevo y, entre los presentes, cobra fuerza la idea de no abandonar.

Situación estratégica

Antes de continuar, conviene incluir un detalle geosocial. La parroquia limita por casi todos sus puntos cardinales con asentamientos de moinantes. Lugares con resonancias legendarias como A Colina, O Monte do Carmen, A Grela, donde, se dice, ni las fuerzas del orden entran, a no ser que se produzcan operativos especiales, grandes redadas que, por otra parte, no son tan infrecuentes. Así que las buenas gentes de Ardaña creen estar al cabo de la calle de lo que se cuece en esos lugares y por eso piensan que los jóvenes cachorros de los poblados se han dedicado este verano a hacer prácticas en sus alpendres, llevándose lo que han podido. A alguno le levantaron seis mil euros en maquinaria; a otro, el coche. En una casa entraron dos veces la misma semana. Todo el relatorio de agravios que les ha llevado a pasar en vela algunas o muchas de las noches de este verano, sale a relucir en la reunión, durante la cual se vota varias veces. Si lo dejan, volverán los robos, opinan algunos. Otros dicen que ya está bien.

Este episodio ocurrió el viernes. La madrugada del sábado, una docena de vecinos volvían a la calle. «Nadie nos puede obligar a quedarnos en casa», razonaba una joven madre. «Hacemos la ruta del colesterol, que es lo que nos manda el médico, pero de noche», apunta otro.

Durante un buen rato exponen sus razones. No se denuncia porque nadie tiene confianza en el proceso. Entran por una puerta, salen por la otra. Personal que suma decenas de detenciones: «Y aquí nos conocemos todos». «Estamos hablando contigo porque no hay cámaras. Si hubiera una cámara, pocos te dirían algo», me aclara un hombre joven, que asegura no haberse peleado con nadie «en toda mi vida». Me muestra el móvil y me dice: «Esto es todo lo que llevamos. Si vemos algo sospechoso, avisamos y ya está».

El personal está escocido por las críticas, algunas muy hirientes. Hasta la Subdelegación del Gobierno les mandó irse a casa. Pero, claro. ¿Qué pasa si vuelven a entrar? ¿Qué hay que hacer cuando un tipo en una moto se para durante media hora a observar tu coche? ¿Qué ocurre cuando lo vuelve a hacer al día siguiente? ¿Entrarán en casa esta noche? No. Seguirá habiendo patrullas.

-Bueno, haberá que ir dar unha volta, ¿non?

Y la gente se pone en marcha. Un grupo caminará por el entorno del núcleo más poblado, donde más robos y tentativas se han producido y el otro se embarca en un todoterreno para patrullar por el resto de la parroquia. En el coche vamos tres. Por el camino, van señalando el itinerario de los ladrones: «Alí roubaron... alí tamén... esta é a escola, onde estiveron o xoves... alí entraron dúas veces...». Subimos por pistas desiertas, desatamos algún ladrido por las casas con el patio iluminado que salpican el recorrido y volvemos sin novedad. Poco después, un coche oscuro pasa por la pista a una velocidad desmedida y nos obliga a ponernos en marcha. No lo volvemos a encontrar, pero el recorrido nos lleva hasta A Colina: «Mira que casas teñen». El asentamiento está lejos de ser un poblado y las viviendas, en medio de la noche, no se diferencian en nada de las del resto de la parroquia.

De vuelta en el campo da festa, las dos patrullas se cruzan novedades o, más bien, la ausencia de ellas. Así ha sido durante todos estos días. Algún tiempo después, se encontrarán con un coche sospechoso que resulta ser un vehículo camuflado de la Guardia Civil. Al final, parece que sí, que algo se mueve y que, en alguna medida, las quejas han sido atendidas. El encuentro pone de buen humor a los vecinos que, varias horas después de su primera reunión y con unos cuantos kilómetros en las piernas, regresan a casa. Pese a todo, dicen, las patrullas continuarán.

-¿Y en invierno?

-Patrullaremos en coche.