Accidente en Santiago: La «familia milagro» de Ferrol se enfrenta a la realidad del paro

Jorge Casanova
Jorge Casanova FERROL / LA VOZ

GALICIA

Familia

Aún esperan que les reciba un psicólogo pese a que todos lo necesitan

24 ago 2013 . Actualizado a las 18:35 h.

Nadie está muy bien en la casa de los Castro. Ya ha pasado un mes desde el accidente pero ¿qué es un mes? Poco, demasiado poco. Yéssica, una joven madre de 32 años, es la que soporta más secuelas físicas: tiene el pie y dos costillas rotas. Los demás, Daniel, el padre; Carlitos, el chaval de siete años y Teresita, el bebé de dos meses, están, a primera vista, recuperados. Pero no lo están. Carlitos ha dejado de dormir en su cama y hace lo que puede para no quedarse solo: «Si antes era inquieto, ahora lo es diez veces más», dice su madre. Y Teresita, que apenas tenía un mes cuando el Alvia descarriló, también está molesta: «No duerme casi nada. Hay que moverla constantemente para que se tranquilice». Daniel recoge al bebé de los brazos de su madre en el pequeño salón de su casa de Ferrol donde Carlitos, sentado en el suelo, consume dibujos animados aparentemente ajeno a nuestra conversación.

La familia volvía el día 24 desde Madrid, donde se habían desplazado para tramitar unos documentos que permitan convalidar el título de maestra que Yéssica se sacó en Venezuela. Habían pasado, además, dos jornadas en el parque Warner; unas pequeñas vacaciones para Carlitos acostumbrado a escuchar que no se puede cuando pedía algo. Hasta la fecha, la familia se arreglaba con una prestación de algo más de 400 euros. Así que aquel viaje fue algo muy extraordinario. Igual que el accidente. Igual que el hecho de que los cuatro salieran con vida de allí.

Ver sin gafas

Yéssica recuerda que, cuando el vagón se paró, ella estaba encajada en la estantería de los equipajes con el bebé sobre su pecho y el cuerpo lleno de golpes. Y Daniel, abrazado a Carlitos, fue capaz de sacarlos a los tres: «Sin los lentes, que los había perdido. Y eso que no puede estar sin ellos, porque no ve nada. Pero aquella noche lo veía todo». De aquellas gafas, nunca más se supo, así que se ha tenido que comprar otras. Las de Yéssica, que eran nuevas, se las han repuesto. Pero el carrito de Teresita, no. «Reclamamos que nos dieran otro, pero la compañía de seguros nos pide la factura del cochecito. ¿Y qué factura le vamos a dar, si nos lo regaló mi hermana?», se pregunta Yéssica. Así que el bebé se tiene que conformar con otro cochecito prestado en el que, según su madre, ya no cabe.

Con todo, su queja más amarga es la falta de ayuda psicológica: «Se lo dije al médico de cabecera y me preguntó que para qué. Y le contesté que al menos quería quitarme de la cabeza los gritos de la gente». Aún no tienen la cita. Está pedida, pero sin fecha.

Hace una semana regresaron a Angrois: «Queríamos agradecer a una señora que nos ayudó a salir. La encontramos y estuvimos hablando como una hora. Pero estar allí... Se ve el cemento roto, el ahumado que dejó el fuego. Se siente raro», recuerda Yéssica. «Se siente horrible. Se siente mucho dolor», interviene Daniel, que le pasa otra vez la niña a su madre. Está a punto de irse a trabajar, la única consecuencia positiva que les ha traído el accidente. En Alcampo, donde ya había estado empleado, le han contratado por un mes y medio. Al parecer, bastantes clientes preguntaron por él cuando le reconocieron aquellos días. Yéssica cree que es él quien lo lleva mejor. Ir a trabajar le permite distraer la cabeza. Ella lo tiene más difícil. Sale un poco a pasear cada día, calle arriba. Pero el pie enseguida le obliga a claudicar Y ni siquiera se puede reír, porque el dolor de las costillas la machaca.

«No quiero pelear»

Hablamos sobre el azar, sobre el hecho de que los cuatro se salvaran en medio de tanta muerte. Teresita, tan frágil, que salió con un levísimo corte en su cabecita: «Yo le digo lo mismo a todos. Hubo un ejército de ángeles que nos salvó», repite Yéssica. Pero un mes después, eso no es suficiente. La rutina ha traído su tristeza: «Estoy aquí encerrada, sin empleo y lo que pasó me deprime muchísimo. Sobre todo el no tener trabajo».

De momento, no ha habido indemnizaciones: «Vamos a esperar a septiembre, pero yo no tengo ningunas ganas de pelear. Ya sé que no me voy a volver millonaria. Solo quiero que le paguen las gafas a papá y un carrito bonito para tí», le dice al bebé que intenta sonreír. Es la cruda realidad de las víctimas. De estas al menos, que tras el accidente recuperaron la vida, pero nada más. Yéssica aún recuerda cuando les dieron el alta, aquella misma noche y no tenían cómo volver a Ferrol: «Tuve que pedirle a un primo que tiene el carné recién sacado que nos vinieran a buscar, porque pregunté en el hospital si nos pagaban el taxi y nadie se comprometió».

La familia milagro, como alguien les bautizó aquella noche afronta aún un largo camino de recuperación. Queda tiempo para que las cosas se parezcan a cómo eran antes, pero en el fondo los cuatro se saben juntos, se tienen y se quieren. Ahora solo les falta un poco de trabajo.