La sobria despedida de la millonaria que sabía ser persona

e. eiroa / g. lemos A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

Ni cruces ni funerales en unas sencillas exequias en el cementerio de Liáns

18 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

El de Rosalía Mera fue un entierro normal, como son los entierros, con familiares destrozados por una tragedia inesperada. Podía haber sido de otra manera, pero en Liáns las puertas estuvieron abiertas a todos los que quisieron acercarse a despedirse de ella, que descansa ya bajo la tierra de Oleiros, a la sombra de los árboles.

Hubo representación política -con el presidente de la Xunta entre los asistentes-, empresarial -con muchos directivos de Inditex-, y hubo también muchas lágrimas más anónimas, de personas que la conocieron en algún momento o que lograron su ayuda a través de la Fundación Paideia. Todos mezclados, con Luar na Lubre tocando el himno del Antiguo Reino de Galicia. Sin grandes mausoleos, sin rejas, sin hombres de negro con pinganillo. Normal, sin duda como le hubiera gustado.

Los primeros en llegar

Como primero en el hospital y más tarde en el tanatorio, Amancio Ortega fue de los primeros en llegar a Liáns. Hacia las diez y veinte de la mañana ya estaba allí, vestido, como siempre, con su eterna camisa blanca y cara de aflicción. Y de no entender qué hacían allí tantos periodistas esperando para captar el último adiós a Rosalía Mera. «Las cámaras vienen a despedir al personaje, nosotros estamos por la persona», diría poco después, en su breve intervención -la familia no quería actos religiosos- el párroco de Liáns, José Carlos Alonso, quien también se refirió a Mera como «esa mujer que nunca olvidó sus orígenes y a la que no le importó ser políticamente incorrecta, coherente con sus ideas y que nunca olvidó su conciencia social».

Sobre su sepultura, una única corona, de flores blancas, la de la Fundación Paideia y su grupo empresarial. A unos metros descansaban muchas más flores, las enviadas por compañías con las que tuvo relación su fundación, amigos, ayuntamientos y hasta colegios.

Como estaba previsto, la ceremonia fue breve. Faltaban tres minutos para las once cuando llegó el coche fúnebre. El féretro fue llevado hasta la sepultura por colaboradores de su fundación y allegados.

Tras él marchaba su familia, con Sandra Ortega al frente, con el vicepresidente de Paideia, Guillermo Vergara, muy cerca y visiblemente afligido. Las hermanas de Rosalía Mera abrazaron allí a su sobrina.

Además del himno del Antiguo Reino de Galicia sonó en Oleiros Piensa en mí, tocado al violín por Eduardo Coma, músico de Luar na Lubre. Seguramente la intérprete de la versión más popular de ese tema, Luz Casal, amiga personal de Mera y presente también ayer en Liáns, no tenía voz, en esos momentos, para entonarla ella misma.

Antes de que una losa de granito gris cubriese para siempre el féretro de Mera, su hija se acercó a despedirse de ella con una única flor. Fue, seguramente, el momento más emotivo de unas exequias que, a fuerza de sencillas, retrataron sin tapujos a la persona a la que todos despedían.

Un cuarto de hora

A las once y cuarto todo había terminado, aunque los cientos de personas allí reunidas tardarían todavía un tiempo en marcharse. Sobre las doce de la mañana Sandra Ortega y su esposo, Pablo Gómez, abandonaban Liáns, más o menos al mismo tiempo que lo hacía Amancio Ortega acompañado por amigos y familiares.

No faltaban muchos más. Poco a poco los cientos de personas allí reunidas se fueron dispersando en silencio. Solo Rosalía Mera se quedaba atrás en un lugar que le encantaba y en el que habitualmente reina la alegría. A la media hora comenzaba, a pocos metros, en la iglesia, una boda. Un buen lugar para descansar.