Las víctimas de la tragedia: Ese buen chaval, de rizos, lleno de vida y muy cariñoso

Sofía Vázquez
Sofía Vázquez REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

26 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Tímido -aunque nunca con las personas cercanas- y muy buen chaval. Ese es el carácter que en el patio y en las aulas del colegio Santo Domingo, de A Coruña, hizo que Jacobo Romero Rivera destacara entre el resto de sus compañeros. Los profesores lo recuerdan, y también los frailes: «Era un chaval muy bueno, morenito y de rizos. Y muy cariñoso». Lleno de vida.

Allí estuvo hasta primero de BUP, y luego ingresó en Peñarredonda y sus estudios superiores -informática- los realizó en Ourense.

A sus 30 años seguía como siempre, siendo cariñoso hasta la médula; y amigo de sus amigos. Pero sobre todo muy familiar. Su padre, José Romero, y su madre, Carmen Rivera, tenían ayer rota el alma. También sus tíos, José María Arias, presidente del Banco Pastor y vicepresidente del Popular, y su mujer, Pilar Romero.

Jacobo era un puntal de las estrellas de Hijos de Rivera. Formaba parte de su árbol genealógico. Por parte de madre.

En el momento que el tren descarriló en Santiago destrozó la vida de Jacobo, de 30 años. Tras unos días viajando en un crucero llegó a Madrid, donde había visitado a una de sus dos hermanas, María y Cristina. Su destino el 25 de julio era A Coruña, donde residía.

Jacobo se paraba por la escalera de casa de sus padres, en plena plaza de Vigo, para saludar a los vecinos. Algunos recuerdan su cordialidad, su manera de hablar. Los veía con cierta periodicidad porque trabajaba por la zona.

Sus amigos estaban ayer destrozados. La muerte les arrebató a su amigo demasiado pronto.

Jacobo estaba muy enamorado. Era un hombre de espíritu sereno. Con él se sentía la calma, desprendía placidez.

Los protagonismos no iban con su manera de ser. Los evitaba. Huía de ellos.

Ayer, él volvió a unir a su familia. Todos sus miembros estaban destrozados. Jacobo era uno de los primos pequeños; y lo adoraban tras vivir una infancia llena de recuerdos.

La noche del 24 de julio se había hecho larga, interminable. El día 25 más largo aún. Todavía quedan jornadas duras.

Jacobo Romero Rivera hizo un último viaje, que acabó en una curva. Maldita.