Veinticinco años del asesinato de Claudio San Martín: «Oímos gritos y disparos por el teléfono y ya pensamos lo peor»

Pablo Portabales
Pablo Portabales A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

PACO RODRÍGUEZ

Las hijas del empresario hablaban con sus padres cuando los grapos llamaron a la puerta

02 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Carmiña, Azú y Mónica, las tres hijas de Claudio San Martín, estudiaban en Madrid. Tenían 22, 20 y 18 años, respectivamente, cuando su padre fue asesinado en su domicilio de A Coruña, en la céntrica calle Sánchez Bregua. La última vez que lo vieron con vida fue dos días antes en la capital de España, adonde solía desplazarse por trabajo y aprovechaba para estar con ellas. Poco después de las tres de la tarde de aquel viernes 27 de mayo de 1988, Carmiña, Azú y Mónica charlaban tranquilamente por teléfono con su madre, Carmen Corredoira.

En aquella época no había móviles y el fijo estaba situado en el hall de entrada de la vivienda. «Oímos el timbre. Nos dijo: ??Esperad un momento que voy a abrir la puerta, que traen un ramo de flores??. Oímos gritos, disparos y la línea se cortó. Ya entonces pensamos lo peor», recuerdan Carmiña y Azú ante la vivienda donde los Grapo perpetraron el asesinato. Su otra hermana, Mónica, vive en la actualidad en Bruselas. Un año antes su padre les había contado que estaba amenazado. Le habían llegado varias cartas de los terroristas, que lo conminaban a pagar un impuesto revolucionario. «Nos lo dijo a la familia. Habló con la policía y le aconsejaron no hacer todos los días lo mismo, variar de rutas, cambiar de recorridos... De hecho días antes le habían recomendado viajar y pensaba irse al día siguiente a Colonia porque coincidía que se celebraba una feria. No llevaba escolta», comentan. Claudio San Martín había ocupado el cargo de presidente de Caixa Galicia, era vicepresidente de la Cámara de Comercio y director general de Supermercados Claudio. Tenía 53 años cuando tres terroristas llamaron al timbre de su puerta.

Las horas posteriores

A sus hijas les cuesta contener las lágrimas cuando recuerdan lo sucedido. «Siempre lo tenemos presente. Fue un hombre excepcional a todos los niveles. Nos acordamos de él todos los días. Se llevaba bien con todo el mundo. Ayudaba a la gente e hizo mucho por Galicia. Era vitalista y emprendedor y si no llega a pasar lo que pasó, hubiese llegado adonde le diese la gana. No era ambicioso de tener, sino de compartir. Los sábados hacía rondas por los supermercados y conocía a todo el mundo. Hoy, antiguos empleados nos siguen hablando de él. Reconforta y es un motivo de orgullo. Le encantaba estar rodeado de niños y siempre veía el vaso medio lleno», destacan de su padre con la voz entrecortada.

Vuelven atrás, a aquella fatídica tarde del 27 de mayo del 88. «Llamamos a una prima que vive en el piso de encima del de mis padres y nos dijo: ?No pasó nada, pero veniros?. Hasta ese momento te montas una película en la cabeza, pero te vas dando cuenta. Fuimos al aeropuerto para conseguir un vuelo. Nos vino a buscar a Lavacolla un hermano de nuestra madre. Lloraba tanto que no hizo falta decir nada. De hecho, nadie nos dijo ?lo han matado?. Pero lo sabíamos», rememoran. En A Coruña les esperaba su madre (ellas hablan de supermadre) que hasta ese momento no sabían si había resultado herida por los disparos. «Gracias a ella lo supimos llevar mejor. Nos contó lo que había sucedido y nos dijo ?llorar lo que queráis?. Dos días después nos comentó: ?la vida sigue, hay exámenes y tenéis que intentar aprobar?. Mi madre nos hizo una vida fácil. Nunca cuenta nada malo», resaltan. Jamás se plantearon dejar el piso en el que vivían y en donde se produjo el dramático suceso. «Es nuestra casa. Hasta mucho tiempo después convivimos con los impactos de bala en el ascensor y en el hall. Ahora ya no están».

Detención y juicio

Pasados unos tres años detuvieron al autor material de los disparos y se celebró el juicio. «Fue duro ver cara a cara al asesino de mi padre. Le cayeron 26 años. Creo que ya no estará en la cárcel, pero es algo que no nos interesa. No vamos a ser más felices. Nos destrozó la vida», comentan. «Hace tiempo que me di cuenta que no podía llevar encima la carga del rencor, del odio...», intenta decir Azú, pero las lágrimas se lo impiden.

Reconocen que estos días son especialmente duros porque los periódicos recuerdan el aniversario. «Ahora, y cada vez que hay un atentado, revives lo que pasó. Los años amortiguan el dolor y aprendes a convivir con él. Te pones corazas. No puedes estar preguntándote siempre ¿por qué?, porque no tiene contestación y te puedes volver loca», reflexionan.

Repuestas de la emoción, comentan que hace poco su madre decidió celebrar las bodas de oro matrimoniales (cuando falleció su marido llevaban 28 años casados). «Toda la familia acudimos a una misa y a una comida y días más tarde nos marchamos todos de viaje», recuerdan. Se declaran positivas y vitalistas, como era Claudio San Martín. «Cada una tiene algo de él», aseguran. «Tuvimos muchas cosas buenas en la vida y mi madre fue un puntal. Hay que saber entender que a nadie le importa tu dolor y no buscas que nadie te compadezca. Pero del asesinato de mi padre nos quedaron secuelas en el alma», sentencian Azú y Carmiña.