Muere en la calle un indigente al que un médico decidió no hospitalizar

Xurxo Melchor
xurxo melchor SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Falleció en Santiago después de ser visitado por el personal del 061

04 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Caniche no estaba bien. Toxicómano y alcohólico, era uno de los indigentes que se cobijan bajo la dársena de la estación de autobuses de Xoán XXIII, en Santiago, y pasaba el día pidiendo limosna en el entorno de la plaza de Cervantes. La noche del jueves llegó peor que de costumbre. «Estaba amarillo, con muy mala cara. Hasta tuvimos que ayudarlo a acostarse», explica el que era su mejor amigo en ese refugio improvisado en plena calle. Tan mal lo vieron sus compañeros, que llamaron a una ambulancia, «pero el médico ni le tocó, nos preguntó qué había tomado, se lo dijimos y todo lo que hizo fue decirnos que lo tapásemos bien y lo dejásemos dormir», añade. Ayer amaneció muerto. «Le di unos besos en la cara y estaba frío y tenía sangre coagulada en la boca», se lamenta. Se llamaba Andrés Canet Requena, era natural de Valencia y tenía 42 años.

El 061 ha confirmado que recibió una llamada a las 22.13 horas. La hicieron los amigos de Caniche. También que se envió una ambulancia medicalizada y que llegó rápido, así como que el médico lo atendió y que decidió no trasladarlo al hospital.

Sentados en uno de los bancos de madera que hay junto a la dársena que cobija a este grupo de sintecho, los amigos de Caniche se preguntaban ayer si el médico hubiese tomado la misma decisión si la llamada la hubiese hecho alguien cuya única posesión no fuesen unos cartones y unas mantas y cuyo día a día no transitase de la mano de la metadona, la heroína, el alcohol y los tranquilizantes.

«Somos una hermandad»

«Aquí hoy no hablamos de otra cosa, imagínate», comenta un amigo de Caniche. «Nosotros somos como una hermandad. Todo el mundo se ayuda, se comparte lo que se tiene y lo que no se tiene también. A mí muchas veces me faltaba dinero para ir a comer a la cocina económica y él me lo daba. Y es que yo no valgo para pedir, me da vergüenza, y él me ayudaba. Ha sido un palo encontrármelo hoy muerto. Era muy bueno conmigo, siempre te daba lo que tenía, lo que fuese. Si tenía un bocadillo te lo daba y si tenía un café siempre te invitaba, y eso aquí se agradece mucho».

Como muchos de sus compañeros de la dársena de la estación de autobuses de Xoán XXIII, Andrés Canet recibía la ayuda de Cáritas o de la Cruz Roja e incluso de particulares que les llevan café o bocadillos casi a diario. Unos pocos para los que estos sintecho no son invisibles. Unos pocos que han escuchado unas historias que hoy son suyas, pero que mañana podrían ser las de cualquiera que se viese en las situaciones que ellos han tenido que afrontar.

«Yo fui legionario», cuenta uno de los amigos de Caniche. El mismo que ayer por la mañana lo encontró sin vida bajo sus mantas. Prefiere no hacer público su nombre porque sus padres no saben que vive en la calle. «Estuve en Bosnia y luché en Irak y Afganistán -añade- y amé este país como a nada en el mundo, pero ahora casi que me da asco». Tras su paso por el Ejército, un amigo le consiguió un trabajo en el puerto de Ferrol. Todo le iba bien hasta que tuvo un grave accidente laboral. «Me amputé un dedo -explica mostrando la prótesis que tiene en la falange del pulgar de su mano izquierda- y cuando me dieron el alta me despidieron y me quedé sin nada».

En Santiago encontró algo de ayuda y la amistad de un pequeño grupo en el que se encontraba el fallecido Andrés Canet. Para él, su muerte no es la de uno de esos pobres indigentes que ven los turistas al bajar del autobús. Era su amigo y no entiende cómo el médico de la ambulancia no decidió trasladarlo al hospital. «El pobre murió como un perro», sentencia.