Historias del pánico

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

<span lang= es-es >Recuerdos imborrables</span>. Arriba, Adelina, a la puerta de su casa, muestra la sortija que recuperó después del robo. Abajo, Secundino, con sus perros y la estaca con la que fue agredido por unos encapuchados.
Recuerdos imborrables. Arriba, Adelina, a la puerta de su casa, muestra la sortija que recuperó después del robo. Abajo, Secundino, con sus perros y la estaca con la que fue agredido por unos encapuchados. Alberto lópez, sandoval< / span>

Víctimas de asaltos relatan la peor experiencia de sus vidas

14 abr 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

Imagíneselo. Son las tres de la madrugada y está usted durmiendo en su casa, en su cama. Cree despertar con el sonido de unos pasos. Serán los niños. Pero no. Son demasiados pasos. Enciende la luz, pero ya no se puede incorporar. Solo ve unas capuchas negras y una almohada que se precipita hacia su rostro y le ahoga el grito. La escena la hemos visto en muchas películas, quizás por eso nunca pensamos que nos pasará a nosotros. Pero Adelina lo vivió en directo. Tal cual. Cada vez son más los gallegos que tienen historias parecidas que contar. El año pasado, los robos con violencia en domicilios crecieron un 34 %, con especial incidencia en el medio rural.

Cuchillos y pistolas

«No he vuelto a ser la misma persona».

Adelina lo cuenta a la puerta de su casa de Chantada, junto a los carteles del sistema de seguridad y alrededor de la cual saltan dos perrazos. Hoy, la vivienda está más protegida que aquella noche. Traza el relato de mala gana. A finales de mes se cumplirán cuatro años del episodio y ya le ha dado tiempo a pasar por todas las fases emocionales. Desde el pánico de aquella noche de la que en algún momento pensó que no saldría, hasta la frustración de ver cómo la mayor parte de los asaltantes eran detenidos, juzgados y puestos en libertad por un defecto de forma en el proceso. Así que no se puede censurar que Adelina recuerde con el ceño fruncido: «Los niños tenían entonces doce años. Uno despertó con los gritos. Al otro lo despertaron ellos». En la casa entraron al menos cinco individuos con cuchillos y una pistola que luego se revelaría de juguete. «Los llevaron a mi habitación y allí nos ataron y nos dejaron mientras los demás registraban la casa».

Toda la pesadilla se desarrolló en aproximadamente una hora, «aunque a mí me pareció una eternidad. Nos encañonaron con la pistola y nos amenazaron con el cuchillo. Yo les decía que en la casa no había nada, pero eso les hacía protestar más. Nunca pensé que saldríamos de allí». Pero salieron. Finalmente, los asaltantes se fueron con las joyas que había en casa, los móviles de los chavales y poco más. Suficiente para que fueran detenidos poco después, precisamente por dar uso a los teléfonos robados. Adelina muestra una sortija, uno de los escasos efectos recuperados: «La llevaba la mujer del cabecilla. Y uno de los relojes que le habían robado a mi hijo».

Adelina y sus hijos precisaron atención psicológica para superar las secuelas de aquella noche: «Los chavales están mejor. Van tirando. Yo noto que he cambiado. Desconfío de cualquier cosa, de alguien que me mire por la calle, de un coche que vaya detrás de mí».

Diez segundos de terror

«Non me peguedes máis, que vos dou o diñeiro».

Secundino, algo mosqueado con tanto ladrido, fue a ver a su perro, al que le faltó tiempo para salir disparado en cuanto abrió la puerta de la calle: «Desconfiaba do xabarín». Pero no. Lo que había tras la puerta era media docena de encapuchados agazapados: «Botáronse enriba de min. Ao principio pensei que era unha broma, pero de seguida vin que non». En unos segundos, los encapuchados lo inmovilizaron, lo metieron dentro del escaso patio y, con una estaca que habían cogido de una viña, lo golpearon en la cara.

«Non me peguedes máis, que vos dou o diñeiro». Secundino recuerda el sabor de su propia sangre en la boca y el escalofrío de terror que le llevó a una claudicación inmediata. Les entregó los setecientos euros que tenía y aguardó en el patio que la horda de encapuchados («Eran cinco ou seis e penso que había máis fora, esperando no coche»), revolvieran y destrozaran su domicilio, donde dormía su madre, impedida. «Non se enterou de nada, e foi a única habitación na que non entraron». Al final, lo ataron, lo amenazaron y se fueron con su escopeta y un reloj de oro. El incidente, que Secundino no olvidará jamás, se produjo en noviembre en el concello ourensano de Amoeiro. Los asaltantes ya fueron detenidos y puestos en libertad con cargos. El hombre se encoge de hombros. No lo entiende muy bien.

Escapando a todo trapo

«Os golpes que levou o coche eran para min».

La tarde del 31 de diciembre, Sindo, un vecino de Xermade, fue a visitar a su madre, que vive en una casa aislada, sin saber que no estaba. «Aínda estaba dentro do coche e xa vin saír da casa a un tipo que empezou a patear nel». La violencia la sufrió el coche, pero Sindo agradece no haber salido antes: «Os golpes que levou o coche eran para min». Mientras intentaba recuperarse del susto, por la puerta apareció un segundo individuo, los dos a cara descubierta: «Este levaba unha pistola. Non o pensei máis. Arranquei e saín a toda velocidade. Foi o susto da miña vida».

Cuando se sintió seguro, llamó a la Guardia Civil, que tuvo que desplazarse desde Vilalba. Casi tres cuartos de hora. Ni rastro de los violentos ladrones, de quienes, hasta el momento, nada se sabe. A Sindo le dio tiempo aquella Nochevieja a tomar algo de champán, aunque todavía con el miedo en el cuerpo: «Aínda penso no que podería ter pasado se a miña nai tivese estado na casa aquela tarde».

Enfrentarse a la amenaza

«¡Que máis da! Só se morre unha vez».

La última historia, la de Pilar, es de otro tipo de miedo. Más lento, pero igual de corrosivo. Hace poco más de un año, mientras abría el bar que regenta en A Laracha, dos encapuchados se le colaron dentro. Eran las siete de la mañana y su marido aún dormía en la vivienda contigua.

Pilar recuerda ahora que ya pensaba en que aquello iba a ocurrir: «Facía días que non se escoitaba máis que atracaron aquí e alí. En moitos sitios. Eu pensaba no día que me iba a tocar a min». Por ese pálpito se había agenciado un sólido garrote que, entonces, mientras un encapuchado esperaba en la puerta con una barra de hierro y el otro se acercaba hacia ella con un cuchillo, tenía justo allí, a la mano: «Non da tempo a pensar». Así que le mandó un garrotazo al encapuchado que tenía más cerca mientras Llamaba a gritos a su marido.

-¿E non é mellor deixar os cartos que levar un golpe?

«Pouco máis ten», contesta Pilar: «A morrer, só se morre unha vez. Tes medo, levas un susto, pero eu non podo deixar que se leven o que é meu». La mujer, a la que le quedan unos meses para jubilarse, es pequeña, pero se le tensan los brazos cuando habla. Aquella noche, los ladrones, tres, salieron de mala gana cuando el marido apareció con la escopeta. Pero hace tres meses volvieron. En silencio. Esta vez se colaron por una ventana y desvalijaron el bar: «Este se que foi un disgusto. Máis que o da outra vez. Botei moitas lágrimas. ¿Por que non van a roubar aos bancos». Pilar afirma que tiene miedo. Como muchas personas en Galicia.