Doce años de cárcel para la madre de los mellizos asesinados

Alberto Mahía A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

GUSTAVO RIVAS

El novio y autor confeso del doble crimen, condenado a 43 años

27 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

La Justicia habló y dice que Alejandro y Adrián murieron asesinados cuando apenas tenían 10 años porque la pareja de su madre rompió varios estantes contra sus cuerpos simplemente porque los críos tiraron un reloj al suelo. Ella no estaba allí, pero miró hacia otro lado cuando todo el mundo le aconsejaba que lo dejara. María del Mar Longueira perdió a dos de sus hijos a manos de su compañero porque no hizo nada para evitarlo. No escuchó a sus amigos y a todo aquel que se cruzó en sus vidas y le pedía que lo echara de casa, que ese hombre que había conocido unos meses antes a través de una agencia de contactos iba a terminar matando a los mellizos. Pero nada. La mujer continuó con la relación. Es más, también ella los maltrataba. A golpes e insultos. Por todo esto, la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de A Coruña la condena a 12 años y 9 meses de prisión.

Esta mujer recibe más castigo incluso que el que pedía la fiscala cuando comenzó el juicio: 11 años. Pero por lo visto y oído en las cinco sesiones del juicio, la acusación decidió que era poco escarmiento para tanta crueldad y al final elevó su petición.

En cuanto a su compañero y autor confeso del doble crimen, Javier Estrada, el tribunal no consideró que padeciese locura alguna, tal y como defendía su abogada, de ahí que lo hayan condenado a 43 años y 7 meses de prisión.

A ella la castigan por dos delitos de homicidio por imprudencia, siete delitos de maltrato familiar y otros dos de malos tratos habituales. A él lo condenan por dos delitos de asesinato, con el agravante de parentesco y la atenuante de confesión, cinco delitos de maltrato familiar y dos de malos tratos habituales.

El relato de los hechos es espeluznante. Incluso años antes del crimen se habla de golpes e insultos por parte de la madre. «Les decía constantemente que no se merecían nada, se dirigía a ellos con palabras como cabrones e hijos de puta», reza la sentencia. Esta situación -continúa el fallo- se mantuvo de manera habitual e ininterrumpida como mínimo del 2005 al 2010. En una ocasión tiró a uno escaleras abajo; en otra le dio un bofetón y una patada. Y en esas conoció a Javier Estrada porque una agencia los puso en contacto. Ella le ocultó que tenía tres hijos. Le habló solo de uno. Con el tiempo le contó la verdad, y en nada ya estaban viviendo juntos. «El comportamiento violento de la procesada con sus hijos no solo continuó, sino que se exacerbó por la presencia del acusado», afirma la jueza. Mucho peor se comportaba él. Decía en público y en privado que los críos eran «unos salvajes, que estaban locos, eran unos inútiles y tontos». Y Mar Longueira, lejos de callarle la boca, lo alentaba. Hasta el punto de que intentaron internarlos en un centro.

Así se llegó al 21 de agosto del 2011. La jueza no tuvo que interpretar ni echar mano de las pruebas para conocer lo que ocurrió en aquel piso de la calle Andrés Antelo, de A Coruña. Porque el propio Javier Estrada lo contó todo con pelos y señales. A mitad de mañana decidió explicarles el funcionamiento de los relojes de aguja. Los pequeños no sabían leer la hora y por mucho que él les explicaba no avanzaban. Se enfadó y uno de ellos cogió el despertador y lo tiró al suelo. «Ahí me puse muy nervioso», recordó el acusado en su declaración judicial. Fue cuando cogió la tabla de un estante y se fue hacia ellos. Adrián corrió hacia la habitación, mientras que Alejandro se fue a la cocina. Lo siguió y empezó a darle una y otra vez hasta que lo dio por muerto. Fue entonces en busca de Adrián. Al entrar en la habitación, el crío intentó enfrentarse a él y luego le pidió que no le pegara, que se iba a portar bien. Pero lo redujo de un solo golpe. Continuó agrediéndolo hasta que se le rompió la barra. Buscó otra arma y la encontró en la bicicleta. Le sacó el sillín y le dio con la parte del hierro en la cabeza. Entonces oyó ruidos en la cocina. Alejandro agonizaba. También a él le dio con el sillín. Inmediatamente después, cogió el cuerpo de Adrián y lo llevó a la cocina, donde yacía muerto su hermano. Limpió la sangre del pasillo y llamó a la policía: «Maté a dos niños. O vienen o me voy».

Cuando un agente fue al trabajo de la madre para comunicarle la fatal noticia, esta ni lloró ni preguntó cómo había sido. Una psicóloga recordó en el juicio que la vio más preocupada por su posible ingreso en prisión y por los comentarios de terceros que por la muerte de sus hijos.