Castro pierde un manicomio con historias aterradoras

Xosé Carreira LUGO / LA VOZ

GALICIA

JOSE REIGOSA

Algún paciente llegó a permanecer «olvidado» en él casi cincuenta años

15 feb 2012 . Actualizado a las 17:41 h.

Castro se queda sin manicomio. Muchos de los vecinos de esta población, situada a las puertas de la comarca lucense de la Terra Chá, echarán de menos a algunos de sus inquilinos como, por ejemplo, a O Vallecas, un apreciado personaje que todas las mañanas caminaba con un gran transistor al hombro hacia el centro de la localidad.

Muchos de estos huéspedes obligados de un psiquiátrico que abrió sus puertas en 1954 también echarán de menos Castro. Los que no fueron repartidos en las últimas semanas por diferentes centros se van hoy al Hospital de Calde, construido en su día para enfermos del pulmón y, por tanto, alejado de la contaminación. Allí no hay nada. Lo más próximo al centro es un motel. Los que puedan o dejen salir no podrán ni echar una partida en un café.

Parece que a muchos de los 80 residentes que quedaron en Castro no les gusta la idea de la mudanza. En Calde tendrán mejores instalaciones, pero no hay Castro, ni la feria de los miércoles con sus raciones de pulpo, ni las partidas... Existen algunos planes para llevarlos al cine a Lugo en el autobús de línea, con un cuidador, pero para muchos, nada será como Castro.

El manicomio de Ribeiras de Lea, promovido por la Diputación para que los enfermos mentales de la provincia no emigraran a Valladolid, como sucedía hasta mediados de los años cincuenta, se caía a pedazos. En los últimos años solo hubo inversiones mínimas en sus instalaciones debido al tira y afloja de las transferencias sostenido entre el organismo provincial y el Sergas.

El cierre definitivo fue motivo de una exposición fotográfica y la exhibición de un documental del artista lucense Xosé Reigosa. Entre Marbella y Torremolinos es el título de la iniciativa. Pocos, salvo los conocedores del psiquiátrico, entendían esa denominación. Y es que cuando, hace años, los hombres tuvieron en el psiquiátrico un amplio y soleado pabellón propio, lo bautizaron como Torremolinos. Ese presumir masculino de sala de paseo y distracción no agradó a las mujeres. Estas tuvieron que esperar algún tiempo para tener su pabellón propio y para hacer la competencia al de los varones. Lo bautizaron como Marbella.

Casos muy duros

Para muchos internos, Castro fue su tabla de salvación. Allí quedaron a salvo del rechazo social y consiguieron una atención que no tendrían en el exterior. Pero la historia del manicomio tiene páginas muy duras. Una de ellas es la de Anselmo López Álvarez, un fonsagradino que se pasó olvidado casi cincuenta años en el manicomio. Cuando la Justicia se acordó de él y lo dejó marchar no quiso irse. No tenía adónde ir, ni amigos...

En 1959, con 37 años, una tarde de fiesta y alcohol hizo que agrediera a un guardia civil en A Fonsagrada. Un tribunal estimó que no debía pagar con cárcel sino con su ingreso en el psiquiátrico porque consideraban que estaba mal de la cabeza. Ingresó en el centro a principios de los sesenta y nadie se dio cuenta de revisar su caso hasta 1985. Los médicos establecieron que no era un esquizofrénico, como así había considerado el tribunal, sino que padecía psicosis delirante. Incluso así siguió en el olvido hasta 1992, cuando intervino el Defensor del Pueblo y el Parlamento. Finalmente lo dejaron libre. No le sirvió de nada.

Otra historia desgarradora es la de una joven chairega que acabó en el psiquiátrico después de que sus padres la encerraran nueve años en una cuadra porque creían que era un castigo divino, ya que tenía comportamientos autodestructivos. La mujer se alimentaba solo de leche que le arrojaban en una botella. Cuando llegó a Castro, los cuidadores tuvieron que enseñarle a comer y también lo que eran los alimentos. Ahora tiene 48 años y está en otro centro.