«La mirada de mis hijos me animó a no rendirme nunca»

Mercedes escauriaza REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Milagros Henríquez pasó de sufrir indigencia a hacerse funcionaria

23 ene 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Durante cinco años, Milagros Henríquez, nieta de gallegos y gallega ella misma de adopción, no pudo comprarse ni un yogur. Vivía, literalmente, de la caridad. Un café en un bar era como un premio gordo de la lotería para ella. Rozó la indigencia.

Si las madres corajes existen, ella es una de esas. Un divorcio que la llevó a hacer las maletas acabaría por convertirla a corto plazo en el perfil perfecto y diabólico de la población diana que más sufre la marginación a la que arrastran las penurias económicas: mujer, de entre 22 y 44 años, monoparental con cargas familiares y que vive en un piso de alquiler.

La historia de Milagros Henríquez es un camino de ida y vuelta, pero con un tránsito en el que se vio abocada a subsistir esos cinco años con la ayuda de los servicios sociales. También le echó una mano, importante, la Fundación Amigos de Galicia. Recurrió, asimismo, al ropero municipal, a Cáritas... Hasta llegar ahí, al fondo del pozo, vendió gofres, trabajó como dependienta en una conocida firma de moda, en una pastelería, cuidó enfermos a domicilio... Hasta que una trombosis en una pierna la dejó fuera del sistema y «sin un duro», relata, para hacer frente a su propia vida y a la de sus dos hijos, Christian y Sol. «Tenía dos pares de ojos que me miraban. La mirada de mis hijos me ayudó a no rendirme nunca», dice, explicando así de dónde le surgió el valor para seguir día a día.

Vida en Argentina

Porque ocho años antes, cuando trabajaba como secretaria de un contable en su Argentina natal, nada le hacía presagiar el futuro que la aguardaba. Roto su matrimonio, Milagros cruzó el charco con dos hijos adolescentes y 2.900 euros como único capital para establecerse en la tierra de uno de sus abuelos. Intentó primero instalarse en Barcelona, con poco éxito. «No pude romper la cadena que supone que para alquilar un piso tienes que tener una cuenta corriente y si no tienes domicilio el banco no te la abre; estaba cansada y no logré romper este eslabón», explica.

De regreso a Galicia todo parecía ir bien. Logró al fin alquilar un piso en Santiago, en el que todavía vive hoy, y establecerse con sus vástagos, manteniéndolos con trabajos temporales, «aunque nunca más conseguí trabajar de nuevo como secretaria». No le importó, entró incluso en un módulo de carpintería que acabó siendo la cuerda que la sacó del hoyo una vez recuperada su salud, al conseguir entrar en el programa urbano Santiago Norte. «Tenía una situación tan patética...», describe recordando aquellos momentos. «Cuando empecé a enfermar no tenía nada de dinero, era muy complicado, me tuvieron que prestar, lo devolví, pero siempre estuve en contacto con los servicios sociales de Santiago, siempre». Su principal secreto es su tesón. Mientras cuidaba enfermos, entre ellos a una mujer que padecía alzhéimer, «me montaba mi estudio clandestino cuando dormían los viejitos», ironiza. Sacaba un pequeño flexo y empezaba a hincar los codos.

Así, mientras mezclaba con leche los quesitos que le daban en Cáritas, «para hacer una salsita a los fideos» -«uf! para mí todo eso era una bendición», enfatiza-, consiguió presentarse una, otra y otra vez a unas oposiciones para auxiliar administrativa del Estado.

Hoy es funcionaria

Hoy, Milagros trabaja en la Comisaría de Policía de Lérida; se encarga de los DNI y pasaportes. Su hijo está en quinto de Medicina y ya tiene una beca para el MIR y su hija en una peluquería. «Yo nunca les escondía nada». Ahora su preocupación no es comer, sino acercarse lo más posible a Galicia para reunirse de nuevo con Christian y Sol.

«Tenía una situación tan patética..., cuando enfermé no tenía nada de dinero»

Milagros Henríquez