Pecados y glorias del urbanismo gallego

Héctor J. Porto REDACCIÓN/LA VOZ.

GALICIA

Los arquitectos deploran Novo Mesoiro, Toralla, Miño, la fachada de Camariñas y O Carballiño

26 nov 2010 . Actualizado a las 11:35 h.

El paisaje gallego parece un valor fuera de dudas, un patrimonio reconocido por todos. Sus valles, sus montes redondeados, sus mil ríos, su extenso litoral (con el efecto multiplicador de formas y espacios que producen las rías), bosques, playas... Todo contribuye a que el territorio de Galicia sea un prodigio favorecedor -una invitación- de la habitabilidad humana. La intervención del hombre, que debía haber pulido las dificultades, sin embargo, no ha sabido interpretar, muchas veces, que la mejor forma de habitabilidad llega de la mano de la armonía con el entorno que se pretende modificar. Así, en aras del asentamiento humano, se han cometido tropelías, muestras de la falta de respeto, el ansia de enriquecimiento, la ignorancia que han imperado en los últimos tiempos. Los que siguen son algunos ejemplos de flagrante feísmo, de atentado contra el paisaje. En la página siguiente se mostrará el contraste, es decir, cosas que sí se han hecho bien, intervenciones que son ejemplares -que las hay-. En fin, son los pecados y las glorias del urbanismo gallego.

Un abuso habitual es la edificación fuera de escala en el entorno de las ciudades y el litoral. La macrourbanización de Miño Costa Anácara es un caso clamoroso, dice la arquitecta Ana Recuna: «Es una estructura ajena al entorno, que no respeta el paisaje y que produce un desequilibrio muy importante en las estructuras urbanas preexistentes». El reclamo de la costa es evidente. «Es un caso en que se manifiestan abiertamente sus objetivos: la especulación y el enriquecimiento rápido. Esto no tiene nada que ver con la búsqueda de hábitats para las personas», zanja Recuna. Sin titubear se suma a esta percepción María Fernández Lemos, presidenta de la delegación ferrolana del COAG (Colexio Oficial de Arquitectos de Galicia), que lamenta el caso de Miño y «la proliferación de extensas urbanizaciones de adosados que afean por doquier el paisaje rural».

Algo similar advierte Xan Xosé Rodríguez González, presidente de la delegación ourensana del COAG, que ve deplorable la solución de «os ranchos ubicados nos outeiros que rodean a cidade de Ourense, urbanizacións que abundan nos municipios limítrofes de Barbadás, Coles, Pereiro de Aguiar, San Cibrao das Viñas». Son arquitecturas deficientemente resueltas, pastiches, que «se van sempre a densidades de edificabilidade tope para maximizar os beneficios, unidades repetitivas, apiñadas, sen imaxinación, burdas», y que -insiste- al asentarse en zonas altas, en donde debiera imperar lo verde, y de gran visibilidad, agravan sus efectos negativos. Rodríguez González no quiere dejar pasar la ocasión sin mencionar el desaguisado, el fracaso que ha sido la planificación urbanística -o su falta- de O Carballiño, «un verdadeiro desastre».

Otra gran mole amorfa es la que conforma el barrio de Novo Mesoiro, recientemente creado en A Coruña, «un auténtico espanto, ejemplo de lo que es hacer ciudad sin sentido alguno», anota Isabel Aguirre, arquitecta y directora de la Escola Galega da Paisaxe-Juana de Vega. A su juicio, «la densidad constructiva exacerbada, la falta de calidad, la desvinculación del entorno (el monte) y del núcleo urbano del que supuestamente depende desacreditan la intervención por completo», reprueba Aguirre, para apuntar a otro de los grandes desmanes cometidos en Galicia, en la viguesa isla de Toralla, como «ejemplo de lo que es intervenir en un paisaje sin criterio alguno, con total impunidad, algo inconcebible en cualquier país europeo».

Fachadas marítimas

Preocupa sin excepción la forma en que se trata el patrimonio constructivo de las poblaciones costeras, en especial, «el destrozo de las fachadas marítimas», recuerda el arquitecto y profesor Ramón Irazu, que cita Camariñas como paradigma, «nada que ver con lo que se espera de un pueblo privilegiado de gran tradición marinera», lo que le lleva a pensar en «la degradación igualmente consentida» de Pontedeume. O lo que está ocurriendo con el abandono de Betanzos, apunta Aguirre.

Salvador Fraga, presidente de la delegación viguesa del COAG, se hace eco de un aspecto aparentemente menor, pero que se ha generalizado de forma alarmante, que «tiene que ver con la protección malentendida» y que es «muy visible en calles viguesas como Colón, Policarpo Sanz, García Barbón». Sucede, explica, que se ha permitido a los edificios históricos -como contraprestación de viabilidad para conservarlos- el añadido de alturas por encima de sus cornisas «con la consiguiente pérdida de proporción y equilibrio». Una falta de respeto que Irazu extiende al barrio ferrolano de A Magdalena o a zonas de Lugo como la calle de la Reina.