Caso Viana: nueve años de paciencia

GALICIA

Manuel Mouriño está en prisión por confesar un crimen cometido en el 2001 que la Guardia Civil de Ourense ha cerrado tras trazar un plan perfectamente concebido

11 abr 2010 . Actualizado a las 03:20 h.

Tenía rasguños en los brazos. La ropa que entregó a los agentes no coincidía con la que los testigos decían que llevaba la noche del crimen. Vivía muy cerca del barranco en el que fue encontrado el cuerpo y, aunque lo negó todo cuando fue interrogado en el cuartel de la Guardia Civil, sudaba tanto al contestar las preguntas que si el lenguaje no verbal pudiese ser considerado como prueba, el caso quizá se hubiera resuelto mucho antes.

Pero entonces no fue suficiente. El crimen de Montse Martínez, la joven de 21 años cuyo cadáver fue encontrado oculto entre las zarzas de un terraplén de la localidad de Viana do Bolo el 20 de abril del 2001, se convirtió en un caso abierto que repiqueteaba a menudo en la memoria, y en la mesa de trabajo, de todos los que han tenido algo que ver con la investigación. Ninguno de ellos ha podido olvidarlo durante este tiempo, pero conseguir saber la verdad sobre lo ocurrido aquella noche se convirtió en una obsesión para los cinco agentes que forman el equipo de Policía Judicial de la Guardia Civil de Ourense. Viajes a ciudades de toda España, pruebas científicas que nunca eran determinantes e interrogatorios infructuosos... nada parecía favorable en estos largos años de indagaciones.

Hasta que comenzó a verse la luz al final del túnel. Una diligencia policial realizada en Ibiza hace menos de un año volvía a hacer saltar un nombre. Manuel Mouriño Faria, aquel chico de 19 años que había sido visto con Montse la noche de autos y que sudaba en los interrogatorios había sido denunciado por su novia. Ella hizo constar en la denuncia que el chico había tratado de asfixiarla, amenazándola con matarla «igual que maté a otra».

Tampoco era una prueba definitiva, pero sí otro indicio que ayudaba a cerrar el círculo. Los investigadores esperaron unos meses y, a mediados de marzo, decidieron que era la hora de revolver todo el caso. Comenzaron por citar a los testigos y a muchos familiares del sospechoso, que de un día para otro se vieron de nuevo interrogados sobre hechos que ya creían olvidados. Unos más tiempo, otros menos, y preguntas concretas para cada uno. Todo planeado con una intención, la de ponerlos nerviosos y facilitar que hablasen entre ellos y dijesen algo comprometido.

Así fue. Sin saber que su teléfono estaba pinchado, Manoliño -así era conocido- se refirió un día al caso asegurando algo así como «si no lo hicieron bien, entonces que se jodan».

Era el principio del fin. El pasado martes dos integrantes del equipo viajaron hasta Ibiza para estrechar la vigilancia sobre Mouriño. Hicieron las últimas averiguaciones, y el domingo por la mañana efectuaron el arresto. Nueve años después había un detenido por la muerte de Montse, pero aún quedaba lo más importante, la prueba definitiva: la confesión.

De vuelta a Ourense, los agentes decidieron volar hasta Madrid y hacer el resto del trayecto en un coche camuflado. Fueron horas de viaje en las que, casi como en una partida de póker, le hablaron de las pruebas que tenían en su contra y del futuro que podía esperarle si no contaba lo que en realidad había pasado aquella noche.

El plan surtió efecto. Poco después de llegar a la Comandancia de Ourense, el detenido quiso declarar. Explicó que la muerte de Montse se había debido a un accidente, que él la había empujado y ella se había golpeado la cabeza contra una piedra, desnucándose. Dijo también que antes de deshacerse de su cuerpo comprobó si respiraba poniéndole la mano sobre la boca y que al ver que estaba muerta, decidió tirarla a un barranco. Por fin había un culpable.