Tras el interrogatorio suspendido de la Fiscalía, el acusado solo accedió a responder a su letrada. «Lo primero que pensé es que ellos me querían matar. No los quise hacer sufrir, sino solo quería defenderme», mantiene. Niega que actuase con saña contra sus víctimas. Tras el crimen, roció con alcohol o un derivado de la gasolina los cadáveres, sobre los que amontonó ropa y prendió cinco focos de fuego. «No sé qué pasó, estaba confuso», relata. Sus lagunas de memoria le impiden recordar por qué hurtó enseres y ropa y los metió en una maleta que se llevó de la casa a las nueve de la mañana.
«La culpa es que me gusta estar de fiesta cuatro días y acabo cansado. Con 30 años, tengo la mentalidad de un chico de 17. De estar sereno no tendría ni la mitad de energía, habría reaccionado más lento, no me habría dato tiempo a defenderme. Hice las cosas sin pensar», dijo.
El acusado, tras incendiar el piso y poner en peligro la vida de los vecinos, huyó en barco hacia Cangas. Pidió cobijo a un ex amante que, casualmente, también conocía a las víctimas. Ambos veían la televisión cuando salió la noticia del doble crimen. Jacobo «se derrumbó y lo confesó todo». «No le creí hasta que vi la sangre en su pierna y la mano vendada. Le dije que se entregase a la Guardia Civil, pero no quería, porque arruinaría su vida y no vería crecer a su hijo», dice el ex amante, quien añade que Jacobo es violento porque pegó a su novia en una visita.