Después de la Semana Santa del 2003

GALICIA

TRÁFICO Y VIDA | O |

25 abr 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

ES BIEN CIERTO que toda innovación técnica trae consigo unos cuantos riesgos nuevos, y así ha ocurrido con la automoción, ya desde sus orígenes. Ocurre, sin embargo, que la traducción de esos riesgos en daños reales es tantas veces demasiado alta, y así se acredita en la cuenta final de la operación especial Semana Santa 2003 de la Dirección General de Tráfico. Han sido 126 las personas que en apenas diez días perdieron de modo violento la vida, en el curso de viajes interrumpidos y, paradójicamente, cuando se trataba de lograr un cierto sosiego. Es un duro tributo que en una sociedad moderna no termina de entenderse, y que, por eso, resulta claramente inaceptable. Puede suceder, tal vez, que la abrumadora frecuencia de las muertes en el tráfico haya creado un acostumbramiento culpable, tanto como para llegar hasta la aceptación resignada de cualquier medida de desgracias. Tributo Esto que decimos tiene en cuenta la globalidad española, pero puede servir de aplicación a nuestra comunidad autónoma. No es que la Semana Santa haya generado en Galicia problemas propios de un régimen de circulación intenso, cuando se han contado escasas retenciones de tráfico. Se halla lo peor en esas dieciséis muertes resultantes de trece accidentes ocurridos en alguna de las cuatro provincias gallegas, marginales a cualquier masificación del tráfico, ajenos a las características de una de esas operaciones especiales de tráfico. Ciclos Hemos contado uno más de esos trágicos ciclos dramáticos, con participación de usuarios jóvenes, con el gusto por la velocidad excesiva, con la noche como aliada y con el desuso del cinturón de seguridad, al menos por parte de siete de esas víctimas mortales. No ha sido parca, no, la cuota gallega en esas malas cuentas; excesivo daño en toda circunstancia, y más aún en días carentes de agobio para el tráfico.