El peligro de ser solidario en África

La Voz

GALICIA

José Manuel López, farmacéutico ourensano, colabora en un proyecto del Gobierno mauritano para luchar contra la tuberculosis Tras horas de marcha por la arena, nuestro todoterreno hace su entrada triunfal en Nouakchott, la capital de Mauritania. Nos cruzamos con decenas de vehículos destartalados con las puertas abiertas para facilitar la ventilación -aquí, hombres y ganado viajan juntos-. El turbante nos defiende del sol y el viento, pero también de los controles de la Gendarmerie: el tocado local nos acredita como extranjeros con afinidad a la tierra. En el Palmera Pizza, un restaurante propiedad de un canario, encuentro a José Manuel López, farmacéutico ourensano que trabaja en Nouakchott con Médicos del Mundo (MDM).

05 ago 2001 . Actualizado a las 07:00 h.

José Manuel tiene 38 años. Ha participado con Farmacéuticos sin Fronteras en proyectos de cooperación en Zaire, Ruanda y el Sáhara. Ahora, con Médicos del Mundo, colabora en un plan para luchar contra la tuberculosis, una enfermedad que afecta a 142 de cada mil mauritanos. José Manuel asiste al neumólogo Sali Zacarias, en su consulta del hospital de Nouakchott, y garantiza que exista un riguroso abastecimiento de medicamentos. También supervisa la instalación de un laboratorio de cultivos bacteriológicos. Una vida de cooperante Este ourensano emigró con sus padres a Suiza siendo un niño, y volvió cuando Franco murió, en el 75. «Mi padre era antirreligioso y no comulgaba con muchas ideas del régimen; además no había trabajo», dice. Cuando acabó sus estudios de Farmacia, obtuvo un puesto de analista en Goma (Zaire). Y ahí empezó todo. De sus años en África, recuerda con especial desasosiego aquella vez en que a Adolf Fabregas, un cooperante de Intermon, se lo llevaron los militares zaireños. Lo devolvieron 24 horas después, tras torturarlo. «Me desmayé en cuanto lo vi, porque no pude reconocerlo. Tenía los ojos amoratados y estaba lleno de golpes». Tampoco olvidará nunca cuando un soldado le disparó desde un cuartel enfrente de su casa, también en Zaire. La bala rebotó en el suelo y le dio al coche. «Aún guardo el casquillo», recuerda.