Andrés Neuman reivindica a María Moliner: «Ni siquiera quedó segunda en aquella votación que marcó la historia de la RAE»

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La autora del gran diccionario de usos del español cumple 125 años, y refulge en manos del escritor argentino como una naranja abierta al medio. «Yo he oído: ''Lo primero que me dijeron de María Moliner fue que era una señora que hacía fichas en la cocina y zurcía''. Lo cierto es que zurció muy poco y que jamás trabajó en la cocina...», corrige Neuman
28 jun 2025 . Actualizado a las 21:46 h.Tras dar varias vueltas para aparcar, Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) llega a pie a esta conversación en la más reciente de sus visitas a Galicia, que ya son un clásico donde lo literario se vuelve, naturalmente, personal. En ella, va arrojando migas de pan en una senda de palabras de sentidos corrientes en el uso pero extraordinarios en su amplitud de miras. El camino de María Moliner a los amantes del lenguaje lo ha trazado con delicia ese hombre orquesta literario que es Neuman en la novela Hasta que empieza a brillar, que se desprende como una espiga de un verso de Emily Dickinson para hacer brillar la labor y la vida íntima de la mujer que rompió y recosió con un diccionario que perdura las hechuras autoritarias de su tiempo.
Revisen en el María Moliner palabras como matrimonio, madre, amor, contestar, zurrar. Al matrimonio, por ejemplo, esta mujer lo liberó, en su sentido, de la cadena perpetua.
«María se acomodó el pelo: vivía despeinada», comienza a novelar el autor argentino que nos llevó a Bariloche sobre ese momento en que María Moliner invita a un café a Dámaso Alonso poco después de mudarse de su piso de la calle Don Quijote tras concluir el gran diccionario de usos del español. Dámaso, parapetado tras sus anteojos, con el bigote salpicado de galleta, es el que se encarga de anunciarle a María que no ha sido la elegida en la votación para ingresar en la Real Academia Española. Así lo recrea Andrés Neuman en Hasta que empieza a brillar.
—Este año se cumplen los 125 del nacimiento de la autora del gran diccionario de uso del español. ¿Sigue aún estando a la sombra de la RAE la figura de María Moliner, no reconocida lo suficientemente por los intelectuales académicos que le dieron el portazo en su época?
—Nuestras reflexiones sobre la problemática que comentas se pueden desplegar en dos direcciones complementarias. Existe el lugar común que conviene desmitificar de María Moliner como una suerte de señora de su casa a la que se le ocurre un diccionario, como una especie de ama de casa intuitiva. Frente a ese lugar común, hay que recordar que ella tuvo una sólida formación intelectual. Fue de las primeras universitarias de Zaragoza, la primera profesora en la historia de la Universidad de Murcia y una de las primeras mujeres en España en sacarse una oposición.
—¿Una mente maravillosa?
—Ella era una superdotada intelectual, y una mujer con una capacidad de esfuerzo fuera de lo común. No solo tenía una gran inteligencia natural, sino un gran entrenamiento en el trabajo intelectual. Yo he oído a veces: «Lo primero que me dijeron de María Moliner fue que era una señora que hacía fichas en la cocina y zurcía». Lo cierto es que zurció muy poco y jamás trabajó en la cocina..., donde por cierto no había una mesa donde ella pudiera desplegarse tal como necesitaba.
«Me remito a sor Juana Inés de la Cruz, que decía: ''Si Aristóteles hubiera guisado, mejor habría filosofado''. Pero María Moliner no tiraba solo de la intuición, tenía una formación intelectual prodigiosa»
—Hay un prejuicio con ese tipo de autora de cocina. ¿Qué tiene eso de malo?
—Nada, claro, ¡por supuesto! Yo aquí me remito a sor Juana Inés de la Cruz, que decía: «Si Aristóteles hubiera guisado, mejor habría filosofado». Pero María Moliner no tiraba solo de la intuición, tenía una formación intelectual prodigiosa. Luego está esa otra dirección a la que me refería: los cuidados materiales del día a día, el trabajo con lo cotidiano, en ella es extremadamante importante en todo sentido. Su padre abandonó a la familia cuando ella tenía 12 años.
—«La ausencia de padre, dinero y palabras fue una misma cosa», escribe.
—María debió ponerse a trabajar a los 12 años. Se tienen que ir de Madrid porque no pueden pagar el alquiler, ni siquiera de una vivienda pequeña a la que se mudan. María se acostumbra así a autofinanciarse, y logra procurarse sustento material bastante antes de casarse. Una vez ocupada, teniendo un sueldo estable, se pasó el resto de su vida cuidando a gente que no se podía permitir la educación y la cultura. Esa precariedad material que tuvo desde niña hizo que María Moliner siempre tuviera cierta conciencia de clase.
—¿Qué hace brillar su diccionario de uso?
—En su diccionario, hay un sofisticado trabajo con la estructura y el método y, sin embargo, es un diccionario empático y cuidadoso, en todos los sentidos... El diccionario de doña María no está elaborado por un comité de autoridades; incluye frases que oye en la calle, de su familia, del mercado... y la mayoría de ejemplos de uso ¡se los inventa ella! Son ejemplos hechos con la intuición, el oído y la imaginación. Es un diccionario con mucha ficción lingüística. María Moliner era una gran escritora; inventó con una precisión, una justeza y una justicia que no tenía el diccionario académico.
—Dinamitó el muro entre sensibilidad y pensamiento. ¿Es una de las grandes revoluciones de sus ríos de tinta?
—María Moliner disolvió las dicotomías en las que nos hemos educado. Acabó la carrera un año antes de lo habitual y con el mejor expediente de su promoción y todo sin que nadie la mantuviera. Me pongo a releer su diccionario de la A a la Z, buscando palabras importantes de la vida cotidiana, y llego a cuidar, que ella ve como sinónimo de pensar. Cuidar viene de cogitare. Pensar, el famoso Cogito, ergo sum ('pienso luego existo'), se transforma en Moliner en «Cuidamos, luego existimos», lo que revela la unión secreta entre pensamiento y afecto, entre lo abstracto y lo cotidiano. Ella lo hizo con cada una de las 80.000 palabras de su diccionario.
«Si te vas a madre, la Academia la daba como 'hembra que expele a sus crías', y estuvo así dos siglos y medio. Me imagino a doña María, que tuvo cinco partos, perdió a su primera hija y crio a otros cuatro, sobrecogida y sublevada...»
—Hablemos de «madre», «padre» o «amor», según María Moliner, porque la RAE no los define de la misma manera.
—Si te vas a madre, la Academia la daba como 'hembra que expele a sus crías', y estuvo así dos siglos y medio. Me imagino a doña María, que tuvo cinco partos, perdió a su primera hija y crio a otros cuatro, sobrecogida y sublevada ante lo deshumanizante de esa definición, como si la maternidad consistiera solo en dar a luz y no en criar y cuidar después. No todas las madres expelen a sus hijos, puedes parir por cesárea o adoptar un hijo. Ella hizo una revolución sensata. Dice de madre: 'Mujer que tiene o ha tenido hijos'. Y añade ahí un pretérito conmovedor. Me conmueve mucho, porque en casi todos los idiomas hay un agujero negro para la orfandad inversa que es perder un hijo. Ahora se habla de huerfilia... Pero eso lo resolvió la intrépida sensata que era María Moliner en su definición de madre.
«Su definición de 'amor' es de vanguardia y un antídoto contra los amores tóxicos»
—«Contestar, según María Moliner: «Oponer alguien objeciones o inconvenientes a lo que se le manda o indica». ¿Su diccionario, como esta novela, son una «contestación» al descuido que hay con respecto a su obra y su legado?
—Ess una mezcla de descuido y olvido de una parte de su legado. María Moliner interviene con grandeza en los campos semánticos de las emociones y la política, de nuevo aboliendo una dicotomía. Pienso en la definición que ella hizo de amor, que sigue estando a la vanguardia emocional. Cuando se abrió el debate del matrimonio a otra formas del amor hubo quien citó el DRAE, como fuente jurídica y moral. ¡Imagina lo que fue en la España franquista que una mujer se atreviera a intervenir en las palabras que constituyen la familia y la sociedad! Para ella, amor: 'Sentimiento que experimenta una persona hacia otra y que se manifiesta en desear su compañía, alegrarse con lo que es bueno para esa persona y sufrir con lo que es malo'. Su definición es un antídoto contra los amores tóxicos. Estar 16 años acumulando 80.000 palabras en su casa y terminar ese diccionario de manera brillante parece una empresa imposible... ¡No es casual que la terminara en la calle don Quijote! Jugó una esgrima a dos manos, con la autoridad franquista y la académica. Contestar es, según ella, 'rebelarse ante un mandato'. Y como ejemplo pone: 'Haz lo que te dicen y no contestes'. Ella se pasó 16 años y 80.000 palabras contestando a la autoridad. No fue aceptada en la Academia, porque está muy pegada a la emoción cotidiana. María Moliner no es solo un diccionario prodigio, es un fetiche afectivo. Mucha gente me cuenta: «Mi madre me regaló el María Moliner» o «lo heredé de mi abuelo». Ella es la abuela de todas las personas que aman las palabras. Es una figura que es difícil que se esculpa en marmol, es mucho más de la inteligencia cotidiana que de los grandes pabellones.
—Fue una intelectual pionera, como Emilia Pardo Bazán. Pero son perfiles diferentes. ¿En qué se parecen?
—Tienen dos cosas en común, que no son pocas. Las dos tuvieron que batallar en un mundo de hombres, acaparado por los hombres en las esferas de poder. Y ambas están unidas por tener un legado muy brillante pero ninguna de ellas logró entrar en la Real Academia. Ahí se acaban las similitudes, además del vínculo con Menéndez Pidal...La Pardo Bazán, la gran novelista de su generación, era de un clase más alta, era una mujer con poder, con contactos y que digamos obliga a la Academia a pronunciarse en contra de su ingreso; obliga a la Academia a admitir que no es capaz de abrirle la puerta a una mujer. Hay algo de ahí de adelanto grande a la historia. En el caso de María Moliner, es la primera mujer de la historia formalmente nominada para entrar en la Academia. No es ella quien va a buscar a la Academia, es la montaña de la Academia la que va a Mahoma. Algunos académicos se dan cuenta de que no puede ser que la autora de un diccionario tan prodigioso no puede ser que no esté en la RAE, entre ellos Dámaso Alonso o Laín Entralgo. Ellos toman la iniciativa de nominarla y ella acepta la nominación. Se ilusiona, claro, porque no era un ángel, sino una persona, y enseguida se siente halagada por el reconocimiento. Y debió ser quien rompiera ese techo de cristal que duraba ya casi tres siglos. Pero no lo consigue de manera bastante bochornosa.
—¿Por qué, fue un rechazo argumentado?
—Se suele dar el pretexto de que quien ganó aquella votación fue un gran lingüista sin ninguna duda, Emilio Alarcos, pero se olvida mencionar que él era mucho más joven que ella. Yo he leído de grandes lingüistas: «Bueno... Si se hubiera presentado doña María Moliner más veces, hubiera entrado a la segunda o a la tercera...». El que tenía que esperar a la siguiente votación era Emilio Alarcos, que era mucho más joven, no ella. En esa votación, que ha marcado la historia de la RAE para mal y para bien, porque no tuvieron más remedio después que admitir a Carmen Conde, quien se quedó en segundo lugar no fue María Moliner, sino el poeta García Nieto, que no fue de los grandes poetas de España pero sí era amiguísimo de Cela. Primero, había razones políticas evidentes para que no entrase, porque en ese sentido doña María no gustaba. Pero se suele decir que no la tomaron en serio, se decía que como era mujer y no había estudiado Filología algunos académicos la subestimaban... Quizá algunos cayeron en ese horror de perspectiva, pero la mayoría de los académicos que votaron contra ella yo estoy seguro de que se sintieron cuestionados en su autoridad. Se tomaron a María Moliner muy en serio, lo suficientemente en serio para entender que era un desafío que los dejaba en evidencia, que dejaba en evidencia el funcionamiento del Diccionario académico y de la institución. Pero en lugar de decir que estos requerían cambios urgentes, reaccionaron a la defensiva y muy ofendidos, diciendo: «¡A esto no le abrimos la puerta ni locos!». Pero no era que no la tomaran en serio o que no la leyeran. Casi todo el mundo se leyó asombrado ese diccionario.
—¿Un «efecto manada» en lo intelectual?
—Bueno... Podía haber un sector así, pero hay que tener en cuenta que la Academia no era una institución unívoca. En ella había las mismas discrepancias y discusiones internas que en el país. Había unos académicos con un pasado republicano, otros que eran muy franquistas y otros que se iban adaptando como podían. Había unos que eran inconmensurablemente misóginos y otros que no lo eran tanto y estaban casados con los que eran sus pares en visión académica. Y había algún que otro amigo de María y unos cuantos enemigos. La Academia no tenía una sola dirección, pero habría algunos académicos que reaccionaron de forma corporativa, como dices, pensando: «Si empieza a entrar gente que no ha hecho nuestro mismo académico, ¿qué será de nosotros?». ¡Pues sería el futuro! Pero no supieron o pudieron verlo.
—Como en Pardo Bazán, en María Moliner las figuras masculinas son importantes.
—Y no siempre satánicas. María Moliner y Dámaso Alonso son personajes de matices, no asimilables a la caricatura. El esposo de María Moliner, Fernando Ramón, es una figura que merece atención. Él es casi diez años mayor que ella. Es una eminencia, científico, está a punto de ser decano cuando se conocen los dos. María está, en cambio, empezando su trayectoria. Una década después, él se convirtió en «el marido de». Y fue un hombre que la apoyó, entendió su vocación y su entrega febril. Ella era una mujer que nunca descansaba, que apenas dormía. Su marido supo acompañarla. Se quisieron bien toda la vida. Creo que eso le da también a ella una cierta paz emocional, como para no estar batallando con un infierno amoroso o familiar.
—¿Es íntima la unión entre su diccionario y su vida?
—Toda la biografía de María Moliner va a parar de una manera u otra al diccionario. Su marido, en lugar de ser escritor o filólogo o historiador al menos..., era científico. Es decir, en casa de doña María en el cuarto de baño coincidían todos los días las ciencias y las letras. En el diccionario de doña María esto se ve: en él las ciencias y las letras son otra de las dicotomías que se disuelven. El papel de Fernando Ramón es un papel secundario pero muy bonito en la vida de María Moliner. Ella, en un mundo de hombres, supo encontrar compañeros y pares que la respetaran y la dejasen trabajar, y le facilitasen un poco un camino que era de los hombres. También cuento en la novela que la editorial Gredos, que es la que publica su diccionario, tarda meses en decidirse a publicar el diccionario de una mujer roja, no filóloga, que además le va a enmendar la plana a la Academia. Tardan meses, pero se dan cuenta de que están ante una oportunidad histórica. Esa decisión la toma un comité en el que eran todos hombres, hombres que consiguen convencerse de que tienen que publicar sí o sí esa catedral. ¡Era un doble o nada!