Carlos Ares, la gran revelación de la música española de la década: «Me gusta ser revolucionario en mi propia vida»
FUGAS

Es el artista del que todos hablan. Posiblemente, la gran revelación de la música española en lo que va de década. Tras dos discos, el coruñés se replantea hasta cuándo y hasta dónde merece la pena seguir con esta «parafernalia». «Todo se vuelve más sencillo cuando voy a A Coruña y regreso a mi vida con mi familia y en mis sitios», revela
06 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Quizá incluso a su pesar, la irrupción de Carlos Ares (A Coruña, 1997) en la escena musical española recuerda a aquello del elefante y la cacharrería. Con su primer disco, Peregino, premio MIN al mejor álbum español del pop del 2024, voló cabezas y rompió esquemas. «¿Pero de dónde ha salido este tipo», era la pregunta recurrente. Su gira de conciertos amplificó por mil esa sensación. Pero quedaba pendiente la siempre complicada ratificación del segundo disco. Y aquí está ya el descomunal La boca del lobo para acreditar que estamos ante un artista único y excepcional. Ante una persona con una sensibilidad extrema y unas capacidades creativas que contravienen toda norma y resultan ajenas a cualquier tópico.
—Por si alguien no ha escuchado aún «La boca del lobo», ¿cómo lo presentarías?
—Es un disco en el que, de nuevo, me he guiado por lo que me apetecía hacer en el momento. No atiende a modas ni a nada más que a mi pasión por hacer música y mis ganas de encontrar unas canciones que me permitieran llevar una fusión de la vanguardia y lo clásico al directo. Es un álbum que compuse pensando mucho en el directo. Fue diseñado para generar momentos muy dinámicos e interactivos. Es un álbum para tocar. Al tiempo, creo que es un disco que tiene versatilidad pero en el que sigue habiendo una identidad, un sonido y una atmósfera muy marcados, que reafirman la dirección artística por la que he decidido meterme.
—¿Qué ha cambiado en ti después de «Peregrino»? Cuando lo sacaste nos decías que siempre habías llevado una vida bastante discreta y privada.
—Sigo intentando llevarla. Es cierto que ahora a veces me tengo que preocupar por si la sudadera que llevo al supermercado va con algún lamparón. Pero de momento aún no me cuesta mantener esa discreción y esa tranquilidad. Creo que mi vida no ha cambiado gran cosa. Sigo trabajando desde casa, con el mismo foco de hacer música que a mí me resulte entretenida, fresca y original. Digamos que en la parte artística todo lo que pasa por mi cabeza sigue siendo muy parecido a lo que pasaba hace un año. Lo que sí está empezando a cambiar ahora es la visión que tengo de mi propia vida. Porque estoy empezando a vivir todas las experiencias que quería vivir en relación con la música, y una vez vividas te preguntas si quieres empezar a repetirlas una y otra vez o si por el contrario quieres dar un bandazo y meterte en otra experiencia totalmente distinta. Incluso desvinculado de la música. Tengo muchas vocaciones y la vida es corta. Y al final esto también te somete a una presión y conlleva un desgaste que por ahora estoy dispuesto a soportar porque tengo juventud y las ganas y la curiosidad por vivirlo, pero quizás algún día cambie.
—En «Páramos» llegas a decir que estás orgulloso de «estar camino de los 30 y no haber perecido». ¿Es para tanto?
—Yo es que ya llevo más de un tercio de mi existencia dedicado a la música y ha sido el tercio más intenso de mi vida. Desde mi perspectiva ya está siendo una experiencia lo suficientemente enriquecedora y estimulante como para que en algún momento deje de serlo. En el futuro no sé si me iré a trabajar al negocio familiar, a estudiar una carrera o a buscar trabajos temporales de seis meses... Reconozco que lo digo en voz alta como para quitarme el miedo a cambiar cosas de mi vida. Porque parece que una vez que encuentras tu lugar debes quedarte ahí el resto de tus días. Y a mí me gusta ser revolucionario dentro de mi propia vida y tomar decisiones que hasta a mí me pillen por sorpresa.
—En «Autóctono» dices de Galicia que es «donde uno siempre vuelve». ¿Volverás?
—Sí, vuelvo a menudo, de hecho. Pero si te refieres a volver y a establecerme allí, probablemente también. Madrid es una ciudad que agiliza mucho el proceso para los que buscamos desarrollar nuestra carrera musical. Pero, llegado a cierto punto, supongo que puedes empezar a no necesitarlo tanto. No te digo prescindir de ello, porque siempre es importante estar en contacto con tus compañeros de gremio, pero sí creo que ya puedes establecer tu base en otro lado. En mi caso, me gustaría que fuera Galicia.
—Más allá de en la letra de «Autóctono», ¿dónde crees que se nota en este disco esa «sangre celta» de la que hablas?
—Aunque sin buscarlo de manera premeditada, yo sigo advirtiendo cierta influencia folk en mi música. Imagino que por el violín y por las melodías que he diseñado para él. Supongo que tiene que ver con que dentro de mi ser, de mi código genético, debe de haber algo que tiene que ver con el folk y con Galicia y por eso asoma por ahí. También me dice la gente que cuando escucha mis letras le evocan imágenes relacionadas con el rural, el monte, lo verde..., con Galicia. Pero es algo que yo nunca he buscado a propósito.
—¿Por qué escribiste «Autóctono»?
—Yo no había escrito ninguna canción a Galicia como tal y me pareció bonito dedicarle unas palabras y expresar el orgullo que yo siento de formar parte de esa gente, de esa tierra y de esa cultura.
—¿Quizá algún día nos encontremos con una canción de Carlos Ares en gallego?
—Puede ser. El único miedo que tendría es a cometer algún tipo de error gramatical. Pediría ayuda para escribirla. Pero sí, me gustaría. No lo descarto.
—¿Tienes realmente la sensación, como dices en «Páramo», de que este mundo es «hostil y frío»?
—En ocasiones, sí. A mí cada vez me resulta más complejo vivir. Sigue habiendo ciertas cosas que me hacen sentir calor. Por ejemplo, todo se vuelve más sencillo cuando voy a A Coruña y regreso a mi vida con mi familia y en mis sitios. Ahí parece como que todo vuelve un poco a la normalidad. Pero a medida que voy sumergiéndome cada vez más en esta película de la edad adulta, y ya no me refiero siquiera a la música, sino a lo que vivo desde que me independicé y me vine a vivir a Madrid, pienso que todo se vuelve, pues sí, más frío, más hostil. Nos comunicamos menos, pasamos menos tiempo en la naturaleza... Todo va cogiendo un color como un poco más oscuro. Había algo en la sencillez de la vida de antes que tenía belleza y que nos daba más felicidad en comparación a estos tiempos que corren ahora.
—¿Por eso en la portada del disco te escondes detrás de una máscara?
—No exactamente. La máscara representa la parte de mi vertiente artística que me da un poco de miedo. Ese temor a que te coma tu personaje. A olvidarte de cómo eras antes de esto del éxito, entendido como una mayor exposición y una mayor carga de responsabilidad. Yo soy una persona con un sentido de la responsabilidad muy agudo y sufro mucho cuando hay mucha gente a mi cargo. Y cada vez tengo más cosas que me van quitando tiempo de lo que me parece lo verdaderamente importante, que es hacer canciones. También me da miedo estar metiéndome en un lugar del que ya no pueda salir. No sé cómo de reversible es este proceso de convertirse en un personaje público, de exponerse tanto y de contar tantas cosas de tu vida. Da todo bastante vértigo, pero al final yo soy el que estoy decidiendo ponerme esa máscara y seguir haciendo el show. Por eso irónicamente el título del disco casi viene a decir «me da miedo publicar este disco». La máscara es una caricatura de mí mismo metido en toda esta parafernalia.
—Da la sensación de que en este disco has trabajado mucho más las letras. Que nada es casual en la elección del léxico que utilizas.
—Me he terminado por convertir en un amante de la poesía y de escribir, cuando al principio era lo que menos me gustaba y lo que peor se me daba. Supongo que no me gustaba, precisamente porque se me daba mal y era frustrante. Pero, de una manera casi mágica, mi cabeza llegó a la conclusión de que debía romper con todos esos moldes y estructuras pop, en las que había que encorsetar una letra superlimitada. Empecé a componer más desde la letra que desde la música y, al final, prioricé el mensaje, cuestión que condicionó mucho la música. Porque, claro, cuando utilizas palabras tan complejas como libélula, no puedes hacer una melodía corta sino una en la que quepa toda la palabra. Y así fue que empezó a cambiar mi manera de concebir las canciones. No quería dejar de hacer estribillos sencillos para que fueran directos y fáciles de llegar a la gente, pero al mismo tiempo quería diseñar versos que tuviesen más complejidad, más profundidad, más contenido... Un lugar donde yo pudiese contar muchas cosas y crear muchas imágenes. Y al final me fui enamorando de la escritura.
—¿Serías capaz de volver a escribir para otros?
—Sí, aunque no me interesa en este momento. La verdad es que no tengo ganas de escribir para nadie. Ahora mismo, no tengo ni siquiera ganas de escribir para mí. Tengo ganas de vivir nuevas cosas en mi vida y obtener nuevas razones por las que escribir. No me gusta sentarme sin haber vivido cosas que me lleven a las canciones. Necesito siempre darme tiempo para encontrar los motivos por los que escribir.
—En «Lenguas calvas» dices no tener pelos en la lengua. ¿Qué opinas del debate sobre si los artistas deben o no hablar de política?
—No tengo pelos en la lengua para lo que quiero. Es decir, yo no voy a dar mi opinión sobre ciertos asuntos que creo que no le importan a mi público. La gente que me sigue, lo que me demanda es música, que es lo que se me da bien hacer. Mis opiniones personales sobre ciertos asuntos prefiero guardármelas para mí. Por suerte, desde mi posición es bastante sencillo porque he acostumbrado a mi público a que yo nunca voy a querer ofrecerles mi vida personal. La única información que yo les hago llegar son mis canciones.
—Estabas cabreado el día que escribiste «Ultimátum».
—Sí, un poco sí. No quería seguir perdiendo el tiempo con ese asunto y le dediqué unas últimas palabras.