Virginia Higa, autora de «Los sorrentinos»: «La idea de mantener la pureza es absurda, todo lo que está vivo muta»

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La autora Virginia Higa en A Coruña este marzo.
La autora Virginia Higa en A Coruña este marzo. MARCOS MIGUEZ

Esta escritora borda un plato que no conoces. Es argentina de raíz napolitana y firma un debut al dente, que ha traído a Galicia. Degustamos en la misma mesa que su autora «Los sorrentinos», una gran belleza en 148 páginas. «Los sinónimos no existen», afirma Higa

06 abr 2025 . Actualizado a las 17:12 h.

Cuando llegó al plato su primera novela, Los sorrentinos, Virginia Higa, argentina, vivía en Suecia. Así que se llevó a la boca el éxito de publicar a distancia.  «Toda la vida del libro la viví de lejos. El libro se publicó en Argentina, yo estaba en Suecia, y el recorrido lo vi entonces de lejos, en redes, a través de comentarios de la gente», revela la autora nacida en Bahía Blanca en 1983, que la semana pasada ofreció, en la librería coruñesa Moito Conto, un club de lectura sobre esta delicia que nos sienta a mirar lo que se cuece dentro de una trattoria napolitana que triunfa verano a verano en Mar del Plata. La familia del Chiche Vespolini deja un aire conocido, encoge el corazón y al tiempo hace cosquillas en la tripa. Desde Suecia, esta deudora de Natalia Ginzburg y su Léxico familiar encontró editorial sin dar receta. ¿Algo que ver esta novela con Paolo Sorrentino? No, según su autora, por más que el espectador las relacione por capricho.

­—¿Está en esta novela su léxico familiar?

—La novela de Ginzburg Léxico familiar fue una inspiración para mí. Mi novela está basada en la familia de mi madre, pero nunca quise escribir una novela histórica o pegada a la realidad. Quería escribirla en tercera persona, para que hubiera una distancia. Quería contar la familia como una novela. No me interesaba eso de «son los hechos», sino contar con las herramientas de la ficción una historia divertida, linda, y a la vez melancólica.

«Un restaurante es un teatro humano»

­—¿Sabía de hace tiempo que tenía buena materia prima literaria en la familia materna?

—Sí. Todas esas historias que aparecen en el libro son historias que fui escuchando de toda la vida. De mi madre y de toda esa gran familia extendida de abuela, bisabuela, tíos, primos, primos lejanos... Los primeros años de mi vida crecí en Mar del Plata e íbamos todos los días a comer a la trattoria. Era el restaurante familiar. Íbamos a comer todo el tiempo. Y comer ahí era observar un teatro de personajes. En ese momento no me daba cuenta porque para mí era algo natural. Un local familiar es un lugar como que es público y privado al tiempo. Nosotros, la familia, teníamos acceso a ese detrás del comercio. Eso para mí era fascinante, era «¡somos parte del clan!».

­—Esta es una familia trasplantada, un clan peculiar que defiende su singularidad, su lenguaje, su cocina, su cultura, en tierra desacostumbrada. ¡Un plato lo resume todo! ¿Pero qué son los sorrentinos?

—Resulta curiosa la pregunta. En Argentina no hay que explicar qué son y acá sí. Es lindo ver la lectura de la gente para la que no es obvio qué son los sorrentinos. En Argentina mucha gente conoce el restaurante, conoce la pasta y me preguntan mucho qué es verdad y qué es ficción de la novela. Quizás acá (en España) es más fácil leerlo como ficción, por no ser conocidos los sorrentinos...

—A mí me recuerda su léxico familiar sorrentino algunas cosas de los gallegos...

—¿Ah, sí? ¿Cómo qué?

—Por ejemplo, la palabra «catrosha». Yo creo que en gallego sería «trapalleira».

—Jajaja. A mí no me gusta decir qué significa una palabra porque creo que si lo explico pierde un poco la magia. Mi intención al usar muchas palabras de ese léxico familiar era no explicar qué significan. Para que las palabras aparezcan solo en su uso. De niño, no te dicen qué significan las cosas, es intuitivo. Uno escucha muchas veces esa palabra y se hace una idea de lo que es. Catrosha es una palabra central en el libro. Si digo su significado, arruino su sentido.

«No existen los sinónimos. Si existe esa palabra es porque tiene otro sentido, otra función. Si no, no la habría. La palabra catrosha solo la oí en mi familia...

­—Quizá no hay otra palabra que sirva para decir justo lo mismo. La morriña no es nostalgia.

—Sí. Yo creo que no existen los sinónimos. Si existe esa palabra es porque tiene otro sentido, otra función. Si no, no la habría.

­—¿Existió el Chiche de la novela, que era «el chiche» de sus hermanas?

—Sí. Está basado en un tío mío, bisabuelo, que era el dueño del restaurante, muy apreciado por la familia, y que estaba en el centro de ese teatro humano del restaurante. Querido por la familia y por los clientes, por el barrio, por la ciudad. Era una personalidad ilustre de Mar del Plata. Me escribe gente que me cuenta que iban a comer allí todos los veranos. El Chiche tenía su mesa, él estaba siempre en el mismo lugar. El restaurante sigue abierto.

—¿Esta novela es también una campaña de márketing mundial?

—Bueno... Yo no tengo vínculo con ellos. Se perdió, no fui más. Esta novela no es una historia real, aunque esté basada en hechos reales. Toda la literatura está hecha con los materiales de la vida.

—¿Hay algo en común entre la pasta y la literatura?

—Esas son conexiones que fui encontrando tras terminar el libro. Cuando lo estaba escribiendo, no era tan consciente. Quería contar la historia de los sorrentinos y cómo se había popularizado esta pasta. ¡La gente en Argentina piensa que los sorrentinos son italianos en vez de argentinos! Con el tiempo y las lecturas de la gente, me di cuenta de que los sorrentinos son una metáfora de la cultura argentina. Vienen con la emigración pero son un producto argentino. A los italianos las pastas con tanto relleno les parecen grotescas. Los sorrentinos la familia los crea con la idea de que la pureza se mantenga, pero al volverse algo popular es imposible la pureza. Eso es una metáfora de la cultura. Todo lo que está vivo va mutando. Lo puro está muerto. La idea de mantener la pureza es absurda. En los platos y en las palabras. Eso tiene en común la pasta con lo literario. Lo que más me gusta de la literatura es que siento que hay espacio para todo. Mi libro salió en una editorial de dos personas. De los márgenes viene a veces lo interesante.

—¿Tienes la receta de los sorrentinos que enamoran en Mar del Plata?

—Tengo, pero no la puedo decir. Sería traición máxima. Puedo contar todas las miserias de la familia, pero si doy la receta me van a... [no hay palabra para un fin].