El amor único de la coruñesa María Casares y Albert Camus en 865 cartas: «Espero que vuelvas para sacudirte el polvo»

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas REDACCIÓN / LA VOZ

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Albert Camus y María Casares en una foto tomada en casa de esta
Albert Camus y María Casares en una foto tomada en casa de esta .

Exiliada en Francia, hija del republicano Casares Quiroga, María conoció al escritor Albert Camus con solo 21 años. Él tenía nueve más y estaba casado. Ahora sabemos más detalles de su relación gracias a su íntima correspondencia

14 feb 2025 . Actualizado a las 15:32 h.

Albert Camus y María Casares se despidieron por carta el 30 de diciembre de 1959, él firmó como había hecho muchas veces, con una A., Deseaba con toda su ansia verla el martes, a su regreso a París. María le había escrito previamente y le contaba que estaba leyendo Las ilusiones perdidas de Balzac, «para no perder las mías», le decía. «Espero que vuelvas para contarte, hablarte, decirte, amar, reír juntos. También espero que vuelvas para sacudirte el polvo. [...] Te espero rolliza y sonriente, con los muslos más gruesos por la ausencia de las tablas. Y, mientras te espero, te beso hasta quedarme sin resuello». Firmó M., como había hecho muchas otras veces. Albert fue el último en escribir y María la última en leer. «Hasta pronto, esplendorosa mía. Estoy tan contento al pensar en volver a verte que me río mientras te escribo. He cerrado mis carpetas y no trabajo ya (¡demasiada familia y demasiados amigos de la familia!). Así que ya no tengo razón para privarme de tu risa [...] Te beso, te abrazo hasta el martes, en que lo repetiré».

 A. y M., Albert y María, no volvieron jamás a verse. Él se mató en un accidente de coche el 4 de enero de 1960, a punto de estrenar una década que los iba a mantener unidos como había sido desde que habían iniciado una relación un 6 de junio de 1944, el día del desembarco de Normandía. Ella tenía 21 años y él nueve más, 30. Y desde entonces, aunque no de manera continuada, empezaron a cruzarse una íntima correspondencia que abarca doce años (aunque fueron quince desde que se conocieron) con 865 cartas.

Publicadas por primera vez en francés en el año 2017, vieron la luz en el 2023 en español, gracias a la hija del premio Nobel, Catherine, también a María Casares y, por supuesto, al poeta René Char, amigo íntimo de Camus que, nada más saber de su trágica muerte, subió a su casa y recogió todas las que había de María para dárselas a ella y que no cayeran en manos de ningún enemigo del autor. Tampoco en manos de la mujer de Camus, Francine, que era conocedora de la relación. René, muy avispado, se las entregó a María y ella, recogida en su dolor, las guardó durante toda la vida, tanto las suyas como la de Albert, hasta que muchos años después —y tras entablar una muy buena relación con la hija de Camus, Catherine— se las cedió a ella.

«Les estoy agradecida a ambos. Gracias a sus cartas la tierra es más ancha, el espacio más luminoso, el aire más liviano, por el mero hecho de que ellos existieran», expresa en el prólogo Catherine, que supo entender que ni siquiera la muerte del escritor podría haberlos separado. Así lo contó también María, María Victoria Casares, coruñesa, hija del expresidente del consejo de ministros republicano Santiago Casares Quiroga, en una entrevista muchos años después: «Aprendí con Camus, fuera de mis padres, que uno puede no estar solo en el mundo. Con él nunca volví a estar sola, sé que una vez no lo estuve, por consiguiente, no lo estoy». Y no lo estuvo nunca más.

Exiliada a los 14 años, María llegó a París junto a su madre, Gloria Pérez Corrales, como Victoria, Vitoliña, pero el destino y su temperamento la acabaron convirtiendo en Maria Casarés, a la francesa, la mejor actriz de su época. La única, la más grande, una intérprete de altura que trabajó con los más importantes (desde Jean Cocteau a Genet o Claudel), como cuenta Anne Plantagenet en su biografía La única. María Casares, una obra brillante que repasa la relación peculiar de María con su madre, con su padre y también con Camus.

Albert Camus y María Casares
Albert Camus y María Casares web

Cuando conoció al autor de El extranjero no sabía que él estaba casado (aunque por aquel entonces separado físicamente de su mujer). Él se lo contó enseguida, como enseguida le empezó a escribir insistentemente. Las primeras cartas, vistas con la perspectiva actual, semejan las de un hombre obsesionado, ansioso y obcecado con tenerla. Y de hecho, como cuenta la escritora Susana Fortes, que acaba de escribir una novela sobre esta gran historia de amor, el escritor fue un hombre de bajones emocionales, enfermo de tuberculosis y con la angustia de la página en blanco. Se observa en las cartas, en las que Camus va dando expresiva constancia de su desaliento creativo, que ella enfrenta. Lo anima y lo arrastra como esa lubina salvaje que es.

El Atlántico y el Mediterráneo

Temperamental y espontánea, María es el Atlántico, y Albert, el Mediterráneo. Mucho más templado, le ofrece desde un principio un 75% de su amor. Ella lo quiere todo en esos primeros instantes de juventud, donde no se resigna a ser la otra, la amante. No lo fue, desde luego, tal y como se deja ver en esta correspondencia en la que Albert siempre la pone por delante. A veces es su «Maria querida», así sin acento, otras es su «niña» y otras «amor mío, reina mía, ángel mío». Le escribe casi diariamente y en todas las circunstancias, cuando están de gira, cuando la familia los separa, y siempre a pecho descubierto. No se mienten. Pero ella, cuando sabe que Francine regresa a París, lo abandona literalmente de un portazo. Durante cuatro años, ella lo evita. Y él, desesperado, lo acepta y solo se atreve a escribirle unas líneas cuando fallece la madre de María. Pero el azar juega a su favor, y otro 6 de junio, pero de 1948, paseando por el bulevar Saint-Germain, se cruzan y ella, sin más, apoya la cabeza en su hombro. No se vuelven a separar.

Su entrega es total. Se alientan, se desean, se derrumban, pero nunca están solos. Se tienen el uno al otro. Apasionados, no ocultan sus celos ni tampoco a los amantes esporádicos que tienen en sus largas temporadas de ausencias. «He recibido de golpe tus cartas de martes, miércoles y jueves. No sé a qué se debió la interrupción de ayer. [...] Me pasé parte del día atontado. Es una insensatez, pero también es cierto que vivimos en una condiciones demenciales», le dice él.

La editorial Debate ha publicado en más de 1.200 páginas todas las cartas de Albert Camus y María Casares entre 1944 y 1959
La editorial Debate ha publicado en más de 1.200 páginas todas las cartas de Albert Camus y María Casares entre 1944 y 1959

En las 865 cartas hablan de los ensayos, de lo que él está escribiendo para que ella interprete, de sus sentimientos, de la enfermedad, de las giras, de las obras que él tiene entre manos, de las noches en soledad. Él, con una prosa precisa e impecable. Ella, mucho más fresca e impulsiva, lo mismo le cuenta que está cocinando unos espaguetis que le envía un listado de prioridades: «Fumar, dormir, cuidar de mi padre...». Porque si algo echan de menos es la rutina de un amor en pareja. «¿Cuándo estarán tu falda y mi chaqueta en el mismo perchero?», se quejan. Ella pasa sola las Navidades, mientras él se reúne con su mujer y sus hijos. María, nostálgica, escucha por la radio las campanadas de la Puerta del Sol y llora. Pone a Edith Piaf. Los dos se protegen de las ausencias con amigos, leyendo y escribiéndose siempre estén donde estén, en Río de Janeiro, en Montevideo... Cuando él va a recoger el premio Nobel a Estocolmo en 1957 viaja con su mujer, mientras María espera el telegrama, que él le pone nada más llegar: «Te beso como para derretir toda la nieve de Suecia». Está con Francine físicamente, pero con María en la cabeza y en el corazón. Ella, en cuanto conoce la noticia del premio Nobel, le escribe unas letras: «Qué fiesta, joven triunfador, qué fiesta». Y él le responde: «Nunca te he echado tanto de menos».

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Una foto en bata fumando

De ellos dos juntos hay publicadas pocas fotos, una en el teatro, y otra (la que ilustra este reportaje) en la que están en bata en casa de María, fumando, como un matrimonio feliz, dos jóvenes estrellas famosas, después de la noche de bodas. Pero, como señala Susana Fortes, «ni estaban casados ni fue su primera noche (en la que, por cierto, hubo gatillazo)». No se ocultaron, se escaparon juntos algunas veces, pero apenas convivieron ni se exhibieron. Su relación, conocida por todos, íntimos y familiares, cumplió, sin embargo, con el decoro de la época. Francine y María coincidieron una vez en el teatro y las dos sabían lo que había. Una tuvo el 75% y la otra un 25% muy amargo, porque Camus nunca fue feliz con su mujer y, en cuanto pudo, se fue de casa, aunque mantuvo la cordialidad familiar en las vacaciones.

Cuando Albert Camus se muere trágicamente, Francine no permitió que María fuera al entierro. Y tal vez María ni se lo planteó. Solo tras el fallecimiento de Francine, María recuperó a Camus a través de su hija Catherine. Las dos fueron muy amigas y se quisieron con la devoción de compartir eternamente a Albert, A., un hombre que vivió y murió enamorado de M.