La periodista Anne Applebaum, ganadora de un Pulitzer, retrata en su último ensayo el auge de una red transnacional de tiranos y cleptócratas
14 nov 2024 . Actualizado a las 21:29 h.Nikita Jrushchov golpeó con su zapato la mesa en la Asamblea General de la ONU, allá por 1960 —años antes de que lo replicase Beiras ante Fraga en el Parlamento gallego—, para evidenciar su malestar ante un delegado filipino que había acusado al régimen soviético de «privar de derechos civiles y democráticos» al bloque del Este. Toda una ofensa que dañaba la imagen del paraíso comunista que trataban de proyectar al mundo. La periodista Anne Applebaum, ganadora de un Pulitzer y columnista de The Atlantic, ilustra con esta anécdota que la mayoría de dictaduras trataban de ocultar sus verdaderas intenciones «tras una fachada de democracia muy bien planificada y manipulada» hasta finales del siglo XX. Nada de eso importa ya a los miembros de Autocracia S. A. Dentro de ese grupo, en su libro homónimo, que publica este mes Debate, engloba a una red clientelar de autócratas que se saben impunes por sus acciones, a menudo al frente de cleptocracias en las que se sirven de las instituciones del Estado para enriquecer sus fortunas, e impermeables a las críticas internacionales.
Applebaum hace un repaso exhaustivo por las dictaduras contemporáneas —o aquellos regímenes disfrazados de democracias— para descubrir las sofisticadas conexiones entre ellas. Con la agilidad que le permite su profundo conocimiento sobre el ascenso del autoritarismo mundial, por las páginas de Autocracia S.A. desfilan líderes de potencias mundiales como Xi Jinping y Vladimir Putin, propagandistas, compañías que se lucran de los suculentos negocios que abren los cleptócratas, opositores y también gobiernos occidentales, cuyos errores de cálculo, y en ocasiones también la codicia, contribuyeron a empoderar a autócratas durante décadas. Ahí está, por ejemplo, la apertura de lazos comerciales con China y Rusia en los años noventa bajo el pretexto de extender allí democracias liberales. Lejos de que así sucediese, Applebaum razona que nadie imaginaba entonces que serían la autocracia y el iliberalismo quienes acabarían introduciendo sus tentáculos en el mundo democrático, y no al revés.
Por supuesto, aparece también Donald Trump. Y no por el asalto al Capitolio de sus seguidores, sino por estrategias más sutiles dentro de las instituciones, tratando de desprestigiar la democracia al poner en duda resultados electorales o señalar a jueces federales o políticos de la oposición con falsas acusaciones. Basta seguir la actualidad de la última semana para comprobar que en la agenda telefónica del presidente electo de Estados Unidos están muchos de los protagonistas de Autocracia S.A.
Trump sirve de ejemplo en un interesante capítulo sobre el control del relato. Expone cómo el Partido Republicano empleó bulos creados directamente en Rusia y propagados en Estados Unidos con testimonios de personas que hacían pasarse por ciudadanos americanos opinando que el dinero empleado en enviar ayuda militar a Ucrania debería utilizarse mejor en defender las fronteras del país.
Por cierto, en este capítulo aparece Carles Puigdemont por valerse de las noticias de seudomedios de comunicación rusos y «ejércitos de troles» para alimentar la causa independentista. «Los instrumentos de desestabilización pueden ser conservadores, progresistas, separatistas o nacionalistas», escribe Applebaum, que sitúa a China y, especialmente, a Rusia, como responsables de generar caos para «reescribir las reglas del mismísimo sistema internacional», utilizando la desinformación para incitar a la gente a cuestionar al Estado, la autoridad y, finalmente, poner en duda la democracia misma.
La autora consigue demostrar que la pugna crepuscular entre bloques de aliados ideológicamente alineados durante el siglo XX es historia, y que ahora los autócratas son más heterogéneos, aunque con objetivos comunes para mantenerse en el poder. Son una macedonia de autodenominados marxistas, mafiosos cleptocráticos, tiranos o teócratas. Se valen de acuerdos y pactos comerciales para apoyarse mutuamente, controlan instituciones y empresas, y erigen un enemigo común, que no es otro que Occidente, la OTAN o la Unión Europea.
Demócratas unidos
La periodista e historiadora finaliza su fiel retrato a esta red transnacional de cleptocracias con un mensaje optimista: es posible ponerles fin. Plantea una serie de medidas, como controlar el blanqueo de capitales, reducir la dependencia económica de estos países o sabotear la desinformación. Reclama colaboración bajo lo que denomina «demócratas unidos», englobando a ciudadanos de todo el mundo. Y nos recuerda que las democracias «no son perfectas», pero que solo en su interior podremos llevar una vida «más útil» que en las dictaduras. Salvarlas, dice, depende del esfuerzo de quienes vivimos en ellas.