Los murmullos de Gioconda

Mercedes Corbillón LA CIUDAD Y LOS LIBROS

FUGAS

ZIPI ARAGON | EFE

08 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Decía el otro día Gioconda Belli sentada en la librería ante un público efervescente que no incluía ni fotógrafos de prensa ni políticos que, frente a la incerteza, lo único que tenemos es la esperanza, esa herramienta que nos ha dado la condición humana para enfrentarnos a la vida, que a veces trae lodo y catástrofes.

En su última novela, hay varias catástrofes superpuestas, y, sin embargo, posee la fuerza del instinto empujando las páginas que parecen escritas con esa energía telúrica que desprende su mirada. Me enamoré un poco de Gioconda Belli y del azar que quiso que la primera vez que contemplara la catedral de Santiago fuera conmigo. Qué bello es todo, me decía y yo asentía. Nos sentamos a tomar un café en el Costa Vella y allí me contó que conoció a Cortázar cuando ganó su primer premio de literatura. Que lo vio poco antes de morir, cuando estaba enfermo y más enfermo de tristeza por haber perdido a Carol Dunlop. En el archivo de Austin donde le han comprado ya sus papeles, vio el manuscrito de Rayuela. Se emocionó. Callé mi conmoción por ese instante. Una de nuestras diosas fundadoras sentada frente a mí, hablando del enormísimo cronopio con esa voz tropical y esos rizos selváticos.

En Un silencio lleno de murmullos está la pandemia, el marco temporal donde la protagonista hace arqueología emocional entre las cosas de su madre muerta, está el terremoto que destruyó Managua en el 72 y que dejó paso al nacimiento de una ciudad nueva construida alrededor de los escombros de la anterior porque nadie estuvo al mando y el pueblo hizo lo de siempre, salir adelante con su propio caos.

La peor catástrofe fue la de la revolución creando monstruos peores que los que quiso combatir. Los sueños se cumplen, creyó la madre revolucionaria de la historia cuando con su lucha consiguieron destronar al dictador Somoza. Y los sueños se desmoronaron para convertirse en pesadilla cuando uno de los correligionarios se aupó al poder convirtiéndose en algo peor.

Y aquí está ella, desprovista del país donde nació, sin pensión, con la casa confiscada, empezando de nuevo a los 75 años en otro lugar, agarrada a la esperanza que es lo que queda cuando parece que todo se acaba.