La montaña mágica, cien años en la cima

FUGAS

Monumental, hipnótica, imperecedera. La obra de Thomas Mann cumple un siglo afianzada como la gran proeza literaria sobre la condición humana y el paso del tiempo

01 nov 2024 . Actualizado a las 18:47 h.

Encumbrada como la novela total, sobre la que se han escrito cientos de textos desde diferentes disciplinas, y agotados ya todos los adjetivos, las mil páginas de La montaña mágica — de cuya publicación se cumplen este mes de noviembre cien años— se presentan como un enorme desafío para cualquier lector. Y más en estos tiempos de impaciencia, en los que se imponen el vértigo y la inmediatez. Hay algo de hazaña, de heroicidad, en la aventura que supone iniciar y acabar la lectura de esta obra densa e hipnótica, que parece no terminarse nunca. Porque, en realidad, en esta novela no pasa absolutamente nada. Nada que sea extraordinario o aparentemente atractivo. Un personaje principal (Hans Castorp) que visita a su primo (Joachim Ziemssen) en el Berghof, un sanatorio antituberculoso ubicado en la localidad de Davos, en los Alpes suizos. Una estancia que se preveía breve, pero que acaba prolongándose durante años.

En una trama aparentemente sencilla, se suceden los personajes que, poco a poco, como en una gigantesca formación rocosa, piedra a piedra, conforman un libro monumental e inabarcable, una gran proeza literaria que trata con maestría la condición humana, con la vida, la muerte y el amor como grandes asuntos de fondo. La montaña mágica es, además, el retrato del turbulento tiempo que precedió a la Primera Guerra Mundial: la decadencia de la vida burguesa europea y el preludio del totalitarismo, que tendría luego en el nazismo a su expresión más devastadora. En el pintoresco catálogo de personajes que habitan el sanatorio sobresalen la enigmática figura de Madame Chauchat, a cuya belleza sucumbe Hans Castorp, febrilmente atrapado por sus encantos; y también el estrafalario doctor Behrens, locuaz e irónico, sabio y prudente. Una y otro permiten a Mann situar el amor y la muerte como cuestiones centrales de la novela. Una muerte que merodea con naturalidad en pugna constante con la vida. En medio de todo, el imponente paisaje alpino, la montaña inmune al paso del tiempo, la belleza de lo natural ajena al trasiego de los relojes.

Pero, de entre todos los personajes, sobresalen las figuras antagónicas del liberal Ludovico Settembrini y el oscurantista Leo Naphta, dos eruditos que contraponen apasionadamente sus visiones del mundo y mediante los cuales Mann reflexiona sobre la condición humana. La ideología política, la religión y, sobre todo, el sentido de una existencia que parece precipitarse hacia el abismo copan páginas y páginas que, por momentos, convierten la novela más en un tratado político o un ensayo filosófico que en una pieza literaria propiamente dicha. Hasta Leila Guerriero admitió que la novela le había aburrido soberanamente, y una conocida periodista y escritora española, Rosa Montero, llegó a recomendar saltarse sin remordimientos las páginas tediosas de La montaña mágica. Decenas de párrafos muertos y sobrantes. En un libro tan extraordinariamente bien escrito, tan lleno de conocimiento, a poco que uno se arme de paciencia, no parece este un buen consejo. Porque nos sitúa en un debate absurdo, como si los arquitectos discutiesen si al Empire State de Nueva York le sobran diez o doce pisos, o los geólogos hablasen de si el Everest podría ser igual de atractivo con 700 metros menos.

El resultado final de La montaña mágica no es el que autor había previsto inicialmente. Thomas Mann empezó a escribir la obra en 1912, cuando acompañaba a su esposa Katia Hedwig en un sanatorio de Los Alpes, donde estaba internada por una infección pulmonar. El escritor pensaba en una pequeña novela satírica que podía funcionar como un contrapunto humorístico a Muerte en Venecia. Pero Mann, que como todo escritor nunca se sintió en vida mal tratado por la crítica, se dio cuenta de que había reunido el material suficiente para emprender un trabajo literario mucho más ambicioso. Tanto es así que la obra no vio la luz hasta doce años después, en el otoño de 1924. En medio se cruzó la Primera Guerra Mundial (1914-1918), un conflicto que marcó las posiciones ideológicas del autor, que acabaría simpatizando con la República de Weimar.

La montaña mágica es la consumación del anhelo que persigue a muchos escritores: alcanzar el sueño de la posteridad. Y para todo lector, un lento camino de ascenso, que parece interminable, por una novela llena de preguntas y respuestas, de belleza y desesperación. Una vez terminada, desde todo lo alto, se contempla mucho mejor el mundo.