En su último libro, «Presentes», sobre un episodio de los primeros días del franquismo, enseña que el pasado no hay por qué dejarlo siempre atrás
01 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Nos contó la historia de El peón a lo largo de un año del franquismo, la del 14 de abril y el surgimiento de la Segunda República la condensó en un día, y en Presentes (Alfaguara) Paco Cerdà (Genovés, Valencia, 1985) hilvana los 11 días y diez noches del cortejo fúnebre que acompañó los restos de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, hasta el Escorial en noviembre de 1939. De nuevo, el autor se detiene en la letra minúscula del acontecimiento: «Casi como un reto deportivo, me propuse si sería capaz de encontrar los relatos reales de esos 11 días que completasen la imagen, sobredimensionada, del traslado. Pensaba que en el gran contraste había una historia».
—¿Le gusta rebuscar en el pasado?
—Aunque flote el tópico de «otro libro sobre la Guerra Civil», no responde a las necesidades reales de la población española de seguir sabiendo sobre el hecho más traumático que nos explica todavía hoy. Se suele cortar el franquismo por un solo corte, 40 años de dictadura y ya está. Debemos ir conociendo los distintos franquismos, tuvo muchos matices y es interesante que veamos las capas. Pasa lo mismo con la República. No son libros que se queden anclados en el pasado, sino que nos envían señales al presente y nos explican, en cierta manera, algunas cuestiones de hoy. El valor de la memoria no es el de la historia. La memoria tiene que ver con el presente, no con el pasado.
—¿Puede explicarnos eso?
—La memoria es la lectura del pasado desde hoy. Renunciar a la memoria no es tanto renunciar al pasado ni a las raíces, sino a llevar una muleta mejor de cara al futuro. Como dijo Lorca: «Recordar hacia mañana». Si no, caemos en el riesgo de la arqueología, de la paleontología, que está muy bien, pero no es mi propósito, o en el de los sempiternos discursos de cerrar heridas y estas pamplinas.
—¿Sintió envidia Franco de la pasión que despertó Primo de Rivera?
—El mito de José Antonio despunta cuando lo llamaban «el ausente», en esos momentos de Guerra Civil donde no se sabía si estaba vivo o muerto y surgen las más descabelladas teorías, como que estaba en Moscú castrado. Es como una esperanza a la que se aferra el bando nacional, pero sin duda este traslado, en el que durante 11 días los medios de comunicación, de una forma omnímoda, repasan su vida, exaltan sus glorias, supuestas, y recrean sus imágenes, se ejecuta una operación de propaganda tan visual que pretendía quedar en la retina de la población. Día y noche, miles de personas siguen el cortejo, esos 11 días cimientan una de las dimensiones simbólicas más importantes de la dictadura, se crea la figura del mártir y se vincula la Victoria, con mayúsculas, a la muerte por la cruz y la patria. Creo que Franco, más que envidia, lo plantea en términos de utilidad: ¿Cómo me será útil vincular mi figura a un mártir?
—Entre los relatos paralelos que recupera, sobrecoge de forma especial el de Elena Fortún. La hija de Franco era fan de Celia.
—Es la gran paradoja, cómo la hija del dictador busca con denuedo los libros de Celia mientras su autora, Elena Fortún, sufre en el exilio las penalidades que ha provocado el golpe de su padre. Fortún era una autora superventas en España, representante del movimiento de emancipación de la mujer en la Segunda República. Ella es el preludio de la vuelta atrás tan bestia que supuso el franquismo.
—Miguel de Molina, Pilar de Valderrama y Pilar Primo de Rivera. ¿Qué los une?
—Prioricé un criterio innegable: personas que en esos 11 días hubieran tenido un rastro en la historia. En todos estos casos ocurre. El segundo criterio es que quería demostrar cómo la represión no se cebó solo contra aquellos más politizados, tendemos a estigmatizar de una forma excesivamente maniquea la represión de la dictadura. Cantantes como Miguel de Molina o poetas como Pilar de Valderrama, que siendo supuestamente del bando ganador perdió a un hijo, su casa y a su amor, Antonio Machado, pagaron el precio de la primera represión de la posguerra. Pilar Primo de Rivera es otro de los personajes que explican cómo la mujer española deja de ocupar la esfera pública. Ella representa justo lo contrario: tiene una dimensión pública, incluso desafía y cuestiona al propio dictador, y lidera un movimiento de masas, el más grande de España, como la Sección Femenina, que tuvo hasta 600.000 mujeres encuadradas.
—¿Qué ecos quedan?
—A veces me preguntan por Vox. No me interesa hacer esos paralelismos, es empobrecedor. En esos 11 días comprobamos muchas cosas. La capacidad de penetración de la propaganda, el peligro de la épica como forma narrativa que encumbra y puede llevarnos a idolatrar ciertas resistencias políticas que acarrean un elevado coste de sacrificio personal o el peligro de banalizar el mal. No estamos hoy ante paredones, y es importante subrayar las diferencias, porque si no caemos en el relativismo de que todo es lo mismo, y no lo es. También, que la inyección en vena del enfrentamiento no trae nada bueno. El conflicto es sano y la democracia es conflicto, pero también debe de ser respeto, y ya no te digo consenso, que puede estar sobrevalorado.
—¿La cultura es peligrosa?
—Siempre es, ha sido y será peligrosa, y bienvenido sea. Si ya no nos queda verdad ni crítica, no sé qué nos queda, ir a consumir a un centro comercial, imagino.