Vega: «Llevo años en tierra de nadie. Demasiado rara para el 'mainstream', demasiado 'mainstream' para los 'indies'»

FUGAS

Sara Condado

Sin «singles» previos y con un planteamiento conceptual, «Ignis» ve hoy la luz. Vega ha encontrado la paz sin perder la garra. «Quería sonar como El Señor de los Anillos avanzando con una banda de mil orcos», señala

25 oct 2024 . Actualizado a las 11:23 h.

Se podía decir que Ignis, el nuevo disco de Vega que se edita hoy, nació de la canción de otro artista. Se trata de En el alambre, de Iván Ferreiro, publicada en diciembre del 2022. «Me enredé en ella —recuerda la artista—. Cuando escuchaba eso de “no lo has hecho mal” me rompía por dentro». Vega escribía entonces en Instagram sobre lo mucho que le estaba afectando. «Estuve tres meses escuchándola en bucle —continúa—. Me enfadé con el mundo, con todo. Y cuando me cansé de llorarla, empecé a diseccionarla por frases. Fui encontrando en una misma canción distintos lugares. Del hastío pasaba al duelo, y de ahí a la rabia. Hasta que, de repente, llegué a un sitio de calma».

En ese estado, Vega cogió la guitarra de nuevo. Atrás quedaba el catártico Mirlo blanco (2022), en el que ponía sobre la mesa sus problemas de salud mental con la canción Bipolar. También, su abrupta gira posterior, que tuvo que parar agotada y sin fuerzas para seguir. Demasiado corazón para tan poco escenario. «Sufrí mucho en aquellos acústicos. Si ya de por sí soy descarnada en un escenario, porque es como escribo, de repente me vi sufriendo en él. ¿Qué línea separa la emoción de convertir la música en un duelo constante? Todo eso me provocó un rechazo», explica. Hastiada y volviéndose a preguntar si merecía la pena seguir, se apartó. Puso sus redes sociales a cero y se detuvo. Hasta encontrar en Iván Ferreiro el inesperado empujón.

Cogió la guitarra y empezó a dibujar esbozos de canciones. Salían rabiosas, con atmósfera de duelo. Nada nuevo para una artista que venía de tocar techo con Mortal, la cima de su disco precedente y una de las mejores canciones de su carrera. Pero en ese proceso ocurrió algo inesperado: un silbido. Sí, como los que colaron en su día Otis Redding, John Lennon o Bobby Mcferrin en sus canciones, impregnándolas de esa alegría ligera y reconfortante. «Silbar es un acto reflejo que se tiene cuando uno está bien. Cuando estás triste no te sale silbar —reflexiona Vega—. ¿Por qué estaba yo silbando? Pues porque estaba contenta y distraída, sin pensar en duelos. Entonces, todo fue pasando y, de repente, me voy encontrando con que hay canciones más luminosas. Empecé a disfrutar escribiendo otro tipo de temas. Tenían mi sello de intensidad, porque a mí me gusta imprimir eso en todo, pero nacían sin dolor». Después de mucho tiempo. Al fin.

Sara Condado

Todo eso ha desembocado en Ignis, un disco que en su edición física se presenta totalmente negro. Hay que prenderle fuego a la tinta de su cubierta para ver lo que hay detrás: una artista que aparece casi como un espectro. La inercia invita a decir que Vega surge de sus cenizas, pero la idea del disco es que se ha encontrado en ellas. «Cuando te pasan muchos fuegos por encima que te reducen a cenizas, en esas cenizas estás tú», sostiene. «Mi portada es completamente negra, porque es el pozo de todos los fuegos que me pasaban por encima. Si los mueves, estoy ahí, en esas cenizas. Seguiré estando, a pesar de todos los fuegos que vengan», proclama.

Vega continúa en conflicto con la industria. «Llevo años en tierra de nadie —se lamenta—. No soy digna. Demasiado rara para el mainstream, demasiado mainstream para los indies. Me siento como un animalillo que va por libre en una selva». Un choque que se prolonga tanto en el tiempo que se ha devenido en un acicate creativo. Lo dejó claro en La reina pez (2018), su disco más beligerante en este aspecto: «Me tengo que defender en la selva. Si le añadimos la mochila de ser mujer, pues soy una mujer que lleva una pipa en el calcetín, por si acaso. Estoy siempre alerta y eso llega un momento que lo normalizas y pasa a ser parte del proceso creativo». En el caso de Ignis no hay lugar a la complacencia. El álbum se ha editado sin singles, está cortado por un sonido denso obra de Ricky Falkner (Love Of Lesbian, Iván Ferreiro) y pide no solo la escucha completa, sino la inmersión del oyente. Para pasear por su oscuridad y su luminosidad. Acostumbrarse a la interpretación más contenida de la artista hasta la fecha. Y disfrutar de los pellizcos al corazón repartidos por su listado de temas.

Hay muchos desde que empieza el trayecto, con esos coros fantasmagóricos. En esa bonita canción de amor a una perra que ya no está de Incondicional. En las fantásticas melodías que surgen en De otro planeta, dedicada a su hija y con reminiscencias de los primeros discos de Los Planetas. O ese medio tiempo de aroma country y maneras de clásico de Boston. Pero un tema sobresale en Ignis con la fuerza de un diamante en llamas: Cristal oscuro, desde ya uno de los momentazos de la música pop de este año. «Está inspirada en la película de Jim Henson, que me impactó tanto de pequeña, donde el orden dependía de que todo quedase encerrado dentro del cristal oscuro y se lo quebraban —detalla—. Reinaba ahí el caos e intentaban hacer que volviera el orden. Yo también sentí que rompían mi cristal oscuro y este disco es un intento de recuperar mi orden. Hay paz y hay calma, pero ahí está mi reafirmación de que mi cristal oscuro no me lo va a tocar nadie». Ahí surge una Vega rotunda, épica y grandiosa: «Me dijo Ricky qué buscaba ahí. Y le dije que quería sonar como El Señor de los Anillos avanzando con una banda de mil orcos».

«Esto es lo que yo quiero y con lo que yo me siento identificada. Desde la calma, el sosiego y la paz, pero como me toques las narices... Uf, voy ahí. No sé, hablo con mucha pasión de ella porque es mi favorita del disco», confiesa. Es de esperar que hoy muchos de sus seguidores la coloquen en el estante de las elegidas. Junto a Santa Cristina, A tientas, Mortal, Mirlo Blanco y esas que ellos saben. Y que muchos otros están a punto de saberlo.