Tenía preparada mi historia de pasado glorioso que justificase mi presencia en una boda de postín en Vejer, pero, en realidad, era la prima de Pontevedra que no puede faltar en una boda, como la barra libre
05 oct 2024 . Actualizado a las 22:09 h.Me he cruzado España con la madre para asistir a una boda, yo en plan choferesa y ella en modo Camilo José Cela, Mari Trini cantaba quién no se dejó abrazar a los 15 años y mamá negaba con la cabeza. A ella no la dejaron arrimarse a nadie en los tiempos de moral apretada. Luego decía cosas como que, cuando se muera, quiere ser pájaro. Se le despertaban los deseos de echarse a andar por los encinares de Extremadura que pasaban a los lados ondulantes como campos de trigo en un cuadro de Van Gogh y ocres como la piedra de los palacios de los conquistadores. Sus herederos mandan en aquella orilla que también llamaron España y ahora exigen disculpas como si su sangre no tuviera raíces en los aventureros que hicieron las Américas con ambición desmedida.
No sé si la sangre significa todo o nada, pero en Vejer las casas son blancas y aireadas. El pueblo todo estaba en alerta porque para la celebración del enlace se había cerrado el parque público y tal circunstancia había inflamado la imaginación de los habitantes, que esperaban ver habituales del papel cuché desfilando por sus calles. Los invitados hicimos el paseíllo a ritmo de pasodoble bajo la atenta mirada de los vecinos. Yo tenía preparada mi historia de pasado glorioso que justificase mi presencia en un casorio de postín, pero, en realidad, era la prima de Pontevedra que no puede faltar en una boda, como la barra libre. Lamentablemente, pasé desapercibida y me dediqué a comer caramelos de morcilla y otras viandas exquisitas. En el puesto del cortador de jamón ibérico me topé con Soto Ivars, pata negra que resultó ser una celebridad. Se declaró antifeminista y yo me declaré feminista, lo cual nos hacía enemigos irreconciliables, pero no hay odio que no se supere en los coches de choque. Nos subimos juntos y pisé el acelerador al ritmo de potra salvaje. Al bajar, con las carnes amoratadas de las colisiones con rubias empingorotadas que claramente conducían sin carné, lo dejé tomando un chupito de tequila y me fui al puesto de algodón de azúcar. La feria entera estaba representada allí, no faltaba ni el grupo de flamenco ni el fotomatón ni el tenderete del chocolate con churros. Me acordé de aquel personaje de Truman Capote cuya profesión era ser amigo de los ricos. Hasta para eso hay que valer y creo que a mí se me daría bien. Desde aquí me postulo.