Los inquietantes relatos que nunca debieron ser leídos

FUGAS

«Zozobra» de Barbara Molinard es una forma de zambullirse en ese abismo inhóspito creado por la enfermedad mental

13 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando Barbara Molinard (París, 1921-1986) escribía, no lo hacía para ti. Ni para mí, ni para nadie. Barbara escribía para después poder destrozar sus textos. Los rompía en cuatro trozos, de forma metódica, y luego los quemaba. Y así se pasó ocho años alimentando el fuego con historias nacidas para morir.

Su marido, el cineasta Patrice Molinard, y su querida amiga Marguerite Duras, célebre autora de El amante, intentaron desalentar esta maniática costumbre animándola a publicar los relatos antes de que tocasen las brasas. Pero Barbara estaba enferma y su depresión (a la que Duras se refiere en el prólogo de esta obra como «la enemiga») era una asesina «que lo masacraba todo». Molinard solo conseguía acallar el dolor con destrucción.

Hubo una sola ocasión en que la francesa consiguió enfrentarse a ese impulso arrasador y pudo salvar algo de lo que había escrito. Así nace «Zozobra», una colección de trece relatos surrealistas y desconcertantes claramente nacidos de una mente en penumbra.

Aun siendo un compendio de historias sin relación entre sí, todos los paisajes que pinta Molinard tienen un mismo tinte de intranquilidad, desasosiego y ansiedad. Sucede en los relatos más fantasiosos y terroríficos, como La mano cortada —no es una metáfora, prepárense los aprehensivos— o Los apartamentos del padre, pero también en los cuentos más realistas y aparentemente inofensivos, como El avión de Santa Rosa.

Los personajes de Molinard también comparten otra similitud: parecen estar aislados de la realidad. No a nivel social, porque van a la compra, a la farmacia y a casa de sus amigos, pero a todos les rodea la incomprensión. Desubicados, desconectados y un poco hartos, han dejado de ser los capitanes de su propia vida.

El capítulo que cierra el libro, La cripta, es una conversación entre Barbara y Duras: «Siempre ha habido un abismo, un obstáculo entre los demás y yo», reconoce Molinard. Zozobra es una forma de zambullirse en ese abismo inhóspito creado por la enfermedad mental.