«Sangre en los labios», el broche dorado de Kristen Stewart

FUGAS

Hannibal Hanschke

La película de la cineasta Rose Gass ha llegado a Filmin. Su propuesta se alza como una solidísima presentación de credenciales llena de personalidad y violencia

30 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Ahora que los hermanos Coen están (artísticamente) separados —y parece que a perpetuidad—, parece haber una carrera de fondo para llenar el hueco estilístico que han dejado vacante. Aquello que empezó con la solidísima Sangre fácil y se fue refinando con sucesivas piruetas extraordinarias como Fargo, El gran Lebowski, Muerte entre las flores o la —para mí— superior O Brother! Lo coeniano encandiló a público y crítica por la conjunción de elementos a un tiempo disparatados y, a su loca manera, verosímiles. Un lienzo de cohesión en el que todo es perfectamente compacto y razonable dentro del esperpento. La violencia, el humor negro —a veces incluso subliminal—, la catástrofe e incluso la lírica. No, el cine de los Coen, a pesar de tener muy claras sus raíces, no se parece a ningún otro. Y ahora ya no hay más hermanos Coen. Ahora está un Coen por un lado y otro por el otro. Y entre ellos, un vacío. Puede, claro (ojalá) que el divorcio sea temporal. Pero, mientras tanto, una nueva generación de mentes locamente cuerdas presenta sus credenciales para ocupar la silla del realismo mágico en Hollywood. La última sólida apuesta la ha deslizado sobre el tablero una mujer llamada Rose Gass.

Sangre en los labios tuvo mucha suerte con una cosa. Desde su estreno —este mismo año— convenció rotundamente a quien tenía que convencer. Se parapetó detrás de un sólido grupo de admiradores de su fondo y formó. Y, a través de esta defensa, consiguió hacerse fuerte también entre el público general y muchos sectores de la crítica. Decía antes que el cine de los Coen, a pesar de tener claras sus raíces, no se parece a ningún otro. Una de las grandes virtudes de la propuesta de Rose Gass es que, a pesar de tener un regusto indudablemente coeniano, no se parece, en realidad, tanto al coenianismo puro. Para ocupar un lugar prominente en los salones de la fama de cualquier disciplina no vale con saber emular a la perfección a los maestros predecesores. Hay que converger con ellos en las cosas fundamentales, pero sabiendo seguir un camino propio que singularice la obra nueva, que, además de nueva, debe ser también (y sobre todo) propia. Sangre en los labios es eso. Muy propia. A veces hasta demasiado propia. A veces tan propia que abruma o agobia como se abruman y agobian sus protagonistas ante el torrente injusto y feo y escatológico de los acontecimientos desatados.

El broche dorado es una Kristen Stewart que toma rumbos cada vez más interesantes, concienzudos y autoreflexivos. Como (salvando las muchas distancias) una especie de Greta Garbo moderna que con la insolencia de su mirada y la rectitud severa de su pose deja claro a cada segundo que no pide perdón por nada. Que nunca lo hará. Esa fortaleza de carácter que empieza a imprimirse, cada vez más consistentemente, en todos sus trabajos, comienza ser el núcleo de lo que, en un futuro en realidad tan lejano, podría confirmarse como una de los más grandes talentos de su generación. Y quién lo diría, con los inicios que tuvo. Aunque debió de haber algo de buena escuela en el melodrama vampiresco de Crepúsculo (y sucesivos homúnculos), porque derroteros muy similares ha tomado su contraparte Robert Pattinson. Ambos son la prueba de que el talento se esconde en los lugares más insospechados. Lo que un día fueron adolescentes con pose estreñida hoy son nombres propios relevantes no por su fama, sino por su forma romántica y quijotesca de conducirse en la industria. Eligiendo con precisión cirujana cada proyecto para que, incluso los mediocres, se acoplen a un todo armónico de películas que, buenas malas o regulares, nacen al menos con algo que decir.

Sangre en los labios, que acaba de estrenarse en exclusiva en Filmin, tiene, desde luego, mucho que decir. Y no todo bonito. Y no, desde luego, todo agradable. No es posible dar garantía de que se disfrutará. Es más, a muchos les horripilará, no sin cierta justicia. Pero debe recomendarse porque, cosa rara en estos tiempos, es una obra donde la indiferencia queda desterrada del espectro de las reacciones posibles.