«Cómo conocí a vuestra madre», una nueva «Friends»

FUGAS

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La pandilla neoyorquina conectó íntimamente con una generación que se adentraba en la adultez. «Cómo conocí a vuestra madre» repitió posteriormente la fórmula y repitió también el éxito

09 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Después de una reflexión no demasiado intensa y no demasiado larga (solo lo justo), me brota de la cabeza humeante una idea que, en realidad, no es tampoco demasiado original y que ya ha desarrollado previamente otra gente en otros sitios. Pensaba en Friends. Una serie televisiva que, por época, no me tocó demasiado. Cuando terminó tenía yo —me sonroja un poco reconocerlo— alrededor de 4 años. Sin embargo, la mella que dejó la pandilla neoyorquina en el imaginario popular fue tan honda que incluso aquellos que no vivíamos o que éramos mocosos en su etapa de esplendor hemos aprendido a quererla, aunque de forma algo más atolondrada. Principalmente, gracias a las sucesivas e infinitas reposiciones (muchas de ellas a la hora de la siesta).

El secreto del éxito de aquel engrudo amiguetil descansa sobre el pilar de la sencillez. Porque a veces (y en televisión muchas de las veces) menos resulta ser más. Los millennials de principio de siglo fueron una generación que creció y se moldeó en compañía del aparato televisivo. Como una bola de cristal cuadrada que transportaba a mundos no siempre lejanos. Por primera vez, las ficciones modernas y domésticas desempeñaban un rol activo en el moldeo de las mentes. Quedaban muy atrás los tiempos en los que solo había dos canales y tenía el mundo de la televisión un aroma como acartonado. El cachivache de las luces había ido conquistando, palmo a palmo, los salones de las casas. Y en esto llegaron las comedias de situación. Las sitcoms, en el inglés original. Una vuelta de tuerca a lo que antes se llamaba comedia de enredo. Con la añadidura adictiva de prolongar en el tiempo, todo lo posible, las andanzas de unos mismos personajes, a los que finalmente era imposible no tomar algo de cariño. Friends se revelaría como la sublimación de esta fórmula exitosa. De proporciones casi cocacolianas.

Los ingredientes

El concepto es, a trazo grueso, tan genial como simplón. Coges una ciudad que exude glamur por los cuatro costados. O que la gente crea que exuda glamur por los cuatro costados. Nueva York. Coges dos o tres escenarios recurrentes. Un café y un amplísimo piso donde departirán los amiguetes, preocupada o despreocupadamente, sobre esto y aquello (siendo esto y aquello casi siempre algún drama amoroso y/o laboral). Y, por último, coges a unos tipos y tipas guapetes. Adultos pero no del todo. Funcionales pero tampoco demasiado. Generalmente majetes, pero ni mucho menos perfectos. Una pandilla normal y corriente. La típica pandilla que tiene a Jennifer Aniston como integrante. Surgió entonces, claro, la chispa. La chiribita del éxito. Porque casi todos los millennials, a punto en aquel entonces de precipitarse o despeñarse por los barrancos de la adultez juvenil, veían a aquellos muchachos y se sentían reflejados. De una forma exagerada y humorística y emperifollada, sí. Pero verdaderamente reflejados al fin y al cabo. Era una sensación nueva. Algo que era difícil sentir con, por ejemplo, títulos como Bonanza (Dios me libre de hablar mal de ella). La televisión estaba comenzando a comprender y, lo que es más, imitar la cotidianeidad. La intrascendencia. Y así se mantuvo a una generación pegada a la pantalla.

Réplicas con o sin éxito

Como la premisa había quedado descubierta, se lanzaron las cadenas norteamericanas, siempre en persecución del dólar multiplicable, a la confección de decenas y decenas de sucedáneos. Algunos daban con la tecla. Otros no. Pero ni siquiera los pastiches que lograban mantenerse a flote y reclamar un huequillo en antena elevaban pasiones comparables a las que había elevado en su día Friends. Mientras tanto, una nueva generación (o una albóndiga integrada por los millennials tardíos y los zeta más tempranos) comenzaba a adentrarse en los laberintos de la preadultez. Hacía falta un nuevo fenómeno de mímesis. Una nueva serie-espejo sobre gente haciendo cosas más o menos normales. Más o menos mundanas. Más o menos cercanas.

La estructura les sonará. Cogemos una ciudad de apariencia glamurosa. Nueva York. Cogemos un par de escenarios para tertulias más o menos frívolas. Un bar y un piso de amplísimo salón. Cogemos, por último, a unos muchachos saliendo a los barullos y embrollos de la vida independiente. Marshall y Lilly y Barney y Ted y Robin. Y una historia alargada como un chicle que, sin embargo, no pierde el sabor. La de Cómo conocí a vuestra madre. Así recibió mi generación su particular experiencia Friends. Salvando las distancias. Aunque no sean, en realidad, demasiadas.