
«A partir de los 50, no hay nada que te haga sentir más vivo que una pasión», dice la librera de Cronopios, que publica «La belleza debe morir». Esta novela cautiva con la voz de una mujer en llamas que explora el cuerpo de la pasión en una Venecia helada
22 abr 2023 . Actualizado a las 21:59 h.Hay trenes que no se pueden perder. Lo sabe Mercedes Corbillón, que es también de aviones que van a la velocidad del deseo por encima de las nubes de los pactos y las rutinas del amor convencional. La librera de Cronopios da voz a una mujer (madura, divorciada, fotógrafa de casas abandonadas, con una hija y una madre que es su compañera de viaje) en su novela La belleza debe morir. Acaricia, desestabiliza, la voz de una mujer «de corazón frío y alma caliente», en una Venecia helada. Pero el paisaje va cambiando, como la mujer y tú, en estas páginas que seducen al flaneur.
—«La belleza debe morir». ¿Cómo empezó a vivir esta belleza?
—¿El libro? La idea de publicar empezó porque una editora de Espasa, mi editora, le dio mi correo electrónico a una persona que tenemos en común como amiga. Paseando por la Feria del Libro de Madrid, le habló de mí a esa persona, de mis post en Instagram. Ella llegó a casa y se leyó mi muro entero. Me escribió diciéndome que había un libro que le gustaba mucho que se llama Diario de una dama de provincias, de una inglesa de los veinte, y que siempre había pensado que le encantaría encontrar a alguien aquí que fuese capaz de hacer algo similar pero en la actualidad. Me dijo que, leyéndome, había pensado que yo lo haría fenomenal.
—¿Un diario de una señora de provincias?
—Sí, con el foco de la librería. Todas las librerías estamos llenas de libros que hablan de librerías y a las libreras no nos gustan del todo, porque estamos enamoradas de nuestra propia librería. Yo ya había escrito algo, un proyecto de novela sin intención de llegar a ningún lado. Como soy vaga e inconstante, nunca lo acabé... Cuando no tenía nada para entregarle a la editora dije: 'Voy a mandarle esto'. Ella me contestó a los dos días entusiasmada.
—La novela es un viaje físico, interior, literario, con ecos. Venecia también va por dentro...
—Esta es una novela que no tiene trama. No hay un misterio que resolver, no hay un hecho que cambie la trayectoria.
—Para mí, la curiosidad es cómo va a acabar esta mujer, la protagonista. La referencia a Constance Fenimore Woolson, la amante de Henry James, está ahí. Me preguntaba, al leerte, si esa mujer acabaría mal...
—En la novela hay una mujer que se enfrenta a una situación. Cómo sale de ahí, hacia dónde va, es la cuestión. Esta no es una novela clásica de planteamiento, nudo y desenlace. Tampoco es autoficción.
—Según Manuel Vilas, uno de los autores que firman la faja del libro, la de esta novela es una mujer real, de carne y hueso. Su estilo recuerda un poco a Marguerite Duras y a Milena Busquets. ¿Lo aceptas?
—Claro. Es una mezcla interesante, me gusta. Duras es muy intensa, con esas ganas de vivirlo todo, y Milena Busquets tiene esa ligereza de la alta burguesía. En mi caso tiene más mérito, porque vengo de familia obrera.
—¿No te pesa la gravedad de las cosas?
—Tengo ese punto de distancia... Temía que la protagonista de esta novela resultase demasiado intensa, demasiado dramática. Es intensa, pero al tiempo me gustaría que el lector pensase que es una mujer que elige cuándo quiere cruzar un puente y cuándo cortarlo.
—Es intensa pero desapegada. Un poco como Pardo Bazán en palabras de Isabel Burdiel, «muy apasionada, pero nada sentimental». Sabe qué lugar ocupa cada amante.
—Sí. Hay varios temas. El troncal en la historia es el amor y el desamor. La pasión, la pasión amorosa. Y además están otros amantes, y las relaciones con su madre, con amigas...
—¿Aún cuesta ver el deseo en la mujer madura alzando la voz en la literatura?
—Me da la sensación de que siempre que se habla del deseo se habla de mujeres jóvenes, como si el deseo en las maduras no existiera. Se suele plantear el deseo como algo propio de los hombres, y como que las mujeres se dejan arrastrar por ese deseo. Yo quería poner a la mujer como deseante, la mujer en el centro del deseo. Y no una mujer que busca el afecto, sino que disfruta del juego de la seducción.

—Ella cuenta muy bien cómo es ese juego, cómo disfruta con sus amantes. Pero siento que en la mujer, o en la mayoría de las mujeres, hay motivación afectiva en ese juego que para ellos es solo sexual.
—A mi protagonista eso no le pasa y a mí tampoco. Yo quería mostrar a una mujer que no entra en esa mayoría de la que hablas. Precisamente porque eso que tú dices lo tenemos muy muy aprendido. Yo también lo tengo muy aprendido..Todas lo tenemos súper aprendido y es muy difícil salir de ahí. Por eso quería que mi protagonista saliese de ese punto.
—Pero ella no solo disfruta, también sufre por amor...
—Es que aquí hay dos temas, dos tipos de relaciones, las que ella tiene para pasar el rato y esa que viene en el momento en que de repente se cruza algo que te hace sentir vivo como nunca. Con esa pasión empieza otro tema que no tiene nada que ver con esas relaciones. Aquí hay una mujer libre en su sexualidad a la que le pasa algo que no espera y a una edad en la que ya no esperas que te pase.
—¿Qué hay de ti en esta mujer que vive una pasión con un hombre casado durante décadas?
—No es un libro autobiográfico. La protagonista no soy yo, pero se parece a mí. Siempre he sentido debilidad por los hombres casados... Porque, en lugar de estar en mi sofá, están en el sofá de otra, jajaja.
—¿Quién es «la otra» en realidad en esta historia, la amante o la esposa?
—Bueno... Ese es otro tema... Hablamos de los amantes, de ese tipo de pasión que te cruza. El disfrute de esa pasión tiene mucho que ver con las expectativas que tengas. Ella es una mujer que no espera nada. Ha vivido el amor, ha tenido una vida feliz, no arrastra traumas. Yo quería hablar de una mujer que quiere vivir experiencias que la hagan sentir viva, pero que ya no espera el amor. Annie Ernaux dice que llega un momento en que las mujeres no queremos el amor, pero sí el contacto de los cuerpos. Yo he querido hablar de la sexualidad en la mujer. La pasión es el centro.
—También hay un guiño en el libro, además de a Duras, Arnnie Ernaux o Julian Barnes, a los «Apegos feroces» de Vivian Gornick. ¿El amor, las relaciones más íntimas, feroces, son novelas de misterio?
—Sí, claro, el guiño a Gornick es evidente. Me interesaba trabajar el misterio en las relaciones. Parece que nos conocemos, que conocemos a los más próximos, pero no nos conocemos nada. El misterio en las relaciones amorosas es absoluto. El amor, el de pareja, es un jarrón chino que dura lo que dura; yo comparto esa reflexión del libro. Si se resquebraja, se rompe, pero, si reconstruyes eso, se convierte en un muro indestructible, en un castillo con sillares, donde quizá pasa poca luz, pero es un sitio confortable. Puede haber ahí otras formas de amor, cuestiones que son válidas, respetables. Y a lo mejor eso es lo inteligente, porque yo no creo que mi protagonista tenga la razón. Igual la tienen quienes reconstruyen el castillo con sillares. Pero ella y él se enamoran... Están tan en llamas que no llegan a plantearse más. Dan vueltas porque sufren, están en una rueda que no para de girar, es un enamoramiento salvaje. Quieres arrastrar al otro y te arrastras tú, pero esto no significa que ninguno de los dos piense que las vidas se puedan acoplar. Creo que hay que tener cierta madurez para entender que ella sufre, pero a la vez no quiere perder la belleza de ese sentimiento. Sabe que cuando la relación acabe perderá el dolor, pero perderá también la belleza.
—La novela, de algún modo, opone la pasión al matrimonio. El fuego a la piedra, a esos sillares que decías. Los matrimonios de muchos años tienen una saga. Yo en todos los duraderos veo algo de gusano dentro.
—Tiene que haberlo, porque la convivencia es complicada.
—Rebatiendo esa máxima de no hay que sufrir por amor, creo que un gran amor, entendido como una gran pasión, hace sufrir, aunque se disfrute también. Me parece inevitable.
—Por eso, me parecía importante contar esta historia desde las tripas, desde dejar a un lado el pudor, porque, si no, no funciona. He querido hablar de una mujer muy dueña de sí misma, una mujer que sabe lo que quiere y lo que no quiere, que sabe que siempre debe estar por encima de lo que siente, pero que, a pesar de eso, sufre como una condenada con esa relación de amor que la arrastra. No he escrito este libro intentando hacer un dictamen o elaborar un catálogo de buenas conductas feministas. Si cito a Annie Ernaux es precisamente por ese libro, Pura pasión, que es bestial, en el que ella dice que se ha pasado un año entero pendiente de la llamada de un hombre. Esta mujer de mi novela también, también te cuenta cómo se ha pasado todo este tiempo pendiente de la llamada o de los mails de ese hombre. Quería también que se viese claro que esa pasión no cambia el hecho de ella sea una mujer libre.
—¿Es diferente la pasión amorosa en la madurez?, ¿nos apasionamos más cuando sabemos que una gran pasión es un tren que pasa muy pocas veces en la vida?
—Tal como lo veo, o como lo ve la protagonista, a partir de una edad es importante haber tenido buenas experiencias. Ella ha construido una familia, ha vivido el amor, ha salido de ahí y después ha vivido el fuego... Lo difícil en el momento en que ella está es encontrar algo que la haga sentirse viva. Y no hay nada que te haga sentir tan vivo como una pasión. Como una pasión amorosa. Evidentemente, a los 50 es más difícil encontrar algo que te despierte, que te arrastre. A lo mejor, en el futuro escribo la versión de la esposa. No será la de una mujer engañada, sino la de una mujer que sabe desde el principio todo lo que pasa.