Lydia Vázquez, traductora de Annie Ernaux: «Este es un Nobel a las mujeres»

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La traductora de Annie Ernaux al español, Lydia Vázquez, junto a la premio Nobel
La traductora de Annie Ernaux al español, Lydia Vázquez, junto a la premio Nobel @MartaSebastián

«Es humilde, muy cercana, excepcional», es el retrato de la nobel de literatura que hace la que es su voz en español. «Hablé con ella en cuanto recibió el Premio Nobel, ¡que no le cogía ni al ministro de Cultura francés!», revela la profesora

16 nov 2022 . Actualizado a las 18:50 h.

No se me ocurre que se pueda ser mujer, conocer un solo libro de Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) y no amarla con la fuerza de los mares, como dicen las libreras de Berbiriana. «Yo no conozco a ninguna mujer que no la ame apasionadamente. Ha conseguido una especie de sororidad literaria universal», afirma Lydia Vázquez, que lleva siete años volcando el español en Cabaret Voltaire las historias como puños de la nobel de literatura de este año. «Este es un Nobel a las mujeres», subraya la profesora, que llamó a su querida autora en cuanto supo que había recibido la máxima distinción de las letras. Annie la atendió antes incluso que al ministro de Cultura francés.

¿Cómo es traducirla, cómo mantiene las distancias con la arrasadora voz de Ernaux? «No las hay. A mí me remueve todo. La suya es una escritura muy distinta, muy fuerte, muy directa. Muy del siglo XXI en este sentido. Pero les llega también mucho a las jóvenes. En el fondo, seguimos teniendo problemas muy parecidos las mujeres», considera la traductora.

­—Impresiona que una mujer de 82 años sea tan siglo XXI, tan novedosa...

—Creo que tenemos una percepción extraña de las mujeres mayores. Pensamos que, cuanto más jóvenes, más modernas, y el siglo XX ha dado unas mujeres modernísimas, que inventaron el feminismo, que estuvieron en primera fila en mayo del 68.

—Ernaux no es una empoderada de camiseta. ¿En su vulnerabilidad está su fortaleza?

—A mí fue justo eso lo que más me sorprendió en sus libros cuando empecé a leerlos. En España se la empezó a conocer en los ochenta. Era una literatura que chocaba porque no era el discurso feminista de la mujer fuerte o empoderada, sino casi todo lo contrario. En ella hay un reconocimiento de todas las debilidades.

—Se atreve a contar la verdad.

—Sí. Rechaza todo embellecimiento de la realidad. Yo sé, porque lo he hablado con ella, que no ha sido fácil contar historias cuando sus padres estaban vivos o frente a sus hijos. Sin embargo, ha tomado partido por decir toda la verdad, pese lo que pese, le pese a quien le pese.

—¿Pone la literatura por encima de todo?

—Sí. Yo he estado en su casa viendo el espacio donde escribe. No te digo que sea como Proust, que tenía las ventanas tabicadas para que no se viera si era de día o de noche, pero casi...

—¿Cómo vive su cercanía con Annie?

—Tuvimos la ocasión de convivir en Formentor, en México, y hemos pasado muchos días juntas. Y tengo tal comunión ideológica con ella que eso ha hecho que nos entendamos muy bien a nivel afectivo. Hablé con ella en cuanto recibió el Nobel, ¡que no le cogía ni al ministro de Cultura francés...! Me sentí orgullosa.

—¿Cómo es en el trato en corto?

—El hecho de que le hayan dado mil premios, y este, no le hace perder el norte. Es humilde, muy cercana, excepcional.

—¿Ha discutido con ella alguna vez?

—Muchas, ¡todo el tiempo! Y le consulto todas las dudas que tengo cuando la traduzco. Ella está siempre disponible.

—¿Al leer a Annie Ernaux en español también leemos de algún modo a Lydia Vázquez?

—Yo defiendo que un traductor debe ser lo más transparente posible. Por eso creo que un escritor o escritora suele ser un mal traductor porque tiene la tentación de hacerlo a su manera. Yo intento borrarme por completo y dar la traduccón más cercana a esa versión original. Mi pretensión es que no se me vea, que se vea siempre a Annie Ernaux.

—¿Qué sintió con este Nobel?

—¡Qué alegría me di! Estaba tan convencida de que se lo iban a dar, pero al mismo tiempo no lo creía... Pensaba: «Seguro que al final se lo dan a Murakami o a Houellebecq. Me llevé una alegría tremenda. Yo estaba en un congreso en la Universidad del País Vasco, con un montón de franceses, y entré en la sala y dije: «¡Que nos han dado el Nobel!».