José Ovejero: «Toda mi educación afectiva es machista y homófoba»

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José Ovejero acaba de publicar el libro de cuentos «Mientras estamos muertos» (Páginas de Espuma).
José Ovejero acaba de publicar el libro de cuentos «Mientras estamos muertos» (Páginas de Espuma). Marta Perez

«Yo brindé con champán el día que mataron a Carrero Blanco» es un cuento que solo se supera con otro como «Do You Love Me? (Like I Love You)». Los dos, en un libro que desinfecta heridas y reescribe la historia

30 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay otra forma de recordar al padre, otra forma de ser hombre, otras formas de amar y de encajar la rabia de clase. Y de querer y de no querer olvidar. Aunque la infancia ya no ladre dentro de ti, te sentirás extrañamente vivo al leer Mientras estamos muertos, que es un soplo en la nuca o un disparo, un correr sin aliento y pararse a mirar la vida, a los nuestros, con todo el desapego del que somos capaces de amar. Escribir es una forma perversa, delicadamente letal, de venganza de José Ovejero (Madrid, 1958), premio Anagrama, premio Bento Spinoza y premio Estado Crítico. «No me lo he planteado así [como una venganza], pero, oye, a lo mejor tienes razón. Puede que escribir sea mi manera de decir: 'Ahora me vais a oír'».

—El título de estos cuentos, «Mientras estamos muertos», es un golpe inesperado. ¿Estamos muertos? ¿No es al revés?

—Creo que estamos vivos y mis personajes también, pero me parece que en el libro hay una sensación de extrañeza ante la vida, de distancia emocional hacia lo que sucede. Hay esa sensación de estar en otro mundo...

—Las dos versiones del entierro del padre, al final del libro, te hacen preguntarte: «¿Pero cuál es verdad?». La autoficción es más compleja de lo que parece.

—¿Es verdad lo que recordamos o no lo es? Cómo contamos las cosas depende del estado de ánimo, de si estamos intentando utilizar un espejo para mostrar la realidad tal cual o un espejo deformante. Sí, esto es autoficción. Pero a menudo cuando hablamos de autoficción olvidamos la segunda parte, la ficción. La imaginación, como la memoria, es una manera de reconstruir la realidad. Todo es ficción. Lo que pasa es que, cuando escribes, puedes centrarte más en la parte imaginativa que en la parte de experiencia o menos. En este caso, la proporción de experiencia y recuerdo es mayor que en otros libros míos.

—Es fácil verte, ver a ese niño como a toda una generación, en los años opresivos del tardofranquismo. Son tiempos que dialogan con lo que viene, ¿no?

—Es lo interesante de la literatura, que incluso un libro como este, que parece centrado en la vida del autor, establece conexiones con el mundo de quien lo lee, con sus experiencias, con su historia familiar. Creas un campo que parece que es solo tuyo, pero que también es de los demás.

—Hoy ya no hay ascensor social...

—Si en mi libro hay un desclasamiento mediante una especie de ascenso social, ahora el desclasamiento está dándose por un descenso social. De pronto, los hijos viven peor que los padres. Hay un cambio en las expectativas y eso supone un conflicto, una ruptura en los valores consensuados. Tantos padres creían en la cultura del esfuerzo, en el «si quieres, puedes»... Pero resulta que sus hijos ya no.

—¿Puede ser la literatura un ascensor social? Lo más valioso que tienen hoy los jóvenes parece que es su propia voz.

—La literatura no sé si es un ascensor, pero sí es un espacio en que están permitidas cosas que no lo están en la vida corriente. La literatura no tiene por qué consolar, no es esa su función, pero sí acoger.

—La crudeza de tu cuadro familiar rompe un canon literario que tiende a encumbrar a los padres. ¿No te tienta edulcorar?

—No me interesa edulcorar las relaciones familiares ni la realidad. Me da la impresión de que hay una falsificación en esa literatura de consuelo, y no creo que eso sea útil ni social ni literariamente.

—Leo «Do you love me» y me pregunto si una relación puede ser así. Cuesta creerlo. Ese cuento es la carta de amor más bonita, sin cursilerías, que se puede escribir.

—Bueno, la vida siempre es más amplia que la literatura. ¿Es mi vida exactamente eso? no, porque faltan partes... Pero lo que cuento ahí es verdad, y es quizá mi cuento más difícil, porque yo soy un escritor pudoroso. No quiero revelar demasiado de mí. Los demás sois unos desconocidos, ¿por qué os voy a revelar mi intimidad? Pero de pronto un día tienes la impresión de que estás ocultando en tu literatura algo que es importante y dices: «Voy a trabajar con ello». Eso es Do you love me, un intento de vencer el pudor.

—Es el cuento salvavidas del libro. Hay salvación del horror en el amor...

—Sí... Quizá por eso es importante que esté ese cuento ahí, porque si no estaría quizá idealizando el drama. A veces un escritor siente la tentación de que ocurran cosas terribles, y lo que ocurre es el amor.

—Redefines la masculinidad; no tiene nada que ver con ese modelo fuerte que nos marcó. Aquí manda la sensibilidad.

—Toda mi educación afectiva es machista, homófoba. Lo peor que podías ser en mi colegio era ser maricón. Eso te hace cultivar un aspecto de masculinidad en que evitar cualquier sospecha. La cercanía con las mujeres estaba marcada por cómo debía ser, de conquista, de utilización sexual... Yo vengo de ahí, esa es mi experiencia inicial del mundo. Y siempre me he sentido incómodo con ella. Puedes buscar una explicación simple y verlo como que no he querido parecerme a mi padre.