Macaco: «Estoy jugando a no parecerme a mí y, ¡guau!, me encanta»

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Adalid del buenrollismo, el artista catalán llega mañana a A Coruña para presentar «Removiendo canciones», una gira en la que le da una vuelta de tuerca a su repertorio

05 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En un tiempo en el que el optimismo y el buen rollo cotizan a la baja, Macaco consigue posicionarse como un valor seguro. Quizá la clave esté en que lo único que mantiene intactos son sus ideales. El resto, es siempre susceptible de revisión. Incluso su propio cancionero. Como acontece en la actual gira, Removiendo Canciones Tour, en la que también anticipa algunos de los temas que formarán parte de su nuevo disco, Vuélame el corazón, que verá la luz en septiembre. «De repente sentí ganas de cambiar canciones o coger estribillos que todo el mundo conoce y darles la vuelta, añadiéndoles elementos, principalmente, de las músicas de raíz y con beats más afro. También tengo una parte de cumbia, otra de rumba... He jugado con todas esas cosas que me dan a mí mucha vidilla», cuenta Dani Carbonell, Macaco (Barcelona, 1972). 

—Los adelantos de ese nuevo disco son muy diferentes entre sí. ¿La línea del álbum va a ser esa, puro eclecticismo?

—Lo de que los sencillos fueran tan distintos es premeditado. «Venga, vamos a provocar un poco a la peña». Yo es que tengo cero prejuicios, me gusta mucho jugar. Por ejemplo, en el disco hay un tema que es con palmas de tango flamenco, pero con los acordes e instrumentos del tango argentino. Y otro que es como una bossa, pero el ritmo lo he hecho con una máquina de escribir. Los beats de muchas canciones los he hecho con cosas orgánicas: con sartenes, con el reverso de las guitarras, tocadas como si fuera un cajón, con un trozo de madera... Y luego hay también muchos sintetizadores, pero de los de los años 70. Muy todo ese rollo Stranger Things.

—También los colaboradores son de lo más diverso, desde un clásico como Leiva hasta las nuevas generaciones como Ana Mena o Bejo, pasando por Fuel Fandango.

—Sí, sí. Y también estarán las que yo llamo «mis jóvenes viejitas»: Valeria Castro, Ximena Sariñana, Rita Payés... Está Ky-Mani Marley, Kevin Johansen y algunos otros que quiero mantener como sorpresa.

—¿Macaco también tiene un poco espíritu de viejito?

—Yo tengo una parte que es muy monkey, más cañera, de levantar a la peña. Pero en este disco he jugado a no parecerme a mí. Y, por ejemplo, canto en registros más graves, como muy susurrado, muy cerquita del micro. Y de repente es como, ¡guau!, me encanta, me gusta escucharme así. Creo que este formato le da mucha verdad a la palabra.

—En un momento de tanta banalidad en la música, como que hay ganas de que los cantantes te cuenten algo.

—Yo también lo veo así. Cada vez busco más la música que me lleve a algún sitio, que me provoque alguna sensación. Me pasa, por ejemplo, con el reguetón. El beat del reguetón es un ritmo africano que yo he utilizado toda la vida. Con la mano levantá ya lo tenía... Pero es que, ostia, muchas veces no puedo con sus letras.

—«La naturalidad es la más difícil de las poses», te he oído decir. Pero si algo caracteriza a Macaco es su naturalidad.

—Yo lo intento, por lo menos. Cuando eres popular, tu imagen no te pertenece, y cada uno opinará lo que quiera sobre ti. Está claro que ser totalmente coherente en la vida es imposible. Y si eres artista, es aún más difícil. En mi caso, intentar ser capaz de mantener la frescura y la naturalidad es uno de mis principios.

—Siempre se te asocia con el buenrollismo. ¿La pandemia ha cercenado el buen rollo?

—Totalmente. La gente está con las uñas así, como muy gato. Yo creo que hoy hay que ser más paciente que nunca e intentar ponerse en la piel del otro. Mirar a través de los ojos de los demás para tener otras perspectivas. Yo siempre intento ver el vaso medio lleno. El que quiera estar amargado, pues oye, que lo esté.

—«All the people moving». ¿Hacia dónde se mueve hoy Macaco?

—Yo me muevo hacia la ilusión. Continuamente. Como decía Saramago, el padre del hombre que soy es el niño que fui. Y en cuanto noto que me pierdo un poco, en seguida me voy hacia aquel pequeñajo que no podía dejar de soñar y de flipar con todo. Yo quiero estar ahí, en la ilusión. Con mucho trabajo, porque las cosas no son gratis y cuando tienes sueños y te inventas mundos, luego, para materializarlos y que tengan carita y ojos, pues hay un curro muy grande. Pero yo he venido a eso.