—Es muy emocionante lo que cuenta sobre ver a Stone Roses sobre el escenario. ¿Es ese indie al que se refiere?
—Cuando tocaron Stone Roses en el 2012 los contraté yo. Para mí fue como un momento importante en mi vida: «¡Estoy contratando a los Stone Roses!». El disco de los Stones Roses me lo sé de arriba abajo y me lo escucha con mis amigos todas las tardes, intentando tocarlo. Cuando tocaron en el 96 fue muy decepcionante. Cuando volvieron con aquel concierto tan bueno fue muy emocionante.
—Llama la atención lo de los escoltas y los grupos. ¿Realmente un grupo como Placebo necesita de uno?
—Sí, es muy habitual y de hecho artistas mucho más pequeños que Placebo llevan escolta o un encargado de seguridad. Nosotros vivimos en el país más seguro de Europa e igual no tenemos esa sensación de peligro que pueden tener en otro país. Sinceramente, a mí siempre me han parecido un poco flipados. No creo que nadie vaya a ir a Benicasim a secuestrar a Brian Molko, pero es muy habitual. La reunión de seguridad con los jefes de seguridad de los cabeza de cartel es algo que se suele hacer.
—En el libro relata momentos de gran tensión en los que parece que vaya a todo a saltar por los aires. ¿Se vive mucha tensión en un festival?
—Sí, muchísima. Hay que coordinar muchos equipos diferentes y muchas cosas dependen de una discusión o de que alguien no quiera dar su brazo a torcer en algún malentendido. Pero también la experiencia y la mallorquinidad me ha dado la calma. Yo eso le llevaba muy bien.
—Existía un mito respecto a los grupos ingleses que decía que venían a España a desfasar y no se lo tomaban muy en serio. ¿Lo percibió?
—Depende a la época que te refieras, pero realmente yo creo que es al revés. Muchos grupos guiris venían a Benicasim con la responsabilidad de que tenían que hacerlo bien, porque tenía una repercusión muy grande.
—Para los España el festival de Benicasim era el de consolidarse. Xoel López, por ejemplo, habla de su concierto del 2002 con Deluxe como un punto de inflexión para su carrera.
—Así fue, para los grupos españoles era el mayor escaparate. No solo porque había 20.000 o 30.000 personas, sino que también estaba toda la prensa, la especialidad y la general.
—El capítulo que dedica a las drogas es especialmente transparente en un ámbito que suele ser tabú. ¿Se lo pensé mucho?
—No me lo pensé al escribirlo. Yo quería contar la historia del final, que me parece muy buena [risas]. Luego sí que lo pensé, porque no quería hacer daño a nadie ni crear problemas a la gente. Pero quería hablar claro. Las drogas están ahí y la gente no quiere hablar de ello y esa hipocresía no me parece bien. Yo es que creo que deberían ser legales y pagar impuestos.
—En el FIB se hicieron reportajes con cámara oculta para denunciar el consumo de drogas.
—Eso era muy molesto. Venían buscando algo que sabían que probablemente iban a encontrar. Pero ahí tienen a Villarejo ahora [risas]. Si yo me voy con una cámara oculta a los camerinos de Espejo público o Al rojo vivo es muy posible que encuentre droga. Si quieres buscar las cosas para buscar morbo y carnaza, que era lo que hacían estos equipos supuestamente periodísticos, pues es probable que la encuentres. Yo no creo que que en el Festival de Benicassim hubiera más droga que en otros sitios, para nada. Y sobre todo la que había en todo caso era recreativa.
—¿Ha llegado al fin la hora de la nostalgia del «indie» noventero?
—Sí, hemos tardado demasiado. Creo que el complejo de Peter Pan de la escena indie ha provocado que hasta que no rondamos los 50 años no digamos: «Venga, vamos a hablar de aquello en pasado». Cuando empezó la escena indie solo habían pasado 10 años de la movida. No tuvieron que esperar 30 años.
—¿Estaba jugando a estirar la juventud la gente que iba a Benicassim con 30 y 40 años?
—Supongo que sí, pero tampoco lo sé. Yo soy muy defensor de que seguir interesado en las novedades musicales no es estirar la juventud. Simplemente se trata de profundizar en tus gustos y tu criterio artístico. Depende de los casos. Yo es que nunca he sido muy fiestero [risas]. Igual aquel que veía el festival como una excusa para marcarse una fiesta de cuatro días, pues puede que fuese un poco complejo de Peter Pan. Yo creo que eso no lo tengo. Otra cosa es que yo he crecido y he madurado del modo que yo he querido y no como se supone que debería. Quiero pensar que hay mucha gente que empezó a ir de joven a festivales y sigue yendo, sin que por ello quiera sentirse joven.
—Una de las críticas que siempre ha rodeado a los festivales es esa que dice que al público no va por la música, sino por la fiesta y pasarlo bien en plan frívolo. ¿Qué piensa de ello?
—Soy muy crítico con ese discurso. Yo creo que, si estás solo a la música, no vayas a un festival. El disfrute puro de la música es o escuchando música grabada o un concierto propio del artista, en el que han tenido el tiempo necesario para probar sonido y el tiempo que quieran para tocar. Además, ahí tú estás rodeado por gente que son fans de ese mismo artista. Si vas a un festival tienes que tener claro que lo que estás viendo es una conjuncción de muchos artistas con horarios estrictos y pruebas de sonido limitadas. Se parte de una base errónea. Tú no puedes ir a un festival ya enfadado. Y lo que no puedes hacer es enfadarte con la gente cuando esa gente se lo pasa bien. La gente tiene derecho a disfrutar de la música de muchas maneras. Eso lo cuento en el libro, cuando estaba viendo a los Pixies y tenía a mi lado a unos que cantaban “Carrefour” en “Caribou”. Yo podía enfadarme diciendo: «Jo, para mí este grupo fue súper importante y esa canción crucial y me estáis estropeando la experiencia». Pero es que se lo estaban pasando súper bien. Cuando vas a un evento masivo sabes que va a ver gente de todo tipo. Eso es lo bonito. Si buscas homogeneizar al público es un error, como fascismo cultural. Entonces, yo no estoy a favor de esas críticas. Es verdad que hay mucha frivolidad en los festivales y mucha gente que no tiene la misma pasión por la música y no le presta la misma atención que muchos otros. Pero eso no les quita derecho a divertirse con la música y que esta forme parte un poco menos importante, pero igualmente necesaria, en el conjunto de su disfrute. Que además es un disfrute bonito, que no va contra nadie. Creo que el público tiene la razón y el que no, el que llega enfadado. Es como la gente que no le gusta que se hable en los conciertos. En los conciertos de jazz originales de los años 40 la gente hablaba y solo se callaba cuando había un solo que se saliera un poco de lo normal. Es muy elitista la necesidad de que el disfrute de la música sea como si estuvieras en un concierto de música clásica.
—Otra critica habitual apunta a que el indie ha perdido el sentido original para convertirse en un producto comercial.
—En el caso de los festivales eso ocurre en el momento que crecen. Es difícil obligar al promotor a renunciar a enriquecerse. O simplemente decir: «Ya he perdido bastante dinero los primeros años, voy a empezar a ganar algo». Lo natural es que los festivales, a medida que se van consolidando, crezcan. Y pierden la pureza porque cada vez hay más gente, más sensibilidades y cada vez se arriesga más dinero. La pureza se mantiene mientras el tamaño del evento sea controlable y no se desborde. Desde el momento que pasas de 10.000 a 20.000 y a 30.000… ahora se habla de festivales de 80.000 personas en España. Ahí, obviamente, se pierde el control.