María Oruña, la maestra viguesa del «domestic noir»: «Antes quemaban memorias, hoy censuran 'Caperucita Roja'»

FUGAS

María Oruña publica la quinta entrega de Los libros del Puerto Escondido.
María Oruña publica la quinta entrega de Los libros del Puerto Escondido. Carlos Ruiz

La superventas vuelve con la teniente Valentina Redondo y con Lord Byron en «El camino del fuego», que nos lleva a Escocia en selectas compañías. «No soy buenista, veo las vanidades y envidias que hay», confiesa

24 may 2022 . Actualizado a las 22:08 h.

Valentina Redondo se va de vacaciones a Escocia en El camino del fuego, que enciende en sus primeras líneas, de la prodigiosa mano de Henry James y Lord Byron, la curiosidad por un nuevo misterio en la exitosa serie Los libros del Puerto Escondido. Con todo, estas vacaciones en salvajes compañías a las que invita María Oruña (Vigo, 1976) se han visto ensombrecidas por la pérdida de Domingo Villar. «Es imposible encontrar a alguien que diga algo negativo de Domingo. Esto dice mucho de él», señala.

—«El camino del fuego» se ha desatado entre los lectores. ¿Qué podemos revelarles sin «spoilers» sobre este caso?

—A la pobre Valentina le he hecho ya de todo. Ahora, la mando a Escocia de vacaciones con Oliver. Tenemos un misterio independiente y autoconclusivo, pero le añadimos también lo que intento hacer en todas las novelas: un nuevo género detectivesco, el domestic noir. Una mujer que es teniente de la Guardia Civil va a un país en el que no podrá ejercer de policía. Ella llega allí sin su chaqueta de policía, con un rol de persona normal y corriente, con su pareja normal y corriente. Empezamos con un misterio blanco que se va oscureciendo. Y hay que viajar al XIX para resolver misterios, crímenes. Todo, vinculado a Lord Byron.

­—¿Qué ha pasado con las memorias de Lord Byron? ¿Es cierto lo que cuenta «El camino del fuego» sobre ellas?

—Hay muy poco que me haya sacado de la manga en esta novela. Lo que cuento de los personajes principales del siglo XIX está basado en algo que sucedió a una pareja en el XIX pero en Glasgow, no en Aberdeen [donde se ambienta la novela]. La trama la sitúo 30 años después de la muerte de Byron y de que fuesen quemadas sus memorias.

­—¿Por escandalosas?

—No. El motivo por el que fueron quemadas no se ha sabido. Byron le iba mandando sus memorias a su amigo Thomas Moore para que las recopilase e hiciese con ellas lo que desease cuando él falleciese, con permiso para eliminar partes que pudiesen molestar. Y esto es lo que más mosquea. ¿Si había apartados que podían ser eliminados, por qué su amigo Thomas Moore, su editor, John Murray; y su exmujer queman las memorias, qué hay ahí? Las memorias fueron quemadas, pero su amigo Thomas Moore publicó una biografía de Byron, y no creo que lo hiciera de memoria... Debía de tener ese material.

­—¿Piensa, como señala en una cita que abre la novela, que para comprender el presente es necesario excavar en el pasado?

—Sí. No solo por curiosidad, por ese cotilleo insano que tenemos. Hay que pensar por qué se censura una obra. A lo largo de la historia, lo que se quema es lo erótico, el humor que cuestiona el poder o las memorias que sacan trapos sucios.

­—¿Hoy hay censura?

—Hoy seguimos censurando. Hay escuelas que han censurado Caperucita Roja o Blancanieves. ¿Por qué? Porque no siguen la ideología de igualdad entre hombres y mujeres de hoy.

­—O se señala la irresponsabilidad moral de Nabokov en «Lolita»...

—Hay un contexto. Si eliminamos lo que somos, lo que hemos sido, vemos los libros como manuales de conducta, y no como espejos, que es lo que son. Hoy vivimos una etapa de falsa intelectualidad, se nos dice: «Esto es bueno, esto es malo»; «Esto es alta literatura, esto solo entretenimiento». ¿Es una broma?

­—Además de un caso por resolver, hay grandes compañías en esta novela: Henry James, Percy y Mary Shelley, Walter Scott, las Brontë... ¿Por qué?

—Todo lo que escribimos es fruto de ese pensamiento que crearon otros autores. Algún lector me dice: «¡Ah, La cabaña del Tío Tom [que sale también en la novela] lo escribió una mujer!». Es alucinante cómo hemos olvidado todo ese bagaje cultural que da base a lo que somos.

—¿Escribe contra el olvido o contra la presión del rebaño social?

—Yo solo escribo, no soy un guía. Pero me gusta la idea de cambiar de perspectiva y de que los lectores cambien de perspectiva conmigo. Hay que salir de la burbuja en la que estamos. Si, en vez de en España, estuviéramos en África, pensaríamos y escribiríamos de manera distinta. Ahora, nos vamos a Escocia y ya les planteo a los lectores otros valores, otras normas, en un sitio que está solo a un par de horas en avión. La policía allí no va armada. Hay otras normas jurídicas, otros valores, más allá de la gastronomía y el paisaje.

—¿Por qué nos lleva al castillo de Huntly y a estos paisajes? Tiene algo de guía turística, en sus novelas hay encantos turísticos que dan ganas visitar y no solo de cabeza...

—Nada más lejos de mi intención que ser una guía turística, aunque esos son lugares extraordinarios. La primera vez que estuve en Escocia fue en el 2010 y volví en el 2019. ¡Y resulta que encontré el castillo de Huntly escapando del turismo de masas! Nos escapamos de las hordas turísticas y fue como el destino... Llegamos a un castillo con una fachada llena de inscripciones enormes que equiparaban al hombre con la mujer. La amiga que venía conmigo me da un codazo y me dice: «De los Gordon, como tu Oliver Gordon». Mi amigo Raphaël, como cuento al final de la novela, también tiene la culpa de este libro. En Stirling me señaló un libro sobre asesinos escoceses, dijo: «¡Ideal para ti!». Y vi un crimen que me llamó la atención. Quise investigar si había pasado y eso me inspiró para contar la historia del siglo XIX. Empecé a tirar de hemeroteca y dije: «¡Aquí hay novela!».

—Es una inspectora de la historia, de la historia real...

-Mi trabajo es sobre todo filtrar, filtrar qué es relevante para una novela.

—Es muy atractivo el personaje de Mary MacLeod. ¿Qué tiene de usted?

-Yo estoy en todos mis personajes y en ninguno a la vez. Soy el torpe, el tonto, el listo, el sabio, el anciano... En Mary MacLeod me gusta esa idea del viaje en corso, fuera de las normas habituales, establecidas. Me refiero a un viaje combatiendo la inercia de pensamiento. Esta idea pivota en toda la novela. 

—¿Se siente parte del «atlantic noir»? ¿Es autora de novela negra, que hoy parece un cajón de sastre en el que cabe todo?

—Cuando hay un muerto, ya se habla de novela negra, y no tiene por qué ser así. Si tengo que quedarme con una etiqueta, yo me quedo con la de novela de misterio. Yo no leo novela negra, leo sobre todo novela de detectives, novela histórica, ensayos... Ensayos como el último de Rosa Montero, El peligro de estar cuerda. Soy fan de Rosa Montero.

—Su vida tiene algo de novela, con un giro imprevisible en la trama. Fue abogada antes que superventas.

—Pero fue algo progresivo, no algo abrupto. Ejercí como abogada diez años, estuve un tiempo compaginando la abogacía con la literatura y ahora me dedico solo a escribir, pero sigo con el respeto y la honestidad de «No importa que sea medio millón el que está al otro lado o que sean 50». En cada novela, hay que subir un escalón más. O intentarlo. Lo que codicio es conseguir una buena historia, una historia que sea atemporal y que perdure. Que este sea un buen libro ahora y dentro de 50 años.

—Recoge, al final del libro, una cita reveladora de Agassi en sus memorias, «Open»: «De la gente sabes todo lo que hay que saber cuando les ves las caras en tus momentos de máximo triunfo». ¿Lo ve así?

—No tiendo a ser buenista. Veo que hay vanidades, envidias... Cuando estás en la línea ascendente, puedes ver esos rostros, a la gente se le ve mucho el plumero. Yo me he llevado decepciones y también sorpresas. Yo he llegado aquí sin padrino, sin ser nadie, y pasé meses intentando que los editores me leyesen unas líneas. He recibido muchos mails con noes. Pero luego oyes: «¡Ah, pues yo también me voy a escribir!». Es muy curioso. Creo que no hay que tomarse muy en serio ni a uno ni nada de lo que sucede.

­—No dejo de pensar en eso que escribió sobre Domingo Villar: «El hombre que soñaba con el Nautilus». Ojalá se construyese un Nautilus en Vigo, a la medida del sueño del «padre» de Leo Caldas.

—Hacer un Nautilus en Vigo es una idea muy buena a nivel turístico y empresarial. Y sería un muy bonito homenaje a Domingo. Ojalá.