—Me encanta la juventud de hoy. En el Reino Unido parece una generación muy despierta, políticamente consciente y apasionada por el cambio climático, el racismo, el sexismo y la desigualdad. Necesitamos desesperadamente el rechazo de las generaciones más jóvenes al desastroso camino que hemos emprendido.
—Hay otra relación interesante en la novela, la de Philips con su hijo varón. ¿Por qué cree que es tan especial la conexión de las madres con los hijos?
—La inminente separación con su hijo, que se va a un internado, se entiende como una parte importante de lo que lleva a la protagonista a la aventura. En realidad, le duele mucho saber que tiene que separarse de Hugh. Hay una lógica sumergida en su manera de enfocar las cosas: si va a perder a Hugh, se quedará como compensación a Nicky [el joven del beso]. En los años sesenta, las mujeres solían gravitar sobre los hombres, para amarlos y complacerlos, porque ellos tenían todo el poder. Tiene sentido esa adoración de las madres a los hijos: dicho con crudeza, se suponían que iban a crecer y ser sus nuevos amos.