—Sí, la vida es así. A pesar de estar viviendo un drama, tienes momentos bonitos. Cuando hay niños alrededor, la alegría tiene que estar presente, sobre todo cuando está la familia junta. Es un equilibrio muy frágil, que trabajamos en el guion y en el montaje para lidiar con las emociones de una manera respetuosa con el espectador. Me importa que sea sutil. Yo siempre pongo el ejemplo de que en la escena final de la peli se pusieron a llorar todos. Se nos descontroló la situación, porque hasta la niña pequeña se puso a llorar. Ese era un material muy potente para la película, pero al editarlo nos dimos cuenta de que teníamos que ir a una cosa más sobria y minimalista: solo con el gesto del abuelo emocionado era suficiente. Ese tipo de decisiones las tomas en montaje para equilibrar.
—¿Qué escena te costó más?
—Esa última no fue fácil, y los interiores con mucha gente.
—Desde luego los melocotones a 15 céntimos son una miseria para los agricultores.
—Sí, no tiene nada que ver con lo que cuestan cuando los compramos. Imagínate lo que se queda por el medio, los intermediarios lo que ganan, al final es lo que los agricultores critican.
—Has querido hacer un canto a la tierra, a la manera de cultivar de antes.
—Es que para mí no es tan de antes, lo que pasa es que está desapareciendo. Este modelo de hacer agricultura en familia existe desde la prehistoria, es muy fuerte que ahora esté en peligro de extinción porque deja de ser sostenible. En realidad es una manera de cultivar más respetuosa, cuidas la tierra para dejársela a tus hijos y a tus nietos. Nada que ver con cuando viene una empresa grande y la explota.
—Eres la primera mujer en España que gana el Oso de Berlín. Yo creo que hay tantas miradas distintas como mujeres distintas, pero no sé si tú crees en ese cine de mujeres. Eres heredera de algunas como Mar Coll.
—Yo estoy muy de acuerdo en que hay tantas miradas como mujeres haciendo cine, no hay un cine de mujeres. Poco a poco eso se irá desmontando a medida que hagamos más películas y cada una vaya encontrando su propia voz. Pero sí que es verdad que ahora, aunque nos da un poco de pereza hablarlo, es importante mostrarlo como cosa colectiva. Para que se identifique, para que nuestras alumnas en un futuro no tengan que responder a la misma pregunta. Asumimos la responsabilidad de que no teníamos referentes y de poder serlo entre nosotras. Para mí Mar Coll es un superreferente.
—¿Con qué cine creciste tú? ¿Qué pelis te marcaron?
—De pequeña yo no veía mucho la tele, por el sitio en el que me crie, mi padre nos ponía las películas de Buster Keaton, veíamos las películas de Disney, pero no mucho más. Yo siempre quise estudiar Periodismo, para viajar básicamente [se ríe], pero cuando hice bachillerato una profesora nos puso Código desconocido, de Haneke, e hicimos un debate sobre el filme. Eso fue muy revelador: me di cuenta de lo que podía hacer el cine, de que ves una historia pero está generando una reflexión mucho más profunda sobre lo que ves. Ahí surgió el deseo. Pero yo me fui a estudiar Comunicación Audiovisual sin haber visto nada de cine.
—Ahora que se dice tanto que el cine está muerto. ¿Qué le dirías a los jóvenes que están empezando a estudiarlo y no ven futuro?
—Yo creo que el cine no está muerto, está más vivo que nunca, en el sentido de que queremos historias cinematográficas. Igual el formato está cambiando, hay más formatos como las series, pelis más largas o más cortas, pero yo no creo que el cine vaya a desaparecer.
—Descúbreme algo más de tu siguiente proyecto, ya hay rumores, vas a centrarte en la familia, ¿no?
—Más que en la familia, la película trata de la memoria familiar, que es algo que a mí me interesa mucho. Está en proceso de escritura, pero sí te puedo contar que se va a llamar Romería.
—¡Aciertas con los títulos, siempre un solo nombre!
—Ja, ja. Sí, y siempre es el primero que les pongo.
—¿Tú crees que sin palabras tu cine se puede entender igual?
—Yo creo que bastante. En Alcarràs se habla mucho más que en Verano 1993, hay más diálogo, pero es verdad que es un cine mucho de gestos.